Hay unos versículos en el capítulo 11 del profeta Oseas que más de una vez me han hecho recordar con gran emoción el increíble amor de Dios y me han llevado a agradecer de corazón su gran misericordia.
“Yo enseñé a andar a Efraím, lo tomaba en mis brazos; pero ellos no entendían que Yo los cuidaba. Con vínculos de afecto los atraje, con lazos de amor. Era para ellos como quien alza a un niño hasta sus mejillas, y me inclinaba a él y le daba de comer.” (Oseas 11,3-4)
El profeta quiere expresar que el Señor amó a Israel como a un hijo, y es aquí donde se expresa el alcance de la ternura divina y el amor imborrable de un padre por su hijo. El amor de Dios por su pueblo, y por cada uno de nosotros, reúne por superación los amores humanos, el amor paternal y el esponsal, que son solo reflejos parciales del amor divino.
El amor de Dios es tan real en mi propia vida y tan auténtico en mi día a día como el de aquel que es capaz de amarme en mi peor momento. Mi alegría más profunda nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo lo demás.
Hace más de 27 años alguien me dijo por primera vez: “Onofre, Dios te ama”. Yo no lo entendía, no lo creía. Yo tenía entendido que, para que Dios me amara, yo tendría que hacer algo para ganarme su amor. Recuerdo que descubrí algo que cambió mi vida para siempre: nunca harás nada que logre que Dios te ame más y nunca harás nada que logre que Dios te ame menos; Dios te ama, es un hecho. El amor de Dios no es un sentimiento, es una decisión tomada hace siglos por ti y por mí.
Nunca he podido olvidar estas palabras en todos estos años. La mirada de Jesús en silencio desde la cruz cambia nuestra vida por completo, y es en esa cruz, donde han sido clavadas nuestras miserias y nuestras pobrezas, donde nuestra vida es transformada para siempre. ¡Soy amado! Con lazos de amor me levanta y me da seguridad, con lazos de amor me sostiene y me da paz.
Cuando escucho el eco de su voz resonando en mi interior, tengo la certeza de que su promesa cumplirá y nada se perderá. Esta es mi seguridad, que sus palabras siempre me sostendrán incluso en mi peor momento. Sus lazos de amor cayeron sobre mí y así me hizo entender que Él tiene el control de lo que vendrá; por eso, nada temo, ya que su amor es capaz de sostenerme, de levantarme y de darme seguridad.
Hace unos días escuché un par de canciones que me inspiraron a escribir estas líneas. Me ayudaron a entender mejor la relación tan estrecha que existe entre la Navidad y un precioso texto del profeta Isaías:
“Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva a hombros el principado, y es su nombre: «Maravilla de Consejero, Dios fuerte, Padre de eternidad, Príncipe de la paz».” (Isaías 9,5)
Él es admirable Consejero y Príncipe de paz; es aquel que se hizo carne, lleno de gracia y verdad. Dios mismo se encarnó y se hizo hombre por amor. Caminó en humildad y en obediencia sufrió por amor. ¿Qué sería de mí si no fuera por su gracia y por su amor? Tantas veces me he hecho esta pregunta, que tan solo puedo decirle: “perdón, gracias, por favor”. Como dice una de las canciones, es por su gracia que estoy de pie y libre soy. Solo por su gracia y solo por su amor.
Descubrir y vivir la gran aventura de que Él es mi Padre y yo su hijo, es lo que da sentido y propósito a mi vida. Nunca pude llegar a sospechar que incluso las dificultades, los sufrimientos, las incomprensiones, la esterilidad, la soledad, el desierto y la enfermedad pudieran llegar a convertirse en las mejores oportunidades para que sus lazos de amor cayeran sobre mí para levantarme una vez más y darme la paz.
¡Gracias, gracias, gracias!
Fuente: kairosblog.evangelizacion.es