CAPAZ DE RUBORIZARSE
Habla para que yo te vea.
Sócrates
Cuando Sócrates estaba en la cárcel condenado a muerte bajo la acusación de corromper a la juventud (cosa totalmente ajena a su vida y a su doctrina), sus amigos fueron a verle y le dijeron que habían conseguido que los guardianes no se dieran por enterados si se escapaba.
Sin embargo, no consiguieron que huyera. Sócrates les dijo que su fuga no era coherente con lo que él siempre enseñaba acerca de la virtud, la obediencia a la ley y la inmortalidad del alma; en consecuencia, se quedó en la cárcel hasta la ejecución de la condena a muerte.
Estos ejemplos luminosos hoy chirrían un poco a nuestra sociedad de componendas. Parece que el descaro, la irresponsabilidad y el egoísmo vienen avalados por la indiferencia moral y la desvergüenza que se amparan en el relativismo: todo es igual, todo es opinable.
Y, sin embargo, la persona humana tiene una salvaguarda natural de la coherencia: el rubor de la conciencia.
El escritor irlandés George Bernard Shaw recordó que el hombre es el único animal capaz de ruborizarse. Pero también es el único que lo necesita.
Cuando nos propongamos cumplir una tarea, hay que estar en ella hasta el final. Mantener las promesas, sin importarnos los obstáculos que puedan interponerse en el camino.
El pudor no tiene buena prensa en nuestros desvergonzados días porque, quizás, se ha perdido el consejo de San Agustín: Vuélvete a ti mismo. Es ahí donde habita la verdad.
Hay que ser consecuentes y obstinados para luchar por aquello en lo que creemos, con la autenticidad que da el sonrojarse cuando uno no es coherente con su ideal de vida.
Si alguien nos incomoda por nuestro idealismo acomodado y sentimos que nos ruborizamos, ¡alegrémonos!; el rubor es el rescoldo que hará renacer el fuego que Cristo vino a traer a la tierra.
Si los fallos no matan el rubor, es señal de que aún nos quedan recursos para ser coherentes. Sabiendo que ser coherentes no es ser perfectos, pero sí consecuentes como Sócrates.