Ya expliqué que “apocalipsis” es una palabra griega que significa “revelación” o “desvelamiento” de algo que está escondido. Por eso el Apocalipsis no es un libro científico escrito para encajar con la mentalidad cartesiana propia de nuestros días, ni siquiera es un libro susceptible de ser analizado y resumido por el Chat GPT. Si queremos adentrarnos en él, debemos rebuscar en lo más profundo de nosotros y sacar a la luz ese místico que todos llevamos dentro, porque el Apocalipsis está escrito para adentrarnos de lleno en el misterio. Lo que este libro propone, más que una lectura intelectual, es un camino para enseñarnos a interpretar sus símbolos y así poder leer nuestra propia vida a la luz de ellos.
Por eso decíamos que los destinatarios del Apocalipsis son, o somos, los nicolaítas. Porque el Apocalipsis quiere mostrarnos cómo acabar con ese dualismo que tan a menudo vivimos entre la dimensión espiritual y la carnal, entre lo divino y lo humano, queriendo conciliar la fe cristiana con la cultura pagana, como si eso fuera posible. Pero no lo es, porque la fe exige una conversión constante a lo que Dios nos pide, que no siempre encaja con la cultura del momento. No se trata, por tanto, de adecuar el texto a nuestra propia vida, sino de dejarnos interpelar por él, sabiendo que es Cristo resucitado quien sale a nuestro encuentro para mostrarnos el camino a la felicidad terrena y eterna.
El libro del Apocalipsis comienza con un prólogo que dice lo siguiente: “1Revelación de Jesucristo, que Dios le ha comunicado para manifestar a sus siervos lo que va a suceder pronto, y que, enviando a su ángel, dio a conocer a su siervo Juan, 2quien ha dado testimonio de todo lo que vio: la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo. 3Bienaventurado quien lea y quienes escuchen las palabras de esta profecía, y guarden lo que está escrito en ella; porque el momento está cerca” (Ap 1,1-3).
“Revelación de Jesucristo”, es decir, “Apocalipsis” o “desvelamiento” de Jesucristo de lo que va a suceder. El libro anuncia algo que va a suceder pronto, un cambio, un cambio que provocará una catástrofe, es decir, un giro en el estado de las cosas. Pero este cambio se dará mucho más en el orden espiritual que en el natural o físico, el cual no será más que un reflejo del espiritual. Por eso es posible que estas líneas las entiendan mejor nuestros hermanos perseguidos por su fe que aquellos que viven placenteramente al estilo nicolaíta queriendo encajar su fe con los cánones de una sociedad decadente y sin valores, que ha dado la espalda a sus raíces cristianas.
Si el argumento del libro es la inminencia de un cambio, ¿qué es lo que debe cambiar pronto? Pues ni más ni menos que la implantación del Reino de Dios ya en este mundo. Jesucristo no es masoquista. ¿De qué nos serviría que nos avisara de grandes cataclismos si es posible que antes de que ocurrieran nosotros estuviéramos ya en la otra vida? Jesucristo se revela como el Rey de reyes, como el Rey que está a punto de tomar el poder que legítimamente le corresponde, y esto implica una catástrofe, un cambio verdadero que lleve consigo un nuevo inicio y un nuevo final. Un nuevo inicio: “26Os daré un corazón nuevo y pondré en vuestro interior un espíritu nuevo. Arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. 27Pondré mi espíritu en vuestro interior y haré que caminéis según mis preceptos, y guardaréis y cumpliréis mis normas” (Ez 36,26-27), y un nuevo final: “33El día en que os purifique a vosotros de todas vuestras culpas os haré habitar en vuestras ciudades y serán reconstruidas vuestras ruinas; 34será cultivada la tierra desolada que había sido un desierto a la vista de todo el que la atravesaba. 36Y las naciones que quedan a vuestro alrededor sabrán que Yo, el Señor, he reconstruido las ciudades destruidas, he replantado lo desolado. Yo, el Señor, lo he dicho y lo hago” (Ez 36,33-34.36). Por tanto, el final del Imperio y de todos los reinos de este mundo no es el tema central del Apocalipsis, aunque sí un paso inevitable para poder alcanzar el Reino de Dios.
Por último, en el libro del Apocalipsis encontramos siete bienaventuranzas. El número siete es un número de plenitud, por lo que el libro del Apocalipsis es el libro de la felicidad plena. La primera bienaventuranza es “de quien lee y de quien escucha” y la séptima y última es para quien “guarda las palabras proféticas de este libro” (Ap 22,7). En definitiva, el objetivo del Apocalipsis es ofrecer el camino de la felicidad o bienaventuranza plena. Más que un anuncio de los próximos castigos es el anuncio del Reino que viene y, sobre todo, de las bodas del Cordero, de Cristo Esposo con su Iglesia Esposa. Este es el camino de la felicidad plena y definitiva, que consiste en entrar en la ciudad celeste, reconocer al verdadero Rey y dejarse desposar por Él.
Beatriz Ozores
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