De vez en cuando nos podemos encontrar con personas o artículos que alertan sobre películas, series e incluso videojuegos. Lo hacen en tono alarmista y asegurando que son un peligro para la fe y que, por lo tanto, los padres de familia deben prohibir a diestra y siniestra. Nadie pone en tela de juicio que hay contenidos inapropiados y que, en efecto, presentan una antropología incompleta y alejada de la fe; sin embargo, la clave no está en asustarse o tomar un tono moralista sino en formar bien a las nuevas generaciones de tal forma que puedan discernir lo que tienen en pantalla y contar con un criterio propio enriquecido por la experiencia de Dios en sus vidas. Un videojuego no tiene nada de malo. No está ahí el problema porque mientras se use con moderación resulta un pasatiempo que muchos hemos disfrutado o seguimos disfrutando sin que hayamos perdido el horizonte. Más bien lo que vemos de negativo en la sociedad tiene que ver con que, en lugar de brindarles una catequesis sólida y atractiva, se les presenta una lista interminable de lo que no se puede hacer, olvidando mencionar tantas cosas sanas que si se puedan y que, de hecho, son un regalo de Dios. Recordemos lo que decía Benedicto XVI: “El catolicismo no es un cúmulo de prohibiciones”.

El que esto escribe, en una ocasión, se topó con un autor que aseguraba que los hijos solamente debían ver en la televisión programas de canales estrictamente católicos. Tal visión de las cosas hará que las nuevas generaciones sigan alejándose de la fe porque no es cierto que solamente los contenidos estrictamente religiosos valgan. Repetimos que no se trata de validarlo todo, ni de darles un acceso fuera de control o de ignorar que la realidad actual requiere otro tipo de guiones y producciones, pero lo cierto es que encerrar a una persona en un algoritmo de contenidos piadosos no es la solución, porque cuando salga al mundo real terminará por entrar en crisis y destramparse. Entonces, ¿qué hay que hacer? Formar en la libertad responsable. La idea de que “se van a portar bien” por espantarse y espantar es la cosa más equivocada que se le puede ocurrir a un padre de familia. El que tiene una sólida experiencia de fe, aún teniendo la oportunidad de dejarse llevar por la corriente, tendrá las cosas en claro y elegirá correctamente.

Nuestro esfuerzo no debe estar en presentar un índice de series prohibidas cada mes, sino en formar de tal manera que, aún teniendo acceso a ellas, puedan decir: “Ese modo de vida que sale proyectado no me llena. Tengo otra perspectiva y no va con mis opciones”. Eso es la libertad responsable. Por supuesto que para alcanzar dicha meta hay que dedicar tiempo a las nuevas generaciones, formándonos primero nosotros y luego, compartiendo una catequesis bien articulada, centrada en Dios, en su proyecto, en las cosas positivas de la vida y no quedarnos en una cara de tristeza y susto por la crisis del mundo.

En resumen. Lo nuestro es formar y cuando es necesario llamar la atención, hacerlo de tal forma que la persona, en vez de sentirse regañada, salga confortada por otra perspectiva de la realidad, porque la fe cristiana es precisamente otra manera de ver la vida. Asustarnos de lo mal que van las cosas, aunque en realidad no estén marchando positivamente, no sirve de nada. Antes bien, manos a la obra. Demos testimonio y transmitamos, en positivo, el mensaje de Jesús. No hay que tener miedo de confrontar pero tampoco debemos perder la asertividad. Cristo enseñó a los discípulos a responder a su misión justo para cuando él ya no estuviera en la tierra. Eso es lo que hace el pedagogo. Les brinda herramientas. A eso apunta nuestro artículo. La idea no es que se porten bien por el simple hecho de prohibirles cosas sino para que, aún sin tener esa prohibición, opten por el bien mayor que es el camino de Jesús.