Preparas una mesa ante mí y mi copa rebosa (Sal 23 (22),5).
La mesa eucarística, la mesa del sacrificio banquetual, ha sido dispuesta por muchas personas. Con cuidado ha habido quienes han confeccionado el mantel, lo han lavado y planchado; así como los demás elementos, incluidos los vasos sagrados y las especies sacramentales. En la celebración, han intervenido distintos ministros. Pero quien ha preparado verdaderamente el altar-mesa es el Sumo y Eterno Sacerdote. Él es el creador de todos los elementos y de todas las personas que intervienen; Él nos convoca, cada uno según su puesto en la Iglesia, en torno al altar; y Él es quien oficia el sacrificio y reparte su cuerpo y su sangre como alimento para su rebaño.

La copa hecha por manos de orfebre rebosa ahora no por simple abundancia de vino, sino porque desborda divinidad, contiene a su creador. Y yo, como copa que recibe a Cristo en alimento, también reboso. Sí, es verdad que soy continente del que ha querido hacerse mi contenido, pero se ha hecho contenido sin dejar de ser mi continente. Reboso divinidad porque Él me desborda incluso dejándose celar en mi interior, mas también porque me lleva más allá de donde yo puedo llegar solo: viniendo a mí, me lleva a Él.