Señor, en ti está la fuente viva y tu luz nos hace ver la luz (Sal 36(35), 10).
El amén que, al comulgar, pronunciamos tiene una riqueza inmensa. Es decir que sí es el Cuerpo de Cristo –aquí nos abismamos en el misterio de la fe–, es decir sí de la presencia del Cuerpo –confesión del misterio sacramental– y decir sí al Cuerpo de Cristo –aquí está toda la riqueza de la Cristología, la Soteriología, la Trinidad, Eclesiología,...–.
La antífona de hoy nos invita a decirle algo a Jesús. Ese amén tiene que ser un encuentro personal con Él, una palabra de diálogo amoroso, no una fórmula mecánica ni solamente una confesión de fe como respuesta a la afirmación del ministro de la comunión.
Es el Cuerpo de Cristo y, al dirigirnos a Él, lo llamamos Señor, reconocemos su divinidad; llamarlo así es llamarlo como los israelitas llamaban a Dios. Y el Cuerpo del Señor, del Hijo de Dios, tiene el costado abierto (cf. Jn 19,34). En ese costado abierto, del cual mana sangre y agua, vieron los Santos Padres la fuente de la que manaban los sacramentos de la Iglesia. Ese costado abierto es el hontanar de todas las gracias. En ese manantial es donde podemos saciar nuestra sed de divinidad.
Pero ese sí, esa confesión, es posible por la fe, que es un don de Aquél que se nos ofrece en alimento. Ese Señor es la Luz del mundo (cf. Jn 8,12). Y es su luz la que nos hace ver que es Luz y que todo está envuelto en su gloria, es su luz la que nos hace ver que su Cuerpo está ahí ante nosotros y que ese cuerpo tiene el costado abierto.
La antífona de hoy nos invita a decirle algo a Jesús. Ese amén tiene que ser un encuentro personal con Él, una palabra de diálogo amoroso, no una fórmula mecánica ni solamente una confesión de fe como respuesta a la afirmación del ministro de la comunión.
Es el Cuerpo de Cristo y, al dirigirnos a Él, lo llamamos Señor, reconocemos su divinidad; llamarlo así es llamarlo como los israelitas llamaban a Dios. Y el Cuerpo del Señor, del Hijo de Dios, tiene el costado abierto (cf. Jn 19,34). En ese costado abierto, del cual mana sangre y agua, vieron los Santos Padres la fuente de la que manaban los sacramentos de la Iglesia. Ese costado abierto es el hontanar de todas las gracias. En ese manantial es donde podemos saciar nuestra sed de divinidad.
Pero ese sí, esa confesión, es posible por la fe, que es un don de Aquél que se nos ofrece en alimento. Ese Señor es la Luz del mundo (cf. Jn 8,12). Y es su luz la que nos hace ver que es Luz y que todo está envuelto en su gloria, es su luz la que nos hace ver que su Cuerpo está ahí ante nosotros y que ese cuerpo tiene el costado abierto.