Estoy escuchando el blog de mi hermano Alexander Rodriguez, un cristiano con el que he tenido el placer de compartir en estas vacaciones acerca del Señor.
Su blog se llama Santa Suburbia, en referencia a la Jerusalem celeste del Apocalipsis y trata de abrir canales de conversación entre diferentes entendimientos del cristianismo.
Su primera entrevista a Rafael Pérez, un dominicano que propone un cristianismo vivido en clave de primeros siglos del cristianismo, me ha animado a escribir este post. En palabras de éste “si no dejamos de usar los apellidos nunca seremos cristianos verdaderos”; “cuando tenemos una identidad común del primer siglo, todos nos sabemos cristianos y nos sentimos iguales”.
La conversación me ha encantado, porque pretende tener una mirada crítica y constructiva sobre el fenómeno de la desunión de las iglesias cristianas, y aportar una solución a la misma que no es precisamente la más popular ni entre protestantes como son ellos, ni entre católicos.
Me ha parecido sumamente interesante exponer esta corriente que parece avanzar en el mundo cristiano de hoy en día, una corriente de unidad en la que se parte de la premisa de que Dios no quiere la desunión de los cristianos, en la que nos hemos metido por nuestra falta de humildad.
Para la mayoría de gente católica que lee este blog, quizás les resulte extraño hablar del “no denominacionalismo”, un fenómeno que se da en comunidades protestantes, con una pretensión de unir a cristianos de diferentes banderas, salvaguardando así el vínculo de la unidad. Es raro encontrar comunidades de este tipo que acojan católicos también, aunque se dan, pues más bien son comunidades en torno al cristianismo que históricamente nace de la Reforma.
Pero hay un aire nuevo, como dice Alexander, una generación que es consciente de ese tremendo agujero que hemos causado al cuerpo de Cristo, con nuestras divisiones y separaciones.
Plantear el problema del ecumenismo desde el punto de vista de un protestante es igual de arriesgado que hacerlo desde el punto de vista de un católico. La gente que nos dedicamos a ello recibimos la censura de propios y extraños, y de alguna manera nos paseamos por el filo de la navaja.
Mi primera tendencia es justificarme, como San Pablo en Hechos 22 y 23, mostrando mis credenciales de fariseo- contando lo católico que soy- para que nadie me tache de hereje.
“Yo soy judío, nacido en tarso de Cilicia, pero criado en esta ciudad (Jerusalén); fui educado a los pies de Gamaliel, me eduqué en todo el rigor de la ley de nuestros padres y tenía tanto fervor religioso como vosotros ahora” (Hech 22, 3).
Esta vez me voy a ahorrar hacerlo, como también me voy a ahorrar exponer una vez más lo que la Iglesia ha dicho y reiterado a través de su Magisterio partiendo de la Reunitatis Redintegratio del Concilio Vaticano II; a los efectos, me remito a un post anterior: Cuántos católicos cerriles andan sueltos. Que cada cual piense lo que quiera en lo que respecta a mi ortodoxia católica y me tache de lo que más le plazca a la vista de este post.
El problema de partida cuando nos acercamos a posturas integradoras en materia de ecumenismo estriba en la dicotomía siguiente: “poner la unidad sobre doctrina o poner la doctrina sobre la unidad”. La solución propugnada por esta generación de cristianos “sin apellidos” tiene claro que en la Escritura el amor está por encima de todas las cosas.
Para quien prima la doctrina, excluirá a los de otras denominaciones, bajo el argumento de que no forman parte del cuerpo de Cristo.
Para quien prima el amor, acogerá a todos bordeando peligrosamente un relativismo integrador, que pone en peligro la verdad de las cosas.
Peter Kreeft, apologeta católico converso del protestantismo a quien tanto me gusta citar, tiene claro en su charla Ecumenismo sin contemporizar, que el punto de partida del ecumenismo no puede ser el relativismo, ni el mínimo común denominador- una especie de cristianismo de saldos-que se encuentra en el nivel en el que todos lo podamos aceptar sin tener que taparnos la nariz al tender la mano al hermano “desviado”.
Este profesor del jesuítico Boston College, junto muchos otros, inició el movimiento “Evangélicos y Católicos juntos” en los Estados Unidos, que propugnaba algo así como una tregua entre cristianos en pos de la evangelización: definir las diferencias doctrinales, aislarlas y dejarlas aparcadas, mientras trabajamos juntos en la Nueva Evangelización que nos urge.
Desde el punto de vista de la Iglesia Católica, la piedra angular de todo el edificio del ecumenismo es que compartimos un mismo bautismo, aunque tengamos grados de comunión imperfectos, por lo que todos somos hijos de Dios y hermanos, por más que estemos a la gresca. Esto se refleja en los documentos del CVII y más recientemente en documentos de la Doctrina de la Fe como la Dominus Iesus sobre la universalidad y la misión salvífica de la Iglesia.
Desde el punto de vista de las iglesias protestantes la piedra angular es aceptar a los otros como hermanos, y reconocer en ellos la labor, acción e inspiración del Espíritu Santo, por encima de tradiciones y doctrinas.
El asunto es complejo, las soluciones al problema del ecumenismo son muchas, y es casi imposible encontrar obras de conjunto, que aborden del tema de una manera lo suficientemente abierta, franca y amplia.
Los principales obstáculos se cifran en la incomprensión que genera la pretensión católica de reintegrar a los hermanos separados, y la legítima preocupación católica de ser arrastrados hacia un común denominador que excluya elementos esenciales del cristianismo. Lo que para unos es añadir a la Revelación, para otros es sustraer de ella, lo que nos devuelve al problema de la doctrina y el amor. ¿Cómo unirnos en el amor, sin faltar a la verdad léase a la doctrina?
Por imposible que parezca la tarea hay signos alentadores, como puede ser estos lugares de encuentro blogosféricos, donde dos cristianos apasionados- dos hermanos hijos de Dios por el bautismo- pueden compartir honestamente y alabar a Dios.
En el blog de Alexander, Rafael propone que si el cristianismo es uno y hay una verdad fundamental, no hay necesidad de etiquetar. Cuando todos nos sacrifiquemos, quedaremos unidos en Jesús. La paradoja es que todos quieren que los otros vuelvan a lo suyo.
En efecto, lo que está claro es que hace falta “tener la humildad suficiente para reconocer nuestros errores históricos” pues “cada vez que aparece un apellido nuevo, podemos reconocer que alguien no estuvo dispuesto a humillarse”.
El presupuesto es meridiano: no puede ser voluntad de Dios que todos tengamos que andar cada uno por su cuenta, pues el Señor no es polígamo, y El desposa a su única Iglesia.
Una solución posible es pensar que las familias no se unen doctrinalmente, sino relacionalmente, por lo que el cristianismo no va a ser unido doctrinalmente sino cuando nos reconozcamos como hermanos.
Lo esperanzador es ver que hay gente a quien esto le quema el corazón, y está dispuesta a tender puentes con sus hermanos, aunque le tachen de equivocado. Es ese momento en el que nos perdemos el miedo, en que nos vemos la cara; entonces es que ya estamos caminando.
Déjenme aportar mi granito de arena. Creo que tendríamos que recuperar el buen uso del término católico, que en griego significa universal. La Iglesia Católica debería ser la Iglesia sin apellidos, la universal, la de todos. Eso es lo que pretende ser, lo que la fundamenta, un solo Señor, un solo bautismo. Esto debiera apaciguar a los protestantes, pero desposeer a los católicos de ese inevitable sentimiento de estar en posesión de la verdad que trae consigo ser católico.
Mi experiencia personal es que hay mucha bendición en el trabajo apostólico y en la oración con otros hermanos cristianos, y creo que tenemos un Papa del ecumenismo, que por ser alemán conoce y valora la Reforma protestante en su justa medida. Cualquiera que conozca la teología de aquel país, y los escritos del entonces Cardenal Ratzinger, sabe hasta qué punto es posible el diálogo sin confusionismos o relativismos. En estas condiciones y tras lo sembrado por el CVII, la llamada de la Iglesia (doctrina) y la caridad necesaria (unidad) por primera vez en muchos años pueden ir de la mano.
Otra experiencia personal que llevo muy dentro es la importancia del kerigma. El kerigma es el cristianismo fundamental, y no es el mínimo común denominador. Cualquier paso hacia el ecumenismo ha te tener una comprensión muy clara de lo que es el cristianismo en su fundamento, para no confundirnos en lo accesorio o en lo posterior. Creo que el Señor nos está haciendo profundizar en esto para redescubrir el bautismo. Y el bautismo es lo que nos une. El bautismo es el cristianismo fundamental.
Por supuesto nada es perfecto, yo también tengo mi corazoncito que ama a su iglesia y defiende su mentalidad desde su formación. No puedo estar cien por cien de acuerdo con posturas que propugnen el nodenominacionalismo, que pretendan borrar el nombre católico de la Iglesia, pues éste es el que todos los cristianos proclamamos en el Credo Niceno-Constantinoplano “Creo en la Iglesia, una, santa, católica y apostólica”.
También a mí me cuesta el trato con hermanos a veces, porque el corazón y la mente tienden a juzgar…pero estamos llamados a la grandeza y eso debemos pedirle a Dios que nos muestre.
Si algo tengo claro es que en el corazón de Dios aquellos que se rompen la cabeza buscando la unidad, andan mucho más cerca de la verdad- y ésta no sólo de amor sino doctrinal incluso- que quienes por su pretensión legítima de verdad excluyen de su secta a los demás, dejándose la humildad por el camino.
Gracias a Santa Suburbia, por recordarnos a la Jerusalén celeste donde un día, Dios mediante, acabaremos todos los del barco, las barcazas, los barquitos y las pateras, por suscitar este hermoso debate, y esta hermandad que nos une.