Pequeños resortes
 
En mi parroquia hay un pequeño lampadario (o veladora) que tiene dentro unas palanquitas a las que sólo se puede acceder con llave. Si subes una pequeña palanquita, las velas ya no se encienden por diez céntimos, sino por un Euro. De este modo, un pequeño cambio, imperceptible, casi invisible, produce algo que afecta a la economía de las señoras de mi parroquia. Con la revolución sexual pasa lo mismo que con mi lampadario. Sus ideólogos van tocando pequeñas palanquitas del engranaje invisible del pensamiento, y de un modo casi imperceptible van cambiando nuestro modo de ver el mundo, adaptándolo según el plan que tienen trazado desde hace ya tiempo. Hoy voy a centrarme sólo en un tema, que es el de la identidad, porque esta cuestión da para muchos blogs.
 
Homosexualidad y genética
 
Uno de los muchos factores que abordó la revolución sexual fue el de la orientación sexual. ¿Por qué debemos sentirnos atraídos exclusivamente por los miembros del sexo contrario? Alfred Kinsey se esforzó por mostrar que la heterosexualidad no era natural sino normativa y cultural, y que la homosexualidad era algo normal y natural. Este debate ha estado candente en nuestra sociedad, mientras se iba cediendo a esta forma de liberación sexual, que ha acabado imponiendo una visión sobre la homosexualidad que debe ser aceptada: la homosexualidad es natural, genética y biológica. Homosexual se nace, no se hace. Cualquier persona que diga lo contrario es homófoba y acusable de incitar al odio.
 
El derecho a la orientación sexual
 
Muchos han asistido a este cambio de panorama desconcertados y dándose cuenta de que se estaba invirtiendo el orden natural de las cosas. Pero claro, ante personas que sufren porque están oprimidas y se sienten homosexuales sin haberlo elegido, las leyes y las costumbres van cediendo, hasta legitimar algo que durante siglos ha sido considerado anti natural. La Iglesia nunca ha condenado a los homosexuales, pero sí que ha afirmado con rotundidad que los actos homosexuales no responden al plan de Dios y que no pueden recibir aprobación en ningún caso. Es decir, que no se puede juzgar lo que sienten las personas, pero sí los actos que llevan a cabo. Aun así, la política se ha encargado de legitimar las relaciones homosexuales, y definiendo un nuevo derecho: el derecho a la orientación sexual.
 
Una batalla más profunda
 
Muchos, ingenuos, pensaban que aquí se acababa la cuestión, puesto que ya se había conseguido que los derechos de los homosexuales se equiparasen a los de los heterosexuales; quedaban algunos flecos, como el tema del matrimonio, de la adopción, etc. Asistimos impotentes a la paulatina concesión de esos “derechos” como algo indiscutible e inevitable. Pero mientras se ha ganado la batalla de la orientación sexual, pocos se han dado cuenta de que se está ya librando otra batalla aún más profunda, que ya empieza a emerger a la vista de todos, aunque la mayoría siguen desconcertados porque no entienden el problema. Hemos ido viendo como a las siglas LGTB (Lesbianas, gays, transexuales y bisexuales) se han ido añadiendo otras letras que en algunos casos llegan a componer un auténtico galimatías. Por intentar unificarlas ahora estamos en el LGTBIQ (Lesbianas, gays, transexuales, bisexuales, intersexuales y queer). Dentro del término queer se empiezan a usar términos que nos resultan aún más confusos: agénero, intergénero, poliamoroso, pansexual, etc. ¿Qué hay detrás de esto? Este blog es para que lo podamos comprender, y así, podamos responder.
 
Orientación sexual
 
La cuestión de la homosexualidad frente a la heterosexualidad es una cuestión de orientación sexual: ¿qué es lo que te atrae? Esta cuestión se mueve en categorías binarias: o eres hombre, o eres mujer: o eres hombre homosexual o eres hombre heterosexual; o eres mujer homosexual o eres mujer heterosexual; o eres un hombre en el cuerpo de una mujer a quien le atraen los hombres, o eres una mujer en el cuerpo de un hombre a la que le atraen las mujeres. Si nos fijamos atentamente, veremos que en este punto se cuestiona la orientación, pero no la identidad. Uno tiene claro lo que es, y le gustan personas que según la teoría tradicional no es normal que le gusten. Pero esto es sólo la punta del iceberg.
 
Identidad sexual
 
El nuevo paso de la ideología de género no es una cuestión de orientación sexual, sino de identidad sexual. La pregunta ya no es: ¿qué es lo que te atrae?, sino: ¿qué eres? ¿Mujer, hombre, o viceversa? La teoría queer, el nuevo paso de la ideología de género, quiere romper el esquema binario. Ya no se trata de elegir entre dos cosas que te pueden atraer, sino de elegir quién quieres ser. Ya no es que uno nazca homosexual o heterosexual, sino que uno puede elegir qué es. Pero esto no de un modo definitivo, sino variable. Eres lo que quieras ser ahora, pero mañana podrás ser lo que quieras ser mañana; y podrás elegir qué te atrae, y también eso podrá cambiar. Hoy puedes ser una mujer en un cuerpo de hombre al que le gustan los hombres, y mañana puedes ser un hombre en un cuerpo de hombre al que le gustan los hombres que se sienten mujeres y las mujeres transexuales. Es lo que se llama el “género fluido”. Este nuevo paso es mucho más fuerte y complejo que el anterior. Al romper el modelo binario, ataca a lo más profundo de la persona humana: su identidad.
 
¿Quién soy?
 
Creo que no ha habido una pregunta existencial más profunda que ésta: ¿quién soy? ¿Cuál es mi identidad? Cuando un niño llega a la adolescencia empieza esa eterna búsqueda de sí mismo: ¿soy lo que me dicen mis padres que sea o no? ¿Soy yo mismo cuando estoy en casa o cuando estoy con mis amigos? ¿Lo que los demás ven de mí me define más que lo que yo pienso de mí? Son preguntas que tratan de dar con nuestra esencia más profunda: quiénes somos. Un puñado de certezas invadían la mente del adolescente ante estas preguntas, aunque fuese de un modo inconsciente: soy un chico, soy una chica, soy una persona con amigos, con novio o novia, soy alguien que ha crecido en una familia con unos valores, unas tradiciones… Progresivamente esto se ha ido destruyendo, hasta que hemos llegado a esta auténtica bomba identitaria. Según esta ideología, no hay nada que deba condicionar nuestra identidad: ni nuestro cuerpo, ni nuestra mente, ni nuestra educación, ni nuestro entorno, ni nuestra cultura. Absolutamente nada nos define. Somos lo que elegimos ser, a cada instante; la identidad no es algo definitivo ni definitorio, sino mudable, elegible, cambiante. Si ya estábamos suficientemente perdidos ante la pregunta sobre quiénes somos, esta reacción supone ya perdernos en un multiverso de posibilidades que establecen la confusión como norma bajo el título difuso de “diversidad”.
 
¿Diversidad o confusión?
 
La ideología de género va ganando la batalla del lenguaje, como han señalado muchos de los que están intentando sacar a la luz sus verdaderos parámetros. Ha dividido el sexo biológico, de la identidad de género, de la apropiación de género y de la orientación sexual, dando lugar a un caleidoscopio psicotrópico de múltiples posibilidades donde la identidad se diluye absolutamente y uno ya no tiene claro quién o qué es; es más, se invita a huir de esa seguridad en la propia identidad como si fuera algo malo. Y se ha sustituido la palabra “confusión” por la palabra “diversidad”.
 
Aceptar quién soy para poder ser quien soy
 
Es normal que uno no tenga claro del todo quién es, porque somos criaturas que aún no están acabadas, estamos siendo hechos y aún no hemos llegado a ser lo que estamos llamados a ser. Y ciertamente muchas de las cosas que nos definen y nos definirán son las que elijamos. El error siempre juega con medias verdades. Hay elementos de nuestra identidad que nos han sido dados y sólo podemos aceptarlos si queremos aceptarnos. Ser hombre o mujer es algo que nos ha sido dado, no lo hemos elegido. Y que los órganos sexuales tengan una función biológica evidente que legitima las relaciones heterosexuales como las únicas naturalmente normales es también algo evidente que nos ha sido dado. Que los caracteres de nuestros padres, su enseñanza y los valores de nuestra familia y de nuestra sociedad están asociados a nuestra identidad más profunda, es también una evidente verdad. Porque nacemos, crecemos y nos desarrollamos en el seno de una familia, que nos transmite la vida en todos los sentidos. No es algo posterior, que venga después a sobrescribir nuestra naturaleza, sino que es algo que nos configura y sin lo cual ni siquiera existiríamos. Hoy en día decir esto parece inadmisible. Y, sin embargo, es cierto. No puedo pretender descubrir quién soy si no acepto aquello de mi ser que me ha sido dado, que me configura y que me hace ser quien soy. Sólo desde ahí podré descubrir y elegir quién estoy llamado a ser. La aceptación de sí mismo, de la propia familia y de la propia historia es un paso fundamental para que podamos construir la persona que estamos llamados a ser.
 
El último baluarte
 
Sin embargo, este último bombardeo de la ideología de género quiere cercenar todas las certezas sobre la identidad que puedan quedar, para disolverla. Es la deconstrucción del individuo. Frente a ello tenemos que defender más fuertemente que nunca la aceptación de la propia identidad, con las dificultades que conlleva el que uno pueda aceptarse tal y como es, que no son pocas. Tenemos que aclarar conceptos. No se trata de que culturalmente haya una visión binaria, sino de que biológicamente se nos da una realidad binaria, complementaria sexualmente. Rebelarse contra eso es rebelarse contra lo evidente, y pretender escapar de las leyes de la naturaleza, poniendo al hombre en el lugar de Dios. Dios nos ha dado lo que somos. Aceptarlo es el único modo de empezar el camino de búsqueda de nosotros mismos. Estamos en una guerra por la identidad del ser humano, y los creyentes tenemos la clave. Es fundamental que no renunciemos a los principios éticos, morales, culturales, religiosos y humanos que hemos recibido, porque son el último baluarte para detener esta ola de locura ideológica que se ha mostrado como el virus más mortífero de nuestro tiempo.
 
La vida es un regalo
 
Nuestros jóvenes y adolescentes necesitan ideas claras, referentes claros, maestros claros y testigos claros. No podemos titubear frente a la creciente ideología llegando a aceptar la duda sobre nosotros mismos y nuestra propia identidad. Por supuesto que en nosotros hay mucho que construir, pero siempre sobre la base de lo que nos ha sido dado: ese es el punto de partida, y aceptar eso es el comienzo del camino que forja la propia identidad. Primero hemos de ser quienes somos para poder llegar a ser lo que estamos llamados a ser. Cualquier otro camino lleva a la destrucción de la mente humana. Y los datos, trágicamente, nos dan la razón. La negación de la naturaleza considerada como una dictadura, ha llevado a la sinrazón del autodeterminismo. Pero la vida es un regalo; sólo puede aceptarse, y tal como es. Hemos de enseñar que cada uno de nosotros somos un regalo para nosotros mismos y para los demás, tal y como somos. La naturaleza no es una dictadura que nos impone algo ante lo que hemos de rebelarnos, sino un sabio instrumento de Dios que nos da una identidad de la que partimos y que tiene la potencialidad de hacernos felices en la propia entrega. Ésta es una inmensa buena noticia. Hagámosla resonar sin miedo y sin titubeos, porque está en juego lo más esencial del ser humano: nuestra identidad.