Queridos hermanos
Este es el domingo de la Divina Misericordia, porque la esencia de la resurrección es la misericordia. ¿Qué podemos ofrecer al hombre de hoy? “Misericordia quiero y no sacrificio”, tener paciencia con los pecados de los demás. La Primera Palabra que nos da la Iglesia es de los Hechos de los Apóstoles, dice que los hermanos se reunían y estaban en comunión y hacían la ración del pan y las oraciones. Esto es muy importante porque lo que les unía a los primeros cristianos era la liturgia, por eso “ponían todo en común, vendían sus posesiones y sus bienes y la repartían entre todos según la necesidad de cada uno, acudían a diario al templo con un mismo espíritu y partían el pan en las casas y tomaban el alimento con alegría y sencilles de corazón, y cada vez se iban agregando cada vez más”. Fijaos, que lo primero es rezar y luego la celebración de la eucaristía en las casas.
Por eso respondemos con el Salmo 117: “Doy gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”, Él es la misericordia, Él es la piedra que desecharon los arquitectos y se ha convertido en la piedra angular de la historia de la salvación, la tuya y la mía. Por eso la Segunda Palabra que nos da la Iglesia en este domingo es del Apóstol San Pedro que dice: “mediante la resurrección de Jesucristo entre los muertos nos ha regenerado a una esperanza viva”. Esto es lo que ha hecho Jesús, regenerarnos a una esperanza viva, nos ha dado una herencia incorruptible, intachable e inaccesible. ¡Qué importante es, hermanos, que hayamos recibido esta herencia gratis! Por eso hermanos estos cincuenta días de Pascua son, como diría San Agustín, como si fueran un solo día.
El Evangelio que es de San Juan dice que estaban los discípulos en la casa con las puertas cerradas por miedo a los judíos, y en esto entró Jesús y dijo: “La paz con vosotros”, y les dio un signo verificable de su resurrección, les enseñó las manos y el costado, que estaban abiertos, y dijo “como el Padre me ha enviado” a predicaros, a transmitiros gratuitamente el espíritu de la resurrección, a anunciaros el Kerigma; “así también os envío yo, recibid el Espíritu Santo”, es decir, la gracia del Espíritu Santo, el espíritu de profecía. “A quienes les perdonéis sus pecados, le quedan perdonados”. Esta misión de los apóstoles es importante, porque perdonar pecados es experimentar la vida eterna, es tener misericordia. Pero hubo uno de los doce que no estuvo, Tomás el mellizo, y le dijeron: “Hemos visto al Señor” y él dudó. “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no creeré”. Tomas se había enfriado, no estuvo en la primera aparición de Jesús a los apóstoles, como nos pasa a nosotros si tú no vas a la Iglesia los domingos, también te enfrías, se va el Espíritu Santo. Y qué importante es que aparezca Jesús otra vez y nos diga: “trae tu mano y mételo en mi costado y no seas incrédulo, sino creyente”. El Evangelio termina diciendo: “porque me has visto has creído, bienaventurados los que creáis sin haber visto”. San Basilio habla del Santo Domingo de Jesús, honrado por la resurrección del Señor, primicia de todos los demás días. ¿Qué estamos celebrando? Estamos celebrando cincuenta días de fiesta donde Cristo ha destruido el ser que nos daba la muerte, el demonio. Por eso hermanos que estos sean cincuenta días de alegría, de paz, de reconciliación. No se puede hablar de cosas tristes, no se puede juzgar, ni criticar, solamente dar gracias al Señor, porque su eterna misericordia apareció en medio de entre nosotros y nos ha revelado su ser, que es el espíritu profético de la misericordia.
Pues bien, hermanos, que este Espíritu habite en medio de vosotros y nos conceda la comunión.
Que la bendición de Dios todopoderoso Padre, Hijo y Espíritu Santo esté con todos vosotros.
Recen también por mí, para que lo que yo les predico, lo viva interiormente.
Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao