Hablar sobre la fe no es como definir un concepto. Implica hacerlo desde la propia experiencia, pero ¿qué pasa cuando no la hay o está desgastada por falta de momentos de oración? Aburre, cansa, pues suena a rollo cursi. Jesús pasaba largas horas de silencio frente a su Padre. Por eso, cuando hablaba, despertaba conciencias. ¿Cómo lo hacemos nosotros?, ¿cuál es el sustento de lo que decimos, enseñamos o incluso escribimos? Repetir un slogan no convence. En cambio, cuando buscamos a Dios, haciéndolo parte de nuestra vida y, al mismo tiempo, nos preparamos intelectualmente, la cosa cambia y el mundo empieza a escuchar. Por eso necesitamos tener una sólida espiritualidad. Y por sólida, decimos libre de cuestiones gnósticas (energía, mala vibra, karma, etc.) o ideológicas (rigorismo, relativismo, etc.). No promovemos un sentimiento, tampoco un club, sino la experiencia de Dios y el hacerlo como Iglesia; es decir, en grupo, ayudándonos.
Hoy, necesitamos maestros de espiritualidad. Hombres y mujeres que, conociendo desde dentro las aventuras de la oración, los silencios, el entusiasmo, las incomprensiones, los buenos momentos, entre otras experiencias, comuniquen con buen humor que la fe vale la pena, pero no se puede improvisar. Hacerlo, nos lleva al vacío, desanimando incluso a otros. Más que animadores o terapeutas, necesitamos formadores, porque un formador reúne los otros dos rasgos en un todo mucho más completo. Trabajar por una sólida espiritualidad nos permitirá contribuir, junto con toda la Iglesia, hacia un despertar en la fe, redescubriéndola frente a una sociedad que la necesita.
Hoy, necesitamos maestros de espiritualidad. Hombres y mujeres que, conociendo desde dentro las aventuras de la oración, los silencios, el entusiasmo, las incomprensiones, los buenos momentos, entre otras experiencias, comuniquen con buen humor que la fe vale la pena, pero no se puede improvisar. Hacerlo, nos lleva al vacío, desanimando incluso a otros. Más que animadores o terapeutas, necesitamos formadores, porque un formador reúne los otros dos rasgos en un todo mucho más completo. Trabajar por una sólida espiritualidad nos permitirá contribuir, junto con toda la Iglesia, hacia un despertar en la fe, redescubriéndola frente a una sociedad que la necesita.