Todo empieza con un partido político que gana con mayoría absoluta unas elecciones democráticas y que, una vez instalado en el poder y sin mayor explicación, no sólo no sustituye las leyes contra las que había votado cuando estaba en la oposición y que en su programa electoral había prometido derogar, sino que, traicionando de modo flagrante a sus votantes, incluso realiza sustanciales progresos en las políticas iniciadas por esas leyes que en su día rechazó, varias de las cuales, siempre desde la oposición, hasta había mandado al Tribunal Constitucional.
Tras ganar de nuevo unas elecciones, aunque esta vez sin mayoría absoluta, los numerosos casos de corrupción que afectan a ese partido político producen que otro partido de la oposición le interponga una moción de censura por corrupto. Hasta aquí bien, normal, incluso saludable, si no fuera porque ese partido que quiere echar al primero por corrupción… ¡¡¡es aún más corrupto que él!!! ¡¡¡si cabe!!!
Ese partido político bastante más corrupto –si cabe- que aquél al que quiere reemplazar, pretende gobernar ahora con apenas 84 diputados, es decir… ¡¡¡ni siquiera la cuarta parte de la cámara!!! Y con 51 menos de los que tiene aquél al que quiere derribar, es decir… no sólo sin haber ganado elección alguna ¡¡¡sino habiéndose quedado a una distancia sideral de hacerlo!!!
Para conseguirlo, el partido político en cuestión tiene que conseguir el voto favorable de varios partidos inmersos todos ellos en causas de corrupción -de lo más coherente-, y por si ello no fuera suficiente, el de los que hasta hace sólo unos pocos años andaban a tiros por la calle matando ciudadanos, -¡entre ellos a sus propios compañeros de filas!-, y también, el de los que pretenden destruir –literal, destruir, trocear- el territorio nacional, que a estas alturas de la historia, no es sólo que amenacen con hacerlo, sino que han dado ya un golpe de estado gracias al cual han estado a punto de conseguirlo, y a nadie ocultan su intención de dar uno nuevo en un próximo futuro.
Y tiene que conseguir también el voto favorable de otro partido político que había vendido su alianza a aquél al que se quiere desalojar del poder a cambio de una cantidad fabulosa de dinero público, -vale decir, de su bolsillo y del mío, amigo lector-el cual, a pesar de cambiar de bando, de devolver la pasta ni una palabra habla… y sí, por el contrario, de un nuevo peaje que, aparentemente, pagarán ahora sus nuevos aliados, pero que, en realidad, pagaremos de nuevo Vd. y yo.
Dígame, amigo lector, ¿cabe más bajeza, cabe más desvergüenza, cabe más villanía en la política española? ¿De verdad es necesaria tanta bellaquería para hacer política, o en otros términos, de verdad hace falta ser tan bellaco para ser político? ¿Tan bajo han podido caer los políticos españoles? ¿Es que no hay nada en el mundo que produzca algo de sonrojo a un político de la marca España? ¿Queda lugar para una sola patada más a la ética y hasta a la estética?
En tres palabras, ni una más ni una menos… la política en España… ¡es de potar!
Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Hace más falta que nunca.
©L.A.
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