El Bautismo es un sacramento y como tal, es puente para que la Gracia de Dios nos atienda y ayude. Bautizar es más que hacer un signo, ya que los sacramentos reflejan la mano que Dios nos tiende y espera. Por eso son símbolos sagrados que tenemos que venerar y agradecer. Hoy en día vemos los sacramentos como elementos socio-culturales que forman parte de las costumbres ancestrales que conservamos. Somos incapaces de comprender el tremendo misterio que hay tras las apariencias sociales con las que los hemos revestido.
¿Qué hay que pueda contribuir a la salvación de los hombres que no esté contenido en este sacramento? Todo lo necesario está pleno en él, pues proviene de Aquel que es pleno y perfecto. En efecto, dicho sacramento tiene el nombre de su naturaleza en el Padre, en el sentido en que sólo el Padre es padre, porque su paternidad no proviene de otro al modo humano: Él es ingénito, eterno y subsiste siempre en sí de modo que sólo es conocido por el Hijo. Y el Hijo es como la descendencia del ingénito, uno del uno, verdadero del verdadero, vivo del vivo, perfecto del perfecto, potencia de la potencia, sabiduría de la sabiduría, gloria de gloria, imagen de Dios invisible, forma del Padre ingénito. El Espíritu Santo no puede separarse de la confesión esencial del Padre y del Hijo y en verdad, en ninguna parte falta este consuelo de nuestra esperanza. En los efectos de sus dones está la prenda de las futuras promesas. Es la luz de las inteligencias y el esplendor de las almas. (San Hilario. Tomado de la Catena Aurea Mt 28, 16-20)
Podemos preguntarnos la misma pregunta que San Hilario: ¿Qué hay que pueda contribuir a la salvación de los hombres que no esté contenido en este sacramento? Y después podemos preguntar a tantas personas que autodefinen como católicos. Posiblemente la contestación sea encogerse de hombros. Tal vez nos digan que a Dios no le importan estas ceremonias, como he oído varias veces. Para muchos católico-agnósticos, la pseudo-bondad de Dios es suficiente para esperar ser acogidos tras la muerte. Incluso muchos prelados de la Iglesia anteponen esta pseudo-bondad a cualquier otra consideración, despreciando la existencia del castigo eterno indicado por Cristo mismo.
Es evidente que no podemos tener más terror al infierno que confianza en Dios. Pero es igual de evidente que la existencia de la salvación conlleva la existencia de una condenación cierta de nuestra alma. Cristo no habla de un infierno vacío o de la aniquilación de las almas que no desean estar unidas a Dios. El Bautismo es el inicio del camino que todo católico debe tomar. Es la iniciación que establece un vínculo sagrado entre nuestro ser y el amor de Dios. Por el Bautismo nos convertimos en hijos adoptivos de Dios, que es mucho más que simples criaturas creadas por Dios. No podemos despreciar el Bautismo o relegarlo a una ceremonia socio-cultural. Igual que pasa con otros sacramentos, deberíamos de intentar desligarlo de las celebraciones del mundo y devolver su sentido al que inicialmente le fue dado.
El Bautismo nos re-liga, nos re-une, con la Santísima Trinidad, que celebramos solemnemente hoy domingo.
Recordemos lo que Cristo nos dice en el Evangelio de esta solemnidad: “Y tengan por seguro esto: que estoy con ustedes siempre, hasta el fin de los tiempos”. Sin un entendimiento profundo del bautismo es imposible confiar en las palabras del Señor. Sin una vivencia sustancial del bautismo, diríamos que no todo lo que exponen los Evangelios es Evangelio y empezamos a recortar los pasajes que no se ajustan a nuestro gusto personal. Si el Bautismo es para nosotros una ceremonia o una costumbre, es evidente que no hemos dejado que el Espíritu Santo entre en nuestro ser y lo convierta en su templo.