Acabamos de celebrar la fiesta de Pentecostés y yo ni me he enterado… ¡qué mal!
Normalmente estoy atenta al calendario litúrgico, voy preparándome interiormente para recibir toda la gracia que Dios derrama en las fiestas… pero este año se me ha ido de la cabeza, llegó el domingo y nada más comenzar la misa el sacerdote dijo que era Pentecostés y yo sentí vergüenza por presentarme en Su fiesta como un paracaidista despistado.
Es una pena que por no prepararnos bien no podamos recibir toda la gracia que Dios desea regalarnos, como si vamos a llenar un vaso de agua en el grifo y resulta que el vaso tiene una grieta, no recoge toda el agua que podría.
Pero como Dios es padre, más bien padrazo, Él ya sabe que no siempre llegamos a la altura de nuestros propios deseos o propósitos. No se sorprende, cuenta con ello igual que los padres contamos con que no siempre nuestros hijos son capaces de cumplir con lo que se proponen. Y al igual que nosotros-bueno a lo mejor alguna vez sí que nos mosqueamos y nos falta paciencia-, en vez de enfadarse o frustrarse se enternece y nos da otra oportunidad.
El caso es que me he dado cuenta de que apenas conozco al Espíritu Santo. Siempre ha sido un enigma para mí. Tanto oír que es “el gran desconocido” me ha llevado a dar por hecho que es un gran misterio que nunca en la vida voy a poder entender.
Pero algo ha pasado en mí, debe ser cosa de la edad, el caso es que ¡no me conformo!, ¡quiero saber más, quiero conocerle bien!
Pero ¿qué sé realmente? Bueno, algo me suena. Por ejemplo, que Jesús le nombra así tal cual: “el Espíritu Santo”, por poner 1 ejemplo en Mateo 28, 19: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,”.
Que actúa en silencio, en el interior de uno, sin grandes alharacas; por eso nos cuesta tanto creer en Él o tener conciencia de su existencia.
La palabra “espíritu" es la traducción del término hebreo "Ruah", que en su primera acepción significa soplo, aire, viento. El aire no se ve, no huele, no tiene color pero sin él no es posible la vida. Pues así sucede con el Espíritu Santo. Él es quien da la vida al alma, quien hace posible que nos hagamos hijos de Dios, quien fortalece y confirma nuestra fe, quien nos da la sabiduría espiritual. ¿Cómo funciona? ¡Ni idea! Tampoco sé cómo funciona el aire pero ahí está…
El Espíritu Santo tiene más nombres que vienen a “completar” la imagen que nos hacemos de Él para poder “entender” quién es: Jesús le llama Paráclito-que significa consolador- y Espíritu de Verdad. San Pablo Espíritu de la promesa, Espíritu de Cristo, Espíritu del Señor, Espíritu de Dios. San Pedro Espíritu de gloria.
Y existen símbolos que también nos ayudan a entender cómo actúa el Espíritu Santo en nosotros porque nos entran por los ojos: el agua, la unción con el óleo, el fuego, la nube y la luz, el dedo de Dios, la paloma, la imposición de las manos…
Últimamente no estoy muy fina que digamos, así que un día haciendo mi oración le dije: “Mira, estoy muy espesa y no te oigo cuando me hablas, así que déjate de soplos y brisas y dirígete a mí sin sutilezas, como en el Antiguo Testamento: ¡a lo bestia!”
Y no es que la cosa haya cambiado sustancialmente pero algo sí que me voy enterando de lo que quiere decirme, porque “se me ocurren” cosas que van mejorando mi vida cristiana y me acercan al Señor, como ir a confesarme, no dejar la oración, asistir a misa y comulgar todas las veces que pueda...
De todas formas sí que es verdad que es imposible que podamos entenderle y conocerle plenamente en esta vida, pero para hacernos una idea existen cuadros, vidrieras, himnos, esculturas, canciones, poesías, textos, libros enteros…
Hay una canción que a mí me gusta mucho, por eso la comparto. “A nuestros corazones”, del Grupo Betsaida; aunque la imagen no es muy buena, se oye bien.