Joan Bassegoda Nonell escribe sobre la Catedral del Mar:
La tragedia artística más sensible y más sentida que ha sufrido la ciudad de Barcelona es el incendio y saqueo de la famosa basílica de Santa María de la Mar, que en todos los tiempos y algaradas había siempre infundido un respeto catedralicio. Por sus corporaciones, por su historia, por la simpatía barcelonesa que había patinado sus muros, este templo es la segunda catedral, la catedral menestral de Barcelona. Desembarazada por completo su nave media, ofrecía su interior un aspecto grandioso y despejado que sobrecogía y borraba toda impresión y recuerdo profano; las antiguas vidrieras de sus ventanales le daban una entonación suavísima, y el brillante barroco del altar mayor regocijaba armoniosamente su severidad rectilínea. En medio de un sacrílego Gaudeamus Santa María, la Asunta, emprendió definitivamente el vuelo junto con sus nubes y ángeles, con su tesoro y reliquias históricas, acompañada del inmenso órgano, de los retablos y de los santos que la ciudad no merecía tenerlos en su seno.
La funesta mañana del 19 de julio de 1936
El domingo 19 de julio de 1936 el párroco de Santa María, mosén Juan Llombart celebró misa por la mañana en la capilla del Santísimo. La concurrencia de fieles era escasa, pues en las calles sonaban los disparos de la lucha revolucionaria.
Terminada la misa mosén Llombart salió de la iglesia y procedió a esconderse ante el futuro que se presentaba tan amenazador.
Al día siguiente las turbas penetraron en la iglesia y procedieron a su sistemática destrucción. El movimiento militar estaba dominado, por tanto el gobierno tenía en teoría el poder y pudo haber protegido el templo enviando allí unos cuantos mozos o guardias, pero no se hizo así.
Fueron abiertas las tumbas bajo las losas del pavimento y esparcidos los restos humanos, el Sagrario de la capilla del Santísimo fue abierto y arrojadas por doquier las Sagradas Formas. Después de romper imágenes, cuadros y objetos litúrgicos amontonaron los bancos de la nave central junto al presbiterio, los rociaron con gasolina y prendieron fuego al informe montón.
El incendio destruyó toda la parte superior del altar mayor con la imagen de la Asunta. Ardieron como teas, el coro situado detrás del altar, la tribuna Real construida a fines del siglo XVII que estuvo unida por un puente con el Palacio Real y el magnífico órgano. Las llamas de la madera del órgano causaron profundo daño en la piedra arenisca del muro que hubo de rehacerse en las restauraciones.
Todos los altares de las capillas laterales y de la girola fueron quemados y los archivos, guardados en los altillos de las capillas absidales, sufrieron daños de gran consideración destruyéndose en su mayor parte. Algunos pergaminos, carbonizados, pudieron ser recuperados, y, años más tarde, tratados con un producto que ha permitido desenrollados de nuevo y leerlos [...].
Volviendo a los años de guerra, mosén Llombart, que permanecía en Barcelona escondido, recibió a primeros de octubre de 1938 la visita de un feligrés de Santa María que había tomado a su cargo la llave de la puerta del Borne, única practicable del templo ya que, una vez incendiada la iglesia los arquitectos Buenaventura Bassegoda Musté, Luis Bonet Garí y Jerónimo Martorell Tarrats consiguieron que la Generalidad cerrara las puertas con muros de ladrillo para evitar la continuidad de los saqueos.
La puerta del Borne conservó sus grandes hojas de madera recubiertas de plancha de hierro, pero la bella imagen de la Inmaculada en el tímpano pereció en el asalto.
El feligrés antes referido aconsejó al párroco que entrara en el templo con el fin de recoger algunos objetos y libros que aparecían esparcidos por el suelo. Con anterioridad el templo estuvo cerrado y abandonado y solamente se tiene noticia de la entrada, en octubre de 1936, del fotógrafo Francisco Ribera Llopis que obtuvo unas impresionantes placas de la martirizada iglesia.
Pocos días después de la conversación entre feligreses y párroco, éste se acercó a las nueve de la mañana a la puerta del Borne esperando hallarla abierta, según lo convenido. Sin embargo, encontró la puerta cerrada y a poco se enteró que su feligrés había sido detenido acusado de organizar reuniones clandestinas de curas en el interior del templo. Pudo demostrar fácilmente lo absurdo de la acusación y fue dejado en libertad. Entonces pudo entrar mosén Llombart en Santa María. La descripción que hizo de la iglesia en aquellos dolorosos momentos es sumamente valiosa y merece la pena transcribirla fielmente:
"Di una mirada a lo largo de la nave lateral y se ofreció a mi vista un cuadro de desolación, sepulturas abiertas, profanadas, huesos humanos entre montones de escombros, muros y pilares carcomidos por las llamas, rejas violentadas, ventanales con las vidrieras rotas o desaparecidas, dando libre paso a la luz del sol que revelaba escandalosamente los espacios antes sagrados ... Sentí un escalofrío y pensé retroceder, pero me atraía la capilla del sacramento que había corrido la misma suerte que el resto del templo, pero en la que seguía en píe, enhiesto, triunfante, la gran imagen del crucificado, cual bandera de victoria sobre un montón de ruinas y sacrilegios. Caí de hinojos y lloré".
La tragedia artística más sensible y más sentida que ha sufrido la ciudad de Barcelona es el incendio y saqueo de la famosa basílica de Santa María de la Mar, que en todos los tiempos y algaradas había siempre infundido un respeto catedralicio. Por sus corporaciones, por su historia, por la simpatía barcelonesa que había patinado sus muros, este templo es la segunda catedral, la catedral menestral de Barcelona. Desembarazada por completo su nave media, ofrecía su interior un aspecto grandioso y despejado que sobrecogía y borraba toda impresión y recuerdo profano; las antiguas vidrieras de sus ventanales le daban una entonación suavísima, y el brillante barroco del altar mayor regocijaba armoniosamente su severidad rectilínea. En medio de un sacrílego Gaudeamus Santa María, la Asunta, emprendió definitivamente el vuelo junto con sus nubes y ángeles, con su tesoro y reliquias históricas, acompañada del inmenso órgano, de los retablos y de los santos que la ciudad no merecía tenerlos en su seno.
La funesta mañana del 19 de julio de 1936
El domingo 19 de julio de 1936 el párroco de Santa María, mosén Juan Llombart celebró misa por la mañana en la capilla del Santísimo. La concurrencia de fieles era escasa, pues en las calles sonaban los disparos de la lucha revolucionaria.
Terminada la misa mosén Llombart salió de la iglesia y procedió a esconderse ante el futuro que se presentaba tan amenazador.
Al día siguiente las turbas penetraron en la iglesia y procedieron a su sistemática destrucción. El movimiento militar estaba dominado, por tanto el gobierno tenía en teoría el poder y pudo haber protegido el templo enviando allí unos cuantos mozos o guardias, pero no se hizo así.
Fueron abiertas las tumbas bajo las losas del pavimento y esparcidos los restos humanos, el Sagrario de la capilla del Santísimo fue abierto y arrojadas por doquier las Sagradas Formas. Después de romper imágenes, cuadros y objetos litúrgicos amontonaron los bancos de la nave central junto al presbiterio, los rociaron con gasolina y prendieron fuego al informe montón.
El incendio destruyó toda la parte superior del altar mayor con la imagen de la Asunta. Ardieron como teas, el coro situado detrás del altar, la tribuna Real construida a fines del siglo XVII que estuvo unida por un puente con el Palacio Real y el magnífico órgano. Las llamas de la madera del órgano causaron profundo daño en la piedra arenisca del muro que hubo de rehacerse en las restauraciones.
Todos los altares de las capillas laterales y de la girola fueron quemados y los archivos, guardados en los altillos de las capillas absidales, sufrieron daños de gran consideración destruyéndose en su mayor parte. Algunos pergaminos, carbonizados, pudieron ser recuperados, y, años más tarde, tratados con un producto que ha permitido desenrollados de nuevo y leerlos [...].
Volviendo a los años de guerra, mosén Llombart, que permanecía en Barcelona escondido, recibió a primeros de octubre de 1938 la visita de un feligrés de Santa María que había tomado a su cargo la llave de la puerta del Borne, única practicable del templo ya que, una vez incendiada la iglesia los arquitectos Buenaventura Bassegoda Musté, Luis Bonet Garí y Jerónimo Martorell Tarrats consiguieron que la Generalidad cerrara las puertas con muros de ladrillo para evitar la continuidad de los saqueos.
La puerta del Borne conservó sus grandes hojas de madera recubiertas de plancha de hierro, pero la bella imagen de la Inmaculada en el tímpano pereció en el asalto.
El feligrés antes referido aconsejó al párroco que entrara en el templo con el fin de recoger algunos objetos y libros que aparecían esparcidos por el suelo. Con anterioridad el templo estuvo cerrado y abandonado y solamente se tiene noticia de la entrada, en octubre de 1936, del fotógrafo Francisco Ribera Llopis que obtuvo unas impresionantes placas de la martirizada iglesia.
Pocos días después de la conversación entre feligreses y párroco, éste se acercó a las nueve de la mañana a la puerta del Borne esperando hallarla abierta, según lo convenido. Sin embargo, encontró la puerta cerrada y a poco se enteró que su feligrés había sido detenido acusado de organizar reuniones clandestinas de curas en el interior del templo. Pudo demostrar fácilmente lo absurdo de la acusación y fue dejado en libertad. Entonces pudo entrar mosén Llombart en Santa María. La descripción que hizo de la iglesia en aquellos dolorosos momentos es sumamente valiosa y merece la pena transcribirla fielmente:
"Di una mirada a lo largo de la nave lateral y se ofreció a mi vista un cuadro de desolación, sepulturas abiertas, profanadas, huesos humanos entre montones de escombros, muros y pilares carcomidos por las llamas, rejas violentadas, ventanales con las vidrieras rotas o desaparecidas, dando libre paso a la luz del sol que revelaba escandalosamente los espacios antes sagrados ... Sentí un escalofrío y pensé retroceder, pero me atraía la capilla del sacramento que había corrido la misma suerte que el resto del templo, pero en la que seguía en píe, enhiesto, triunfante, la gran imagen del crucificado, cual bandera de victoria sobre un montón de ruinas y sacrilegios. Caí de hinojos y lloré".