Interesante el Evangelio de hoy miércoles. ¿Por qué? Porque evidencia el sentido de pertenencia a la misión cristiana. ¿Qué pasa si un hermano realiza una misión que no es la que nosotros tenemos encomendada o no pertenece a “nuestro grupo” cristiano? Esto es lo que plantearon a Cristo los Apóstoles y Cristo lo dejó claro: “no hay ninguno que haga milagros en mi Nombre, y que pueda luego hablar mal de mí” (Mc 9, 39). Hay que darse cuenta que el centro de la misión es Cristo, no las estéticas, modas o tendencias de cada momento eclesial. Lo sustancial es obrar movido por la Gracia de Dios, aunque esto pueda disgustar a otros hermanos o hacerles pensar que estamos “rechazando” su “espacio” estético-ideológico.

Curiosamente hay otro pasaje evangélico en el que Cristo dice todo lo contrario. San Agustín nos señala que en cada pasaje habla de algo diferente y no nos conviene confundir estas cosas:

Pero quiere que se entienda esto: en tanto no está alguien con Él en cuanto está contra Él, y en tanto no está contra Él, en cuanto está con Él. Por ejemplo: este que hacía milagros en el nombre de Cristo y no estaba en el grupo de los discípulos de Jesús, en la medida en que obraba milagros en su nombre, en esa misma medida estaba con ellos y no contra ellos; pero en la medida en que no se adhería a su grupo, en esa misma medida no estaba con ellos y estaba contra ellos. Pero como ellos le prohibieron hacer aquello en lo que estaba con ellos, les dijo el Señor: No se lo prohibáis. Lo que debieron prohibirle era el estar fuera de su compañía, para persuadirle a la unidad de la Iglesia, no aquello en que estaba con ellos, encareciendo el nombre de su Maestro y Señor con la expulsión de los demonios. (San Agustín, La concordancia de los Evangelios, 4, 5)

Es duro ver cuántas veces nos despreciamos unos a otros hoy en día. Cuántas veces andamos buscando quien está contra el grupo eclesial al que sentimos pertenecer. Todos pensamos que Iglesia somos nosotros y nos cuesta aceptar a quienes están con Cristo con un carisma diferente. La unidad conlleva estar unidos en todo lo sustancial, aunque en lo demás sólo podamos ofrecer espacios de cordial convivencia. Actualmente no es raro encontrarse propuestas de unidad en lo aparente, que esconden grietas sin fondo en lo sustancial. También existen todo tipo de controversias sobre lo que es sustancial y lo que no lo es. Incluso los mismos Evangelios se ajustan para justificar las diferencias que nos separan. Señalar este peligro puede hacer que nos desprecien y rechacen otros hermanos de fe. Tengo alguna mala experiencia en este sentido.

Pentecostés fue un momento único e irrepetible. No podemos esperar en alumbramiento de “otra iglesia” posible o imposible, porque la única Iglesia ya tuvo su inicio con la efusión del Espíritu Santo.

Ahora, siempre podemos esperar que nuestro corazón acoja al Espíritu Santo, una y mil veces en nuestra vida.


Si abrimos nuestro corazón al Espíritu, viviremos un Pentecostés que nos unirá a la Iglesia. Iglesia que es madre que nos acoge con los talentos, dones y carismas que hemos recibido desde nuestro nacimiento. Ser hermanos en el Espíritu conlleva nacer de nuevo, como Cristo indica en Juan 3:3-7 a Nicodemo:

Respondió Jesús y le dijo: En verdad, en verdad te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el Reino de Dios. Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te diga: Os es necesario nacer de nuevo.

Nacer del Espíritu nos hacer hermanos. La Hermandad del Paráclito nos une a Cristo. Unidos en Cristo, todos y todo cobra sentido.