Santo Tomás de Aquino O.P., recomendaba que cuando estuviéramos dialogando con un ateo, no utilizáramos, en primer lugar, argumentos bíblicos, sino naturales. No era que ocultara a Dios, sino que primero planteaba una línea intelectual aceptable para el otro, disponiéndolo a entrar más adelante de lleno en la fe, en el cristianismo.

Una razón natural que prueba la existencia de Dios es el hecho de que no existe nada que no haya sido pensado previamente. Por ejemplo, antes de que un vehículo se fabrique, hay un diseño que estuvo originalmente en la mente de alguien. Como analogía, podríamos decir lo mismo del sistema solar. El que funcione, parte de un pensamiento que lo estructuró de forma adecuada, coordinada, encontrando a Dios en esto, toda vez que no se trata de un invento humano y/o artificial. Tiene su razón de ser y podríamos decir que consiste en un caos ordenado, en el que el azar no da una respuesta satisfactoria, sino la participación de un ser inteligente que, en Jesús, se nos ha dado a conocer.

Somos, por lo tanto, el resultado de un pensamiento de Dios, lo cual, a su vez, es un acto de amor. De ahí la originalidad de cada uno. El “modus operandi” de nuestro propio cuerpo, con sus células, tejidos y órganos, es también un argumento, pues alguien lo planteó de tal modo que da lugar a la vida. Dios es razonable y, aunque no logremos comprenderlo o agotarlo (intelectualmente) en un 100%, podemos aproximarnos y ayudar a que muchos otros se den cuenta que creer nunca será un error.