Siempre se repite la misma historia:
cada individuo no piensa más que en sí mismo.
(Sófocle)
Una hija cariñosa rezaba así a san Antonio:
─San Antonio bendito, no te pido un novio rico y guapo para mí, pero a mi pobre madre dale un yerno rico, generoso y guapo.
El móvil principal del egoísta es su propia satisfacción personal, pero
¡cuántas veces el egoísmo se disfraza de caridad! Y ese es el egoísmo más repugnante: no solo busca su provecho, sino que incluso pretende venderlo como un favor. Además de egoísmo resulta un insulto: trata de tomar a los demás por tontos.
No es agradable que a uno le engañen; pero que, además, intenten tomarle el pelo, ya es demasiado.
La sinceridad atrae y cautiva. La doblez resulta repulsiva. Y la sinceridad, como toda virtud, hay que cultivarla. Jesús nos ha dicho: Que vuestro sí sea sí, que vuestro no sea no (Mateo 5, 37).
Sinceridad en lo que decimos y lo que hacemos debe ser lo mismo,convencidos de que en nuestros días la simple sinceridad no ha perdido nada de su poder de atracción o impresión.
Muy lejos de la sinceridad queda el egoísmo manipulador que se disfraza de una fingida generosidad, pero solo busca el propio provecho.
El egocentrismo nos lleva a la infelicidad, aunque la sociedad actual nos quiera persuadir de lo contrario. Cuando la atención se vuelca hacia el «yo», se acaba haciendo un doble daño: a los demás, mientras se les pasa por encima; y a uno mismo, porque a la postre se queda solo.
Debemos avanzar hacia unas actitudes que se expresen en generosidad hacia el prójimo y lograremos con ello nuestro propio crecimiento humano y espiritual.
Pero ¿Qué es la generosidad? Generosidad es pensar y actuar hacia los demás, hacia fuera. No hacia adentro.
Practicando la generosidad en silencio, sin reflectores y sin anuncios en los medios sociales, es la única manera de que, no perdiendo su esencia, nos proporcione paz interior.
Hay que intentar mejorar nuestro entorno siendo sinceros y generosos y huyendo del ladino:
─No te pido, pero...