Estas anécdotas, seleccionadas por un buen amigo, están publicadas en un breve librito sobre la Sagrada Comunión.
El general Étienne Radet tenía orden del emperador Napoleón de prender al Papa Pío VII y sacarle de Roma. Rompió algunas puertas del palacio pontificio y entró tumultuosamente hasta la habitación del Papa. Le halló sin defensa, pero vestido con los ornamentos pontificales. Quedó sorprendido, y después de haber entrado con tanto tumulto, sólo temblando le pudo comunicar la orden recibida. Años más tarde le preguntaron cuál fue la causa de aquel cambio repentino ante el Pontífice, y contestó: "Fue el recuerdo de mi primera Comunión. Repentinamente se me vino a la memoria y sentí horror de ejecutar la orden que se me había dado"
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El rey Federico II de Prusia invitó un día a comer al general Ziethen, que por su talento y valor llegó a ser de sus más íntimos consejeros. «Decid al rey, contestó el general, que se digne excusarme, pues hoy he comulgado y los días que tango tal dicha procuro no distraerme». Estando algunos días después en el castillo de Sans‑Souci, le dijo el rey: «General ¿cómo lo habéis pasado con vuestra Comunión?» Los cortesanos se echaron a reír, y el general, ofendido contestó: «Señor, sabéis que jamás retrocedí ante el peligro. Siempre combatí con valor por vos y la patria, y a vuestro servicio está mi espada; pero está sobre nosotros Jesucristo nuestro Redentor, y no permitiré jamás se le insulte en mi presencia con cobardes sonrisas». «Dichoso vos, general, replicó el rey protestante. Yo respeto vuestra religión y lo ocurrido no volverá a repetirse en mi presencia».
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En cierta ocasión, el padre Tarín vio que una niña estaba llorando entre sus amigas que acaban de tomar su primera Comunión. Al acercarse le preguntó por qué lloraba. Ella contestó: "…porque mi padre no ha querido venir a comulgar conmigo". Y ¿por qué no ha querido? ", "He tenido que venir sin decirle nada… me hubiese pegado" “Bueno, no llores – le dijo- cuando vuelvas a casa, dile que has hecho la primera Comunión y que el Padre misionero quiere hablar con él". "No vendrá". "Tú, díselo, ya verás como viene".
El padre de la niña se echó a reír, cuando ella le dio el recado pero no le riñó. Por la tarde la niña tomó la mano de su padre, diciéndole que quería pasear con su traje blanco. Al pasar por la iglesia, le hizo entrar, valiéndose de caricias. El padre Tarín estaba sentado en el confesonario y la niña llevó a su padre hacia él, diciendo: "Papá, ahí está el Padre Misionero". El sacerdote se puso a hablar con él. Dos horas después, todavía estaba aquel hombre confesando. Refiriéndolo después el padre Tarín decía: "Sobre estas manos pecadoras mías caían sin cesar las lágrimas del pecador arrepentido”
El padre de la niña se echó a reír, cuando ella le dio el recado pero no le riñó. Por la tarde la niña tomó la mano de su padre, diciéndole que quería pasear con su traje blanco. Al pasar por la iglesia, le hizo entrar, valiéndose de caricias. El padre Tarín estaba sentado en el confesonario y la niña llevó a su padre hacia él, diciendo: "Papá, ahí está el Padre Misionero". El sacerdote se puso a hablar con él. Dos horas después, todavía estaba aquel hombre confesando. Refiriéndolo después el padre Tarín decía: "Sobre estas manos pecadoras mías caían sin cesar las lágrimas del pecador arrepentido”
Tres encantadoras anécdotas que retratan el valor, el misterio y la maravillosa verdad que encierra el Santísimo Sacramento que Cristo nos dejó.
Porthos