(1932) es uno de mis poetas preferidos. Sus poemarios son de aquellas pocas lecturas a las que siempre vuelvo. Deslumbrado por el azul del Mediterráneo –el poeta nació en Oliva, en la Comunidad Valenciana, no lejos de Alicante– Brines es un poeta "elegíaco". En todos sus poemas evoca la luz y la belleza del mundo, que marcaron su infancia: "...han tocado mis ojos el esplendor del mundo", "...el ser, aquel asombro"; pero sus adjetivos con frecuencia cantan tristes la caducidad y el incumplimiento de la promesa: "...un desolado azul iluminado", "...la estéril razón de la existencia"; o con los versos finales de su resignado y espléndido poema Cuando yo aún soy la vida: "...¿Cuál será la esperanza? Vivir aún; / y amar, mientras se agota el corazón, / un mundo fiel, aunque perecedero. / Amar el sueño roto de la vida / y, aunque no pudo ser, no maldecir / aquel antiguo engaño de lo eterno. / Y el pecho se consuela porque sabe / que el mundo pudo ser una bella verdad".
 
Francisco Brines

Pero hoy traigo a este blog otros versos, terribles, que han sacudido mi alma y me han hecho escribir estas líneas. Pertenecen a su poema Imágenes en un espejo roto:
 
"...Dios pasea la gran negra humareda de su cuerpo
por el jardín estéril del Espacio curvado
(y caen de sus manos los soles, y estas centellas tristes
que lucen, y que somos, y se apagan),
con la Verdad que sólo a Él le pertenece.
Ese Dios fantasmal que crea y desconoce, y que camina
con su bastón de ciego".

He sentido estas palabras –casi– como una blasfemia. ¡Qué lejos de mi fe y de mi experiencia de la vida y de la realidad esta fórmula: "Dios pasea la gran negra humareda de su cuerpo / por el jardín estéril del Espacio curvado"!

¡Negación del mundo, del universo creado! ¡Antigénesis! ¡Tergiversación terrible del Dios luminoso y amante que se asombra y admira la obra de sus manos en el relato de la creación!: "...Y vio Dios que era bueno (bello)". Me venían a la mente las espléndidas iluminaciones medievales de la creación del mundo. Como el simbolismo de la mano de Dios, que da origen al Universo, y lo bendice:
 
La mano creadora de Dios

O la imagen del Logos, el Dios arquitecto que ordena el mundo, haciéndolo inteligible para nuestra razón, al mismo tiempo tan débil y poderosa, creada a su imagen y semejanza:
 
Dios, creando el mundo con sabiduría de geómetra

¡Qué colores, qué estrellas de oro, qué azules y rojos para representar la creación y al Creador! ¿Qué ha podido acontecer en el alma del poeta –qué extraño sueño o pesadilla– para que pueda decir que "Dios pasea la gran negra humareda de su cuerpo" por el "jardín estéril" del "Espacio curvado"?

Ni siquiera después del pecado de nuestros primeros padres –la desobediencia y desconfianza de los orígenes– podemos describir el Edén, el Paraíso terrenal, el Jardín primordial, como "estéril". Pues sigue existiendo, con toda su fecundidad y belleza, a la espera de que los descendientes de Adán y Eva volvamos un día a él, transfigurados, resucitados, pues Cristo, con su Pasión, Muerte y Resurrección, ha abierto de nuevo sus puertas a los hijos de la Alianza.
 
Creación y expulsión del Paraíso

¿Es el Espacio –curiosamente escrito con mayúscula, quizá divinizado con mentalidad positivista– el que está curvado, o es más bien el poeta el que, al menos aquí, se curva sobre sí mismo, incapaz de percibir la trascendencia, incapaz de alzar la mirada al horizonte inconmensurable del Misterio?

"Y caen de sus manos los soles"... "y estas centellas tristes / que lucen, y que somos, y se apagan". Sí, eso es en parte cierto, somos centellas que lucen y se apagan, aunque no tristes, sino gloriosas y amadas. Es verdad, brillamos un momento, resplandecemos con una luz donada, con una luz que no es nuestra, y luego nos apagamos. Dejamos de brillar en este mundo, pero para amanecer a la eternidad. ¡Somos criaturas! ¡Somos hechos! Lo expresó muy bien San Ireneo de Lión: "Lo propio de Dios es hacer; lo propio del hombre es ser hecho" (Deus facit, homo autem fit). ¿Tan difícil es aceptar, agradecidos, nuestra condición de criaturas? ¿Es que acaso eso hará triste nuestra vida? ¿No sería más triste, infinitamente triste –y, más aún, trágico–, no existir por amor, no haber surgido del Amor? ¿Por qué le cuesta tanto al hombre de nuestros días aceptar su ser donado, su ser dependiente? ¿No es eso lo propio del amor, aun entre nosotros? Lo escribió el mismo Brines: "Retiraste mi mano de tu mano / y me has dañado el ser". Sí, la falta de amor, el rechazo de una mano que aferre la nuestra, daña nuestro ser. Está muy bien dicho.

Pero para Brines, y para tantos poetas e intelectuales de nuestros días, el Dios cristiano –no se sabe por qué terrible perversión de probables colegios de curas en los que debieron de estudiar– es un "Dios fantasmal", "que crea y desconoce / y que camina con su bastón de ciego"... Desde luego, un Dios con un cuerpo de negra humareda, un Dios ciego e ignorante, nos resulta también a nosotros "fantasmal", o más bien, espectral, terrorífico. Y si en realidad no existiera, no haría falta tanto epíteto y tanto retruécano para alejarlo y conjurarlo.

"...Con la Verdad que sólo a Él le pertenece". También aquí escribe Brines "Verdad" con mayúscula. Como una amenaza, como una pretensión insoportable que cancelara nuestras verdades y aun nuestro propio ser. 

Concluyo: entiendo que muchos no crean en Dios y que rechacen al Dios cristiano. Entiendo que puedan estar –como puede pasarnos a todos– enfadados, desilusionados o tristes, entiendo incluso que puedan tener rencor hacia un cristianismo que no ha logrado, en sus vidas, hacerles descubrir el Rostro del Resucitado, el Rostro del Amigo, del Esposo... Pero no me parece honrado, no me parece justo obviar la belleza del mundo, el esplendor de la rosa, del mar y del cielo, diciendo que son mentira. Pues si "el mundo pudo ser una bella verdad" es que, en realidad y a la postre, no lo es. Podemos jugar con las palabras, pero la realidad es testaruda. Por eso, coincido en mucho contigo, poeta: "Han tocado mis ojos el esplendor del mundo".

¡El resto es gracia!


Juan Miguel Prim Goicoechea
elrostrodelresucitado@gmail.com
 
En todo hay belleza: cementerio de Anchuelo, mi parroquia