Diversidad como panacea. Unidad de la que sospechamos. La diversidad se entiende como deseable desde la postmodernidad que padecemos. La unidad se ve como un engaño que nos roba libertad. Se acepta como diverso aquello que es en apariencia diferente, pero al mismo tiempo exigimos a los demás aceptar las filias y fobias que subyacen en el entorno socio-eclesial. 

Tristemente, el reclamo de diversidad es un simulacro que cuando se profundiza, queda en bonitas palabras. En el fondo, estamos construyendo una estructura eclesial que no cuestione el sistema de estéticas y apariencias postmodernas en el que vivimos. “Vive y deja vivir”, “quién soy yo para juzgar” se contrapone al dedo que señala a quien no sigue el juego. Cuando un hermano evidencia una “diversidad” diferente a lo “aceptable”, no se le acoge, ni se busca entenderlo. Simplemente se le etiqueta de fariseo, cara de pepinillo en vinagre, rigorista, ultra ortodoxo, etc. Se le rechaza y margina sin misericordia alguna. Por el otro lado, también se rechaza a quien no se ajusta a la estética eclesial barroca, etiquetando al hermano de hereje, heterodoxo y otras lindesas. El problema es está en la torre de babel a la que pertenezcamos, sino al hecho de crearlas y rendirles pleitesía.

Viene Pentecostés. Es un momento especial en el que podemos reflexionar sobre la unidad que tanto necesitamos. El Señor nos promete el Espíritu Santo y lo hace, precisamente, para liberarnos de las torres de babel nos atrapan. Leamos lo que nos dice San Cirilo de Alejandría sobre esta unidad, de la que sospechamos, pero que realmente es redención y esperanza:

Cuando Cristo se hizo semejante a nosotros, es decir, se hizo hombre, el Espíritu lo ungió y consagró, aun siendo Dios por naturaleza... Él mismo santifica su propio cuerpo y todo lo que en la creación es digno de ser santificado. El Misterio ocurrido en Cristo es el principio y el itinerario de nuestra participación por el Espíritu.

Para unirnos también a nosotros, para fundirnos en una unidad con Dios y entre nosotros, aunque separados por la diferencia de nuestras individualidades, de nuestras almas y de nuestros cuerpos, el Hijo único inventó y preparó un medio para estar unidos, gracias a su sabiduría y según el consejo de su Padre. A través de un solo cuerpo, su Propio Cuerpo, bendice a los que creen en él en una comunión mística y hace de todos nosotros un solo cuerpo con Él y entre nosotros.

¿Quién podrá separar, quién podrá  privar de su unión física a los que, a través de este cuerpo sagrado y sólo a través de él, estén unidos en la unidad de Cristo? Si compartimos un mismo pan, formamos todos, un solo cuerpo (1C 10,17). Porque Cristo no puede ser partido. Por esto también a la Iglesia se la llama cuerpo de Cristo y a nosotros sus miembros, según la doctrina de san Pablo (Ef 5,30). Todos unidos a un solo Cristo a través de su Santo Cuerpo, le recibimos, único e indivisible, en nuestros propios cuerpos. Debemos considerar nuestros propios cuerpos como que ya no nos pertenecen.
(San Cirilo de Alejandría. Comentario al evangelio de Juan, 11, 11; PG 74, 558)

San Cirilo nos habla de que Cristo crea la unidad por medio de la sacralidad. La unidad tiene sentido desde el Logos que llena de luz el corazón de quien lo acepta. ¿Cómo lo hace? Por medio de la materia sagrada por antonomasia: “su Propio Cuerpo”, el Cuerpo de Cristo. A través de los sacramentos. Cristo “bendice a los que creen en Él en una comunión mística”. La Mística, el Misterio Cristiano, la Divina Proporción, se reducen actualmente a los aspectos socio-culturales de las comunidades. Sin la sacralidad no podemos llegar a Dios, porque no podemos llegar a Dios por medios humanos. Por medio de las torres de babel no iremos más allá de nuestra propia naturaleza caída. El Espíritu Santo conforma la unidad “y hace de todos nosotros un solo cuerpo con Él y entre nosotros”.

Cuando aspiramos a una unidad aparente sólo llegamos a generar un simulacro en el que actuamos como si la unidad existiera. Pobrecillo el que se atreva a indicar que detrás de la tramoya, cuando no hay fotos, shows o entrevistas, la unidad no existe. Este valiente será etiquetado como un profeta de catástrofes que estropea la fiesta.

San Cirilo se pregunta: “¿Quién podrá separar, quién podrá  privar de su unión física a los que, a través de este Cuerpo Sagrado y sólo a través de Él, estén unidos en la unidad de Cristo?”. Ahora nos desayunamos constantemente con arengas en pro de simulacros que sustituyen la sacralidad. Uno de estos simulacros es la pretendida intercomunión con quienes no creen en la presencia real de Cristo en los Sacramentos. ¿Qué razones se dan para seguir adentrándonos en estos simulacros? Básicamente todo se sostiene en una pastoral que prima el sentimiento social-cultural sobre el respeto y trascendencia de lo sagrado. Lo que cada cual siente, se ofrece como la piedra angular que sustituye a Cristo, verdadera Clave de Bóveda sobre la que la Iglesia se sostiene.
 
Cristo es el único salvador. Volviendo al texto de San Cirilo:
“Todos unidos a un solo Cristo a través de su Santo Cuerpo, le recibimos, único e indivisible, en nuestros propios cuerpos. Debemos considerar nuestros propios cuerpos como que ya no nos pertenecen”

No puede haber multitud de cristos, sino Uno sólo que da sentido a todos y a todo. Tal como dice San Cirilo, deberíamos de negarnos a nosotros mismos, ya que nuestros cuerpos no nos pertenecen. Deberían ser templo del Espíritu Santo y no herramientas del mundo y del enemigo.