Es, sin duda, Cesáreo Gabaráin Azurmendi el sacerdote más popular del mundo entero. Dedicó lo mejor de su vida sacerdotal al apostolado de la música religiosa popular. Como sucede, por ejemplo, con las grandes catedrales del gótico, que se reconoce la magnitud y la hermosura de su obra, pero se desconoce el nombre de los arquitectos que hicieron posible tal realidad, así sucede con enorme cantidad de composiciones musicales de monseñor Gabaráin y el éxito de ellas: que no pasaron desapercibidas para nadie, aunque casi todos desconocen a este gran sacerdote. Alguien ha llegado a afirmar que sus canciones eran y son más oídas que las de los Beattles. Hasta en Japón se cantan todos los domingos canciones como el Pescador de hombres, una de las más populares. Se desveló por comunicar a los más jóvenes la alegría del Evangelio. Muchos aún le recuerdan dirigiendo los cantos de la famosa Misa del Bernabéu, cuando San Juan Pablo II vino por primera vez a España. En 1991 falleció a los 54 años de edad, víctima de un cáncer.
San Juan Pablo II cantando en castellano Pescador de hombre
Una de canciones, que se ha popularizado por cantarse en los funerales, nos habla precisamente de la victoria de Cristo sobre la muerte:
Tú nos dijiste que la muerte / no es el final del camino.
Tú nos hiciste, tuyos somos. / Nuestro destino es vivir
siendo felices contigo / sin padecer ni morir.
Los antiguos teólogos cristianos, al igual que la mayoría de los testimonios antiguos, sitúan la Ascensión del Señor en el mismo día de la Pascua. Es la única solución conveniente desde el punto de vista teológico: Jesús no espera en cualquier gruta de los alrededores de Jerusalén a que se abra la puerta del cielo. Desde el instante en que sale de la muerte, entra en la Vida. Si esto es así, se preguntan otros autores: ¿qué sucede entonces con esta fiesta de la Ascensión en el Monte de los Olivos? Y Pierre Benoit, un afamado biblista, responde:
Hay que distinguir dos aspectos y dos formas en el misterio de la Ascensión. El primero es una exaltación celeste, invisible pero real, y que se realiza cuando Cristo resucitado volvió al Padre, inmediatamente después de la Resurrección. El segundo es una manifestación visible de su exaltación que Él mismo quiso dar.
En definitiva, la escena relatada por los Hechos de los Apóstoles tan solo sería la última partida. Durante cuarenta días, Jesucristo, ascendido al cielo, vuelve a bajar -aunque tales términos no están bien empleados, pues el mundo de Dios no es el nuestro- para una etapa de apariciones que hemos ido meditando a lo largo de todos estos días. Vive ya en otro mundo, pero se manifiesta todavía en éste, para dar pruebas inconfundibles de que está vivo. Instruye a los apóstoles y les da ánimos. Tan solo después de los cuarenta días deja a su grupo en el Monte de los Olivos, manifestando de una manera visible su partida. Entra así en el reino de los invisibles, pero no por esto entristece a los discípulos, que saben que su presencia continua entre ellos1.
En efecto -y esto es algo que tenemos que meditar con más asiduidad-, tal y como destaca el evangelista Lucas, regresaron a Jerusalén llenos de inmensa alegría. Y estaban de continuo en el Templo, bendiciendo a Dios. Aspectos que tienen que fortalecer nuestra vida cristiana y que una vez más nos llevan a examinarnos sobre cómo transmitimos, o no, la verdadera alegría del Evangelio, sobre cómo vivimos la presencia real de Cristo entre nosotros, sobre todo en el sacramento de la Eucaristía.
Refrendamos todo lo dicho por muchos pasajes del Nuevo Testamento referidos a la Ascensión, aunque no la mencionen de manera expresa. En San Pablo, la glorificación -por tanto, la correspondiente e implícita Ascensión- se identifica claramente con la Resurrección. Otro tanto sucede con San Juan: la glorificación coincide con el retorno al Padre. Así pues, los teólogos Juan y Pablo nos dan la esencia del misterio: el aspecto invisible que escapa a toda experiencia. Nos dan a entender que la Resurrección es la glorificación total de Cristo en dos etapas: el abandono del sepulcro y la exaltación celestial. Al volver a la vida, Cristo entra definitivamente en un mundo nuevo e incorruptible.
Conviene insistir, entre otras cosas, en que esta transposición del cuerpo de Cristo al ámbito celestial no imposibilita las apariciones. Todo lo contrario; como hemos dicho al principio, sería mucho más difícil explicar dónde se encontraba el cuerpo de Cristo en el tiempo transcurrido entre una y otra aparición.
Todo esto permite comprender aquellas palabras extrañas de Jn 20, 17, cuando el Señor dice a la Magdalena: No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Subo a mi Padre y a vuestro Padre. Por tanto, esta partida la hace inmediatamente antes de las apariciones a los apóstoles. Partiendo de la idea de que la historia del Cristo según la carne es, sencillamente, el primer capítulo de la historia de la Iglesia, los evangelistas han dado poco relieve a su desaparición material de la tierra, a este pasaje de la Ascensión. Solamente lo recoge Lucas y algo Mateo. La materialidad visible importaba poco cuando se tenía la presencia real, la asistencia desde lo alto de los cielos.
Y esto es lo que hoy tenemos que meditar. ¡Cristo está vivo y está entre nosotros! Y mientras no vivamos con verdad esta fe del Señor que camina a nuestro lado, somos cristianos vacíos. Nos quedamos mirando al cielo, seguros de que Jesús... no está. Las catástrofes, los accidentes, los asesinatos, desgracias personales, enfermedades... nos “aseguran” esta falta de Cristo en nuestra vida. ¡Pero porque no le tenemos antes! Y vivimos sin Cristo...
El único evangelista que relata la Ascensión con cierta amplitud es Lucas. Porque él, al terminar la historia de Cristo entre nosotros, comienza su historia de la Iglesia en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Cristo vivo y Cristo presente, que sale del Padre y al Padre vuelve. Pero que está con nosotros, que nos envía -lo vamos a celebrar enseguida- al Espíritu Santo en la jornada memorable de Pentecostés. De ahí que los Hechos comiencen repitiendo la Ascensión; porque es una historia continuada, nuestra historia, a la que pertenecemos nosotros, como un eslabón más. Cristo con nosotros. No podemos vivir sin Él.
A veces nos quedamos muy en el exterior. Mirad un detalle: Cuando utilizamos la expresión “Se sentó a la derecha de Dios” -que, por ejemplo la encontramos en Mc 16,19 y que luego recoge el Símbolo de los Apóstoles que recitamos cada domingo-, es necesario que descubramos que se quiere indicar el lugar de honor que corresponde a Cristo. Lo confirma además una curiosidad que quizá muchos ignorábamos, puesto que en China es la izquierda, y no la derecha, la parte mejor. Y la Iglesia no ha dudado en permitir que los cristianos chinos al recitar el Credo digan: Está sentado a la izquierda del Padre. Se confirma así, entre otras cosas, que en este tema se ha visto una metáfora. El Señor se sienta en el lugar del que sale, en Dios mismo. Él es Dios.
No dudemos de su presencia, de que camina con nosotros. Ya ha pasado el pasaje de Emaús. Lo leíamos al principio de la Pascua. Jesús está con nosotros. Al recibirle y al repetir nuestro Amén, digámoslo de corazón, viviendo la presencia del Señor que viene con nosotros.
Ahora, al empezar el mes del Corazón de Jesús, recordamos aquellas palabras de Santa Juana de Lestonnac: Amemos a Jesús cubierto de llagas por nuestro amor y lavemos nuestras almas en la preciosa Sangre que de ellas mana.
Una de las estrofas de esa canción que recordábamos al principio termina diciendo:
Cuando la pena nos alcanza / por un hermano perdido,
cuando el adiós dolorido / busca en la fe su esperanza,
en tu Palabra confiamos / con la certeza de que Tú
ya le has devuelto a la Vida, / ya le has llevado a la Luz.
La muerte no es el final es el himno con el que las Fuerzas Armadas homenajea a los caídos desde 1981. En la imagen, el Rey Felipe VI cantando con las tropas.
Estamos de paso. El Señor camina con nosotros para llevarnos a este lugar de Luz, a la vida eterna. Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre. A Él la gloria por los siglos de los siglos.
PINCELADA MARTIRIAL
Ayer comenzó el mes del Corazón de Jesús. El pasado jueves, 30 de mayo, se cumplía el centenario de la Consagración de España al Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles (Getafe). El próximo 30 de junio hemos sido convocados para renovar esa consagración centenaria.
De nuevo, ya lo hemos hecho varias veces, recordamos el momento en que los milicianos interpretaron para la televisión británica el fusilamiento del Sagrado Corazón. El 28 de julio de 1936 un pelotón de fusilamiento formado por anarquistas venidos de Madrid con un equipo cinematográfico, realiza la pantomima del fusilamiento de dicho monumento. Se trata de una secuencia de 7 segundos del filme, de origen desconocido, facilitado por el noticiario británico British Paramount News, emisión del 18 de agosto 1936.
El escritor e investigador Pedro G. Romero, tras analizar las fotografías y la secuencia existentes en la diócesis de Getafe, quedó impresionado.
«Una agobiante tarde de julio de 2002 el Obispado de Getafe me permitió amablemente investigar en su archivo del Cerro de los Ángeles la documentación fotográfica, casi toda inédita, que allí se guarda sobre la historia del Monumento al Sagrado Corazón, su inauguración en 1919, su sacrílega demolición en 1936 y su reconstrucción posterior. Creo que esta secuencia fotográfica del Cerro es uno de los documentos más desconocidos y estremecedores de la historia de España. Esta secuencia es la clave de la guerra civil española, con inclusión de la Segunda República que fue el origen directo de esa guerra; una guerra de religión en toda la extensión del término. Una guerra motivada esencialmente por la persecución religiosa de la República a la que los perseguidos respondieron con lo que ellos mismos y la propia Iglesia denominó desde entonces Cruzada. En esta secuencia presento, con la decisiva fuerza de las imágenes, uno de los datos más reveladores del conflicto. Es curioso que la magna Historia de la Cruzada Española de 1940, en cuyo primer tomo se menciona la inauguración del Monumento en 1919, no se refiera a su destrucción al estudiar, con profusión de detalles, las incidencias del Alzamiento Nacional en Madrid. En la Causa General hay una mención breve y un par de fotografías aunque no las esenciales».
1 Vittorio MESSORI, Dicen que ha resucitado (Madrid, 2001). Para esta homilía hemos seguido el capítulo 27: Subió al cielo, páginas 267-273.