JUICIOS
Frecuentemente me ha sucedido que he manifestado sin complejos una opinión o mi parecer sobre temas sobre los que todo el mundo opina, como por ejemplo, aborto, eutanasia, ideología de género… y no tan en abstracto, sino abordando estas cuestiones y otras parecidas al topármelas en personas reales y concretas a las que conozco y tengo muy cercanas y rápidamente me han contestado: “¡No lo juzgues! Eso no es así… no estoy de acuerdo contigo… ¡cómo se nota que eres una monja!...” y otras objeciones por el estilo.
Me hace mucha gracia la protesta por dos cosas: primero porque ya me están prejuzgando a mí por el hecho de afirmar que mis opiniones dependen del hábito que llevo puesto y de un patrón predeterminado que debe existir (yo no lo conozco) para todas las monjas, y no nacen de una conciencia cristiana que ora y trata de mirar y comprender… ¡y vivir! desde la coherencia con el Evangelio. Eso para empezar.
Pero en lo que quiero que nos detengamos es en otra cosa: no juzgar significa simplemente no juzgar. Es decir: no condenar, pero tampoco absolver. Cuando se nos acusa de condenar a alguien por algo y se expresa el desacuerdo con una situación concreta podemos responder dos cosas.
Primero: que estoy juzgando hechos y circunstancias con las que no estoy de acuerdo, pero no estoy juzgando a las personas que los viven, sino realidades objetivas y constatables sobre las que expreso mi opinión. Las personas me merecen todo el respeto y sólo a Dios le corresponde juzgarlas, pero es perfectamente lícito juzgar los hechos y las circunstancias, porque lo que distingue al ser humano del resto de los seres creados es su capacidad de optar entre el bien y el mal, para lo cual tiene que haber una evaluación previa de cada situación y después un juicio sobre esa realidad, y por ultimo una opción: hago esto o hago lo otro… actúo así o de la otra manera… eso yo creo que es de cajón. Luego necesariamente hemos de juzgar. Sobre lo que tenemos que tener cuidado es sobre juzgar hechos y situaciones y dejar fuera de nuestros juicios a las personas. Repito que ahí ya… si entramos en ese terreno patinamos y casi seguro que nos equivocamos. Sólo a Dios le corresponde juzgar lo que cada uno tiene en su corazón y lo que mueve la conciencia de una persona a la hora de obrar de una determinada manera. Eso que se llama intención.
Segundo: que esos que me dicen que no juzgue y no condene, están juzgando igual que yo, solo que ellos están absolviendo. Reconozco que no es bueno juzgar a nadie y -de hecho- mi religión lo prohíbe: “no juzguéis y no sereis juzgados”, pero ese no juzgar que implica no condenar, significa que tampoco debo absolver. Si mi condena está mal y es censurable… la absolución de la otra parte tiene el mismo peso y el mismo valor. Si yo no debo condenar, tampoco otros deben absolver y canonizar. Y así podemos argüir y defendernos cuando alguien intente impedirnos expresar lo que vemos en conciencia tachándonos de jueces injustos: -“¡No les juzgues! ¿Tú que sabes?” Contestemos: -“De acuerdo: pero tú tampoco”