El pasado sábado tuvo lugar la toma de posesión de Monseñor Conesa como nuevo titular de la diócesis de Solsona.
La retransmisión de la ceremonia por Trece me permitió unirme a una celebración que estaba llena de caras conocidas. Y no me refiero a la cantidad de obispos que fueron a expresar su comunión con la diócesis y el nuevo prelado, sino a la de tantos sacerdotes buenos y queridos con los que hemos vivido mil batallas. Los rostros de los laicos era más difícil verlos, entre tantas autoridades y notables que ocupaban las primeras filas, pero también se les intuía ahí, todos a una, en esa fiesta de la comunión y la esperanza que es la llegada del nuevo bisbe.
Solo puedo imaginar la mezcla de emociones con las que estaban viviendo aquella celebración todos los presentes. Se trata del pueblo de Dios, encarnado en la persona de sus laicos, religiosos y sacerdotes. Son las personas que han remado en la barca de Solsona en todos estos años, con ilusión, con fidelidad, con entrega. Han sido ejemplo para muchos, inspiración para tantos, y un faro de luz en el panorama de la Nueva Evangelización. Sin pretenderlo, con su sí han marcado un camino que ha sido muy valioso y que a lo mejor ahora no saldrá en los titulares, pero que consta en el libro del cielo, donde Dios nos dejará ver un día todas las veces que por su gracia Él se sirvió de nosotros para llegar a los demás.
Los que conocemos Solsona hemos visto el fruto de todos estos años de trabajo en los rostros de tantas personas que te contaban que habían tenido un encuentro con Dios gracias a las iniciativas que se vivían a todos los niveles en la diócesis.
Y no eran dos o tres, han sido muchos. No es cuestión de estadística, sino de vida a pie de calle, y de eso bien saben quienes han estado organizando tantos encuentros, experiencias de evangelización, misiones parroquiales, Goums, catecolonias y retiros en santuarios tan elevados y apreciados como el de Lord que atrae a gente de toda España. Desde una proyección en el cine de Berga hasta una iniciativa de cercanía de la Esglesia con los más desfavorecidos… han pasado tantas cosas buenas que ahora deben ser puestas en perspectiva.
Por eso, yo me quito el sombrero y doy gracias a Dios por Solsona y sus gentes. Por su historia y por su fidelidad, por estar a las duras y a las maduras, por saber ser un ejemplo de lo que se puede hacer con muy poco, desde un lugar pequeño, siendo apenas un puñado de personas, que tiene consecuencias universales en la Iglesia.
Solo ellos saben la dureza de lo que han tenido que vivir en los últimos meses, y al resto, nos toca reconocer el tremendo valor que tiene estar ahí, al pie del cañón, un día más.
La belleza de la Iglesia es ver a Monseñor Casanova, que tan presente ha estado en estos meses, entregando el testigo de la diócesis a Monseñor Conesa, arropado por una representación de toda la Iglesia e incluso con la presencia de hermanos de otras iglesias que han venido a reiterar su deseo de comunión.
En momentos así, se entiende lo grande que es el misterio de comunión que es la Iglesia donde todos somos conscientes de que por, encima de personas o liderazgos individuales, siempre está la certeza de que somos un cuerpo en el que Dios se manifiesta con su fidelidad que dura por todas las edades.
Y el secreto de todo, lo tenemos que apreciar en esas piedras vivas que a veces no se ven, pero sin las cuales el edificio no se sostendría…