Artículo publicado hoy en el Diario Ideal, edición de Jaén, página 27

Hubo un tiempo, hace sesenta años, en las sacristías de ciertos templos vascos, al calor de un café bautizado con alcohol de quemar, nacieron unos chicos terroristas, contando con la bendición de algunos curas vascos, militantes en el nacionalismo mental, fundado por unos mentores pensantes y defensores que la capacidad craneal de la raza vasca pura tenía un volumen superior a la del resto de españoles a los que nos llamaban “maketos”.

Aquellas tenidas bendecidas por unos clérigos vascos alumbraron a unos hijos de mal padre y madre, que comenzaron a matar con un “valiente” tiro en la nuca, con una “vergonzosa” bomba lapa situada en los bajos de un coche, con un ensarte de bombas situadas en las paredes de cuarteles de las fuerzas de seguridad del Estado, con fiambreras explosivas como la que colocaron en el parador de turismo de Jaén aquel lejano agosto de los años noventa.
Las víctimas, siempre, fueron hombres y mujeres de la milicia, de la judicatura, personas anónimas, periodistas…hasta llegar casi a mil atentados con sangre inocente regando los suelos alquitranados de los pueblos y ciudades de toda España.

Siempre lo hacían para despachar de su tierra vasca a los “invasores”, que les impedían que pudieran implantar una dictadura de corte marxista, partiendo la unidad de España. A un presidente del Gobierno lo mandaron al cielo tras salir de comulgar en los jesuitas madrileños, a otro lo intentaron, pero el blindaje del vehículo lo impidió.

Cuando los difuntos inocentes eran llevados a enterrar en los templos vascos eran conducidos por las puertas traseras y los curas celebrantes nunca eran vascos, tuvimos que hacerlo otros procedentes de varios puntos de España. Incluso los obispos al frente de diócesis vascas se hacían los sordos sobre aquel terrorismo criminal y sin sentido.

Como las asociaciones de víctimas no callaban ante aquella escalada sangrienta, como los autores asesinos eran juzgados y encarcelados por las fuerzas del orden público y los jueces, y como el resto de españoles deseaban que se acabara aquella gran herida, llegó el momento de dialogar con los jefes terroristas buscando la terminación del terrorismo etarra.

En el año 2011 pararon de pegar tiros, poner bombas y matar a inocentes. Entraron, a cambio, en las instituciones políticas aceptando “las reglas del juego democrático”. Ya han hecho dos veces el mismo teatro: disolverse la banda y entregar las armas afeitadas para que no se puedan descubrir los más de trescientos atentados sin resolver a fecha de hoy.

Los gerifaltes criminales han pedido perdón con la boca pequeña, porque han deseado justificar sus atentados como una necesidad para buscar la “autodeterminación” de la opresora España, buscando la independencia contando con la colaboración de otros grupos soberanistas situados en otras partes del mapa español y con partidos políticos que no aman a España, aunque chupen de sus pechos desde que llegaron a la arena de la acción democrática, cuyo vestido llevan para tapar sus verdaderos cuerpos que les pide implantar una dictadura del proletariado al estilo de allende el charco, donde el pueblo muere de hambre, violencia o ausencia de medicinas básicas.

No me fío, ni creo en esta obra de teatro. La romería celebrada por encima de los Pirineos es una mascarada donde quien ha estado es quien no ama a España, su historia, sus hombres y sus tierras. Son los mismos que jugarán a romper la unidad española, que es un bien moral.

Tomás de la Torre Lendínez