Oigamos de nuevo estas palabras de Jesús: Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador. Permaneced en Mí y Yo en vosotros. Con esta sencillez se nos revela hoy la comunión que vincula en unidad al Señor con los discípulos, a nosotros con Cristo Jesús, a cada uno de los bautizados con Nuestro Señor. Que nadie piense -porque el mensaje es claro, y así lo explica San Agustín al comentar este pasaje- que el sarmiento pueda por sí solo producir un fruto:
El Señor ha dicho que el que permanece en Él produce “mucho fruto”. Y no ha dicho: Sin Mí podéis hacer poco, sino: Sin Mí no podéis hacer nada. Sea poco o mucho, no puede hacerse sin Él, porque sin Él no puede hacerse nada. Cuando el sarmiento produce pocos frutos, el agricultor lo poda para que produzca más. Con todo, si no permanece unido a la vid y no toma alimento de la raíz, por sí solo no podrá producir ni un solo fruto.
Se terminará agostando. Al final se pudre. El ejemplo que el Señor nos pone es claro. Él continúa diciendo: Yo soy la vid, vosotros los sarmientos.
La comunión de los cristianos entre sí -dice San Juan Pablo II- nace de la comunión con Cristo. Así pues, todos somos sarmientos de la única Vid, que es Cristo. Escuchad otra vez lo que San Juan nos ha dicho en la segunda lectura: No amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad. Y aquí es donde normalmente todos tropezamos. Porque el Señor es claro también al final del Evangelio: Si permanecéis en Mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseéis y se realizará. Normalmente tendemos a dar la vuelta a las palabras, tendemos a hacer nuestras propias interpretaciones. Y nos acercamos al Señor según Él nos da. Le exigimos a Él primero que nos dé todo aquello que le pedimos. Y el Señor nos ha dado antes un presupuesto: Si permanecéis en Mí. Es necesaria esa vinculación absoluta a Cristo el Señor. El sarmiento se une a esa vid y cuando se separa de ella se pudre. La vida del cristiano está completamente alimentada por el fruto, por la Eucaristía, por todos los sacramentos que el Señor nos regala. Permaneced en Mí y Yo en vosotros para dar fruto abundante.
Así lo hemos escuchado siempre en la vida de los santos. Y así lo escuchamos al leer el Evangelio. Al número de los santos de una pieza, esos hombres y mujeres fuertes que fueron a la muerte por Cristo pertenece también la beata Restituta Kafka, franciscana de la Caridad Cristiana. Más de un amigo la llamó “Resoluta”. Durante 23 años trabajó como enfermera y ayudante de quirófano. En 1938 los nazis reformaron su hospital en Viena. La Hermana Restituta se opuso a la orden de no poner ninguna cruz en las habitaciones. Con sus propias manos puso un crucifijo en cada habitación de los enfermos. Los nazis exigieron su destitución, pero la Orden se negó y Restituta siguió en su puesto. Esto despertó el odio de los nazis.
Años más tarde fue apresada a causa de un poema satírico contra el régimen nacional-socialista que había escrito un soldado y fue encontrado en poder de la Hermana. Tras el proceso oral, fue condenada por alta traición a ser decapitada. El 30 de marzo de 1943 fue ejecutada. Desde su celda escribió: Dios no nos exigirá más de lo que podemos soportar. Perseverar; esta es la esencia de la valentía. Esto nos hace santos entonces, ayer y hoy.
Esa dificultad que manifestamos a la hora de ponernos delante de los demás viene marcada por el miedo y la arrogancia de creer que nosotros solos, y estando un poco cerca de Jesús, vamos a poder hacer las cosas. El mundo, en gran parte, desea vivir sin Dios; porque es más cómodo, porque es más fácil vivir así. Aunque no haya pretensión, por lo menos en la mayoría, de renegar de Dios, en su vida práctica viven sin Él. Y a nosotros nos toca dar este testimonio, no tanto con las palabras, sino con nuestra vida. Unidos a Cristo, que es la Vid; unidos a Él para que al ayudar a los demás desaparezca nuestra prepotencia, nuestra soberbia, nuestro orgullo; para que aparezca Cristo. Para ser reflejo de Él lo primero que es necesario es esta comunión nuestra con el Señor. Así termina San Juan recordándonos que al final queda lo de siempre: el amor a Dios y el amor al prójimo. Pero es preciso que yo primero me alimente de este amor a Cristo, que lo viva yo particularmente para luego poder darlo a los demás. Si no, mi vida es estéril; si no, el sarmiento termina desprendiéndose de la vid y se pudre. El Señor es claro en el Evangelio. Nos lo está pidiendo a nosotros, porque nuestras raíces, que parten de esta vid fuerte que es el Señor, van a ir llegando a las comunidades cristianas, a los lugares de nuestro trabajo, a la gente con la que tratamos habitualmente, a nuestras familias. Y vamos a ser nosotros el reflejo de este Cristo que está vivo. No porque Él no pueda llegar a ellos, sino porque nos está pidiendo a nosotros que seamos su palabra para llevarles al Señor, que es la fuente de nuestra vida.
Mientras aquí en la tierra el hombre tiene que dejarse podar por Jesús en la vida espiritual con delicadeza y cuidado, es necesario que demos fruto abundante, que no nos quedemos en mirar nuestros egoísmos, nuestros intereses, sino que pensemos en la salvación de los demás, en llevar almas a Cristo, en la conversión de los pecadores. Escuchemos que lo que se nos dice no es más que volver otra vez a Cristo el Señor, a poner los ojos en Él, a saber sacrificarnos, como siempre nos ha pedido Jesús, y a rezar ofreciendo nuestra vida por los demás; de una forma práctica, si tenemos ocasión -a través de la conversación, por ejemplo- y, sobre todo, a través de la oración, que es lo que da fruto, porque es el Señor el que actúa.
Le pedimos a Jesús que nos dé su fuerza en la Eucaristía dominical, como siempre que nos acercamos a recibir el sacramento, para que nos dejemos podar progresivamente por Él, para que seamos sarmientos fecundos en esta sociedad que a veces se agosta con tanta materialidad y tanto planteamiento distinto al del amor de Dios. También nosotros podemos ser jardineros y, con sencillez, empleando las herramientas del Señor, podar con amor a los demás para llevarles a Cristo. El Señor quiere que permanezcamos unidos a Él para dar no cualquier fruto, sino fruto abundante.
Le pedimos a la Santísima Virgen María que interceda por nosotros, que nos ayude a ser testigos autorizados del Cristo vivo, resucitado, el Señor de nuestra vida.
PINCELADA MARTIRIAL
La beata Josefina Calduch Rovira nació en Alcalá de Chivert (Castellón de la Plana) el 9 de mayo de 1882, en una familia muy religiosa. Sus padres, para acostumbrarla a las obras de caridad, hacían que fuera ella misma la que diera en la casa las limosnas a los pobres, ella se hacía acompañar de una amiga para llevar alimentos a una anciana a la cual atendía personalmente.
Josefina había considerado el contraer matrimonio y aceptó el noviazgo con un joven de su pueblo, pero se sintió llamada a la vida religiosa y rompió con esa relación para abrazar la vida monástica. Fue en el convento de las hermanas capuchinas de Castellón el año 1900, donde comenzó su seguimiento de Cristo, ya que su entrega total a Dios, la haría derramando su sangre por la fe en su Señor.
Recibió el hábito religioso en el año 1900, emitió su profesión temporal, el 28 de abril de 1901, con el nombre de sor Isabel, y la profesión perpetua el 30 de mayo de 1904. Isabel era una persona de temperamento pacífico y amable, se distinguía por su alegría, era una hermana ejemplar y virtuosa, siempre se le veía feliz. Era muy observante de la Regla y de las constituciones; modesta, prudente y muy mortificada. Llevaba intensa vida de oración, mostraba su gran amor por el Santísimo Sacramento, a la Virgen Santísima y a San Juan Bautista.
En el monasterio desempeñó el cargo de maestra de novicias haciéndolo con gran celo, a fin de hacer de aquellas jóvenes unas religiosas amantes de Dios y observantes.
Al desencadenarse la Revolución, Sor Isabel hubo de dejar el monasterio y marchar a su pueblo, a Alcalá de Chivert, allí estaba su hermano Manuel que era sacerdote. Juntos serían ejecutados. Durante su permanencia en el pueblo no dejó su habitual vida de oración, de retiro y recogimiento. Fue arrestada por un grupo de milicianos, junto con el P. Manuel Geli, franciscano, el 13 de abril de 1937. Llevados al Comité local de Alcalá de Chivert fueron vejados y maltratados. Fue asesinada en el barrio de Cuevas de Vinromá, y sepultada en el cementerio del lugar.
Fue beatificada el 11 de marzo de 2001.
El Señor ha dicho que el que permanece en Él produce “mucho fruto”. Y no ha dicho: Sin Mí podéis hacer poco, sino: Sin Mí no podéis hacer nada. Sea poco o mucho, no puede hacerse sin Él, porque sin Él no puede hacerse nada. Cuando el sarmiento produce pocos frutos, el agricultor lo poda para que produzca más. Con todo, si no permanece unido a la vid y no toma alimento de la raíz, por sí solo no podrá producir ni un solo fruto.
Se terminará agostando. Al final se pudre. El ejemplo que el Señor nos pone es claro. Él continúa diciendo: Yo soy la vid, vosotros los sarmientos.
La comunión de los cristianos entre sí -dice San Juan Pablo II- nace de la comunión con Cristo. Así pues, todos somos sarmientos de la única Vid, que es Cristo. Escuchad otra vez lo que San Juan nos ha dicho en la segunda lectura: No amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad. Y aquí es donde normalmente todos tropezamos. Porque el Señor es claro también al final del Evangelio: Si permanecéis en Mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseéis y se realizará. Normalmente tendemos a dar la vuelta a las palabras, tendemos a hacer nuestras propias interpretaciones. Y nos acercamos al Señor según Él nos da. Le exigimos a Él primero que nos dé todo aquello que le pedimos. Y el Señor nos ha dado antes un presupuesto: Si permanecéis en Mí. Es necesaria esa vinculación absoluta a Cristo el Señor. El sarmiento se une a esa vid y cuando se separa de ella se pudre. La vida del cristiano está completamente alimentada por el fruto, por la Eucaristía, por todos los sacramentos que el Señor nos regala. Permaneced en Mí y Yo en vosotros para dar fruto abundante.
Así lo hemos escuchado siempre en la vida de los santos. Y así lo escuchamos al leer el Evangelio. Al número de los santos de una pieza, esos hombres y mujeres fuertes que fueron a la muerte por Cristo pertenece también la beata Restituta Kafka, franciscana de la Caridad Cristiana. Más de un amigo la llamó “Resoluta”. Durante 23 años trabajó como enfermera y ayudante de quirófano. En 1938 los nazis reformaron su hospital en Viena. La Hermana Restituta se opuso a la orden de no poner ninguna cruz en las habitaciones. Con sus propias manos puso un crucifijo en cada habitación de los enfermos. Los nazis exigieron su destitución, pero la Orden se negó y Restituta siguió en su puesto. Esto despertó el odio de los nazis.
Años más tarde fue apresada a causa de un poema satírico contra el régimen nacional-socialista que había escrito un soldado y fue encontrado en poder de la Hermana. Tras el proceso oral, fue condenada por alta traición a ser decapitada. El 30 de marzo de 1943 fue ejecutada. Desde su celda escribió: Dios no nos exigirá más de lo que podemos soportar. Perseverar; esta es la esencia de la valentía. Esto nos hace santos entonces, ayer y hoy.
Esa dificultad que manifestamos a la hora de ponernos delante de los demás viene marcada por el miedo y la arrogancia de creer que nosotros solos, y estando un poco cerca de Jesús, vamos a poder hacer las cosas. El mundo, en gran parte, desea vivir sin Dios; porque es más cómodo, porque es más fácil vivir así. Aunque no haya pretensión, por lo menos en la mayoría, de renegar de Dios, en su vida práctica viven sin Él. Y a nosotros nos toca dar este testimonio, no tanto con las palabras, sino con nuestra vida. Unidos a Cristo, que es la Vid; unidos a Él para que al ayudar a los demás desaparezca nuestra prepotencia, nuestra soberbia, nuestro orgullo; para que aparezca Cristo. Para ser reflejo de Él lo primero que es necesario es esta comunión nuestra con el Señor. Así termina San Juan recordándonos que al final queda lo de siempre: el amor a Dios y el amor al prójimo. Pero es preciso que yo primero me alimente de este amor a Cristo, que lo viva yo particularmente para luego poder darlo a los demás. Si no, mi vida es estéril; si no, el sarmiento termina desprendiéndose de la vid y se pudre. El Señor es claro en el Evangelio. Nos lo está pidiendo a nosotros, porque nuestras raíces, que parten de esta vid fuerte que es el Señor, van a ir llegando a las comunidades cristianas, a los lugares de nuestro trabajo, a la gente con la que tratamos habitualmente, a nuestras familias. Y vamos a ser nosotros el reflejo de este Cristo que está vivo. No porque Él no pueda llegar a ellos, sino porque nos está pidiendo a nosotros que seamos su palabra para llevarles al Señor, que es la fuente de nuestra vida.
Mientras aquí en la tierra el hombre tiene que dejarse podar por Jesús en la vida espiritual con delicadeza y cuidado, es necesario que demos fruto abundante, que no nos quedemos en mirar nuestros egoísmos, nuestros intereses, sino que pensemos en la salvación de los demás, en llevar almas a Cristo, en la conversión de los pecadores. Escuchemos que lo que se nos dice no es más que volver otra vez a Cristo el Señor, a poner los ojos en Él, a saber sacrificarnos, como siempre nos ha pedido Jesús, y a rezar ofreciendo nuestra vida por los demás; de una forma práctica, si tenemos ocasión -a través de la conversación, por ejemplo- y, sobre todo, a través de la oración, que es lo que da fruto, porque es el Señor el que actúa.
Le pedimos a Jesús que nos dé su fuerza en la Eucaristía dominical, como siempre que nos acercamos a recibir el sacramento, para que nos dejemos podar progresivamente por Él, para que seamos sarmientos fecundos en esta sociedad que a veces se agosta con tanta materialidad y tanto planteamiento distinto al del amor de Dios. También nosotros podemos ser jardineros y, con sencillez, empleando las herramientas del Señor, podar con amor a los demás para llevarles a Cristo. El Señor quiere que permanezcamos unidos a Él para dar no cualquier fruto, sino fruto abundante.
Le pedimos a la Santísima Virgen María que interceda por nosotros, que nos ayude a ser testigos autorizados del Cristo vivo, resucitado, el Señor de nuestra vida.
PINCELADA MARTIRIAL
La beata Josefina Calduch Rovira nació en Alcalá de Chivert (Castellón de la Plana) el 9 de mayo de 1882, en una familia muy religiosa. Sus padres, para acostumbrarla a las obras de caridad, hacían que fuera ella misma la que diera en la casa las limosnas a los pobres, ella se hacía acompañar de una amiga para llevar alimentos a una anciana a la cual atendía personalmente.
Josefina había considerado el contraer matrimonio y aceptó el noviazgo con un joven de su pueblo, pero se sintió llamada a la vida religiosa y rompió con esa relación para abrazar la vida monástica. Fue en el convento de las hermanas capuchinas de Castellón el año 1900, donde comenzó su seguimiento de Cristo, ya que su entrega total a Dios, la haría derramando su sangre por la fe en su Señor.
Recibió el hábito religioso en el año 1900, emitió su profesión temporal, el 28 de abril de 1901, con el nombre de sor Isabel, y la profesión perpetua el 30 de mayo de 1904. Isabel era una persona de temperamento pacífico y amable, se distinguía por su alegría, era una hermana ejemplar y virtuosa, siempre se le veía feliz. Era muy observante de la Regla y de las constituciones; modesta, prudente y muy mortificada. Llevaba intensa vida de oración, mostraba su gran amor por el Santísimo Sacramento, a la Virgen Santísima y a San Juan Bautista.
En el monasterio desempeñó el cargo de maestra de novicias haciéndolo con gran celo, a fin de hacer de aquellas jóvenes unas religiosas amantes de Dios y observantes.
Al desencadenarse la Revolución, Sor Isabel hubo de dejar el monasterio y marchar a su pueblo, a Alcalá de Chivert, allí estaba su hermano Manuel que era sacerdote. Juntos serían ejecutados. Durante su permanencia en el pueblo no dejó su habitual vida de oración, de retiro y recogimiento. Fue arrestada por un grupo de milicianos, junto con el P. Manuel Geli, franciscano, el 13 de abril de 1937. Llevados al Comité local de Alcalá de Chivert fueron vejados y maltratados. Fue asesinada en el barrio de Cuevas de Vinromá, y sepultada en el cementerio del lugar.
Fue beatificada el 11 de marzo de 2001.