“Al ver Jesús a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies” (Mt 9, 36-37)
Este fragmento del Evangelio es como una radiografía del corazón de Jesús. San Mateo nos informa de sus sentimientos al ver a tanta gente que no tenía dirección espiritual, guía moral en la vida. El Señor siente una profunda pena y podemos deducir que es precisamente ese sentimiento el que le había movido a hacerse hombre y venir a la tierra. La compasión es, pues, uno de los sentimientos más profundos que anidan en el corazón de Cristo.
Pero esa compasión no es meramente sentimental, sino que es operativa: se traduce en obras. Cristo no ve los problemas y se limita a llorar por ellos, sino que pone manos a la obra para resolverlos. Y en ese es, precisamente, donde nosotros debemos imitarle.
Hoy, quizá más que nunca, se cumple lo de que muchos están como “ovejas sin pastor”. Hay muy buenos pastores, pero también hay otros que no lo son tanto. Muchos católicos se extravían tras las sectas y otros abandonan la práctica religiosa. Es responsabilidad nuestra pedirle a Dios que aumente las vocaciones, hablar con jóvenes para proponerles la consagración y suplir las carencias llevando a cabo obras de apostolado. También es nuestra responsabilidad, si vemos que algunos pastores andan errados y extraviados, rezar por ellos y hablar con ellos, a fin de que también ellos vuelvan a la comunión plena con Jesucristo y dejen de dar mal ejemplo a los fieles.