El monje escribe:
"Hice un viaje a un país lejano. Allí no era nadie conocido. Tampoco lo era aquí, por supuesto, pero era más conocido que allí. En mi entorno habitual, del que no había salido durante cuarenta años, era el sacerdote, el erudito, el escritor, el director espiritual, el conferenciante... Era lo que hacía.
Vigile usted y no confunda el ser con el hacer.
Si es lo que hace, acabará por no ser.
Yo, permita la sinceridad, no era yo. Hacía de mí.
Allí descubrieron a otro monje que ni siquiera era monje.
Allí me dijeron cosas que me gustaron y otras que no me gustaron en absoluto. Las escuché con toda la paz y la humildad que fui capaz de reunir en mi alma dolorida.
Aquella gente no me conocía y no tenían interés alguno en lo que yo hacía o dejaba de hacer. Hablaban de mi persona con desinterés y distancia; con cariño y ternura; con curiosidad y asombro.
Y el yo que emergía de sus palabras no era exactamente el yo que había dejado el monasterio un tiempo antes.
"Os daré un carazón de carne..." La Biblia es muy sabia y el buen Dios es muy bueno. El corazón del hombre se mineraliza a una velocidad de vértigo y Dios tiene que hacerlo pedazos una y otra vez. Esta operación es dolorosa. Y necesaria.
Lo habitual es que se lleve a cabo mediante la palabra. Dicen cosas de nosotros. Nos las dicen y, por lo general, las rechazamos y nos enfadamos. Esto significa que la cura cauteriza. Más adelante, odiamos al mensajero, el corazón vuelve a endurecerse y, finalmente, nadie puede decirnos según qué cosas.
¿Cómo le decimos a nuestro padre, madre, abuelo, hermana, hermano, jefe o compañero que...? Imposible. O se enfadará o se hundirá. Nos insultará. Se desesperará. Se reirá de nosotros. Huirá. En definitiva, seremos muros para los que nos aman.
O para quienes nos hablan sin interés y con ternura. Como aquella gente del país lejano.
Permita usted que puedan hablarle de todo. De cualquier cosa. Acéptelo con paz. Póngalo en práctica. Y, si la palabra viene de algún enemigo, ya sabe: bendígalo."
Sigue la carta. Añadiré que mi padre, que murió hace 40 años, me dijo cuando era yo un adolescente:
-Chaval, la familia es un refugio. Ahora entras en la edad de hacer tonterías y animaladas, literalmente. Las harás. No podrás evitarlo. Pero no dejes que se pudran en tu interior: suéltalas. Sea lo que sea. El viejo está hecho a todo y no se escandaliza por nada. Cuando crezcas lo entenderás. De momento, quédate con esto: la familia es un refugio y aquí, hagas lo que hagas, siempre estarás a salvo.