Queridas Beatas María Pilar de San Francisco de Borja, Teresa del Niño Jesús y María Ángeles de San José:
Siempre que llega vuestra fiesta, el 24 de julio, víspera de la gran solemnidad del apóstol Santiago, doy muchas gracias a Dios por haberme regalado vuestra maternidad espiritual desde que empezaba a dar mis primeros pasos como carmelita descalzo. Habéis estado muy cerca de mí en todos los momentos importantes y sencillos, sobre todo desde el día de la ordenación sacerdotal hace algo más de 10 años. El motivo queda entre nosotros y los que me conocen muy bien; bueno lo voy a contar para los que no lo sepan: pocos días antes de ser ordenado sacerdote recibo como inesperado regalo una reliquia vuestra. Una pequeña parte de vuestros restos mortales me acompaña desde entonces y eso lo noto en todos los sentidos de la vida. Pero vamos a lo que quiero subrayar ahora, el gozo espiritual que vivo cada año, pasada la fiesta de nuestra Madre la Virgen del Carmen, y me recreo con la lectura de vuestros escritos. Son breves, la mayoría cartas, pero también hay notas espirituales y oraciones que encienden el corazón y ayudan a vivir mejor la vocación como hermano vuestro y sacerdote que busca llevar almas al cielo.
¡Gracias! ¡Muchas gracias queridas María Pilar, Teresa y María Ángeles por estar siempre tan cerca de mí! Quiero fijarme en uno de cada una de vosotras para que nos ayudéis a todos a amar más la Eucaristía, a saber ofrecer de corazón y a dejar que nuestro padre San José nos ayude a dejar todo en su Hijo.
Querida María Pilar, cuando leo tu Semana de ofrecimiento para amar más a Dios me abre el corazón a darlo todo por Dios como lo hiciste tú hasta derramar la sangre en las calles de Guadalajara:
“Domingo: la Santísima Trinidad. Pedir por la propagación de la fe.
Lunes: los santos de mi nombre y protectores. Pedir por las almas del purgatorio.
Martes: el ángel de la guarda. Pedir por mis padres y hermanos y familia.
Miércoles: nuestro padre San José. Pedir por el Sumo Pontífice y por la Iglesia.
Jueves: el Santísimo Sacramento. Pedir por que se propague más y más la vida eucarística.
Viernes: el Sagrado Corazón de Jesús. Pedir por las misiones.
Sábado: nuestra madre Santísima del Carmen. Pedir por nuestra orden carmelitana”.
Ofrecer, siempre ofrecer, y no solo alguna vez, sino todos los días, al levantarnos y presentar el día al que nos ha dado la vida. No basta ofrecer, sino también hay que tener presentes a los que desde el cielo interceden por nosotros. De esta manera el corazón vibra al abrirnos a la Iglesia universal, salir de nosotros, amar a todos, buscar el cielo, llevar el evangelio por cada lugar que pisemos, defender siempre la familia, centrar la vida en la grandeza de la eucaristía,… ¡Cuánto podemos ofrecer por el bien de la Iglesia y la humanidad tan necesitada de Dios…!
¿Y qué decirte querida Teresa cuando leo y releo esa carta que escribes a tu hermano Julián cuando se va a ordenar sacerdote para darle consejos de hermana de sangre y de alma consagrada a Dios?:
“Y ahora me perdonarás que como hermana mayor, te dé solo tres consejos: el primero que seas un amante apasionado del Santísimo Sacramento, celebrando el Santo Sacrificio con tanta reverencia y devoción que se la pegues a quien te vea […] El segundo consejo que te quería dar, es que tengas mucha vida interior, vida de oración, vida sobrenatural, muy sobre lo que es terreno y humano, esa vida de fe que nos hace triunfar de las tentaciones […] El tercer consejo sea que ames mucho a la Santísima Virgen y ocupes siempre junto a Ella el lugar de San Juan”.
Todo esto que dices a tu querido hermano para prepararse a vivir la vocación sacerdotal se lo puedes decir a todos los que vamos a ir en peregrinación a Covadonga porque es algo que no solo debe vivir un sacerdote, sino todo fiel cristiano que busca la santidad poniendo todos sus sentidos en la vivencia de la eucaristía y su celebración con toda unción reverencial, el crecimiento en la vida espiritual y el amor a la Virgen. Son los pilares de dicha peregrinación, querida Teresa. Sé que todo esto estaba en la mente del Padre que se aprovecha de una carmelita descalza para acompañar a su hermano sacerdote hace casi 100 años y ahora para que estas líneas, escritas con tanto amor, den luz y fuerza a los más de 1500 peregrinos a Covadonga que queremos poner todo en nuestra Madre, la Santina, que guarda la fe de España. Es todo tan providencial Teresa…
Y no me olvido de mi querida María Ángeles de San José que haciendo honor a su apellido religioso nos regala una oración que nos une con ardor a nuestro padre San José:
“Inclina hacia nosotros el santo Niño que tienes la gloria de llevar en tus brazos, José santo, y cuando tengamos la ventura de poseerle en nuestro corazón, por medio de la santa comunión. Constitúyete su custodio. Ojalá podamos, por nuestras obras, llevar a Jesús con nosotros siempre. Patrono de la Iglesia universal, sé con Dios intercesor de cada uno de sus hijos. Y en nuestra postrera hora, bendecidos por ti, y asistidos, nos reunamos contigo, con María y Jesús por toda la eternidad”.
Sabes que San José es muy especial para mí, querida María Ángeles, pero no tengo la dicha como tú de haber elegido a este gran santo para mi apellido religioso. Ahora me arrepiento. Cuando era novicio no tenía ese profundo amor y devoción que ahora, con el pasar de los años en el Carmelo Descalzo, vivo. Por eso gracias, querida hermana, ayuda a muchos jóvenes a dejarse amar por San José como tú lo amaste y para que, si nuestro Jesús les llama a ser religiosos hagan como tú, que digan que quieren tener como apellido religioso a nuestro querido padre San José.
¡Cuánto seguiría comentando de vuestros escritos queridas hermanas! ¡Cuánto…! ¡Cuánto me ayudáis! ¡Cuánto recibo de vosotras! ¡Cuánto gozo en el corazón cada vez que visito vuestra casa en Guadalajara para daros gracias y seguir poniendo intenciones ante vuestro sepulcro en oración! Y también mientras celebro la santa misa con las hermanas que tienen la dicha de vivir como hijas de Santa Teresa en la misma casa en que vosotras os preparasteis a la mayor ofrenda, el martirio, donde contagiasteis el amor pleno a Jesús presente en la eucaristía y la vida íntima de unión con Dios; y todo ello además en un monasterio dedicado al glorioso patriarca San José.
Una última petición antes de despedirme. Queridas María Pilar, Teresa y María Ángeles, ya sabéis que un numeroso grupo de peregrinos nos ponemos en camino hasta lo alto de la montaña asturiana para ofrecer nuestras vidas a la Madre que nos une, la Virgen de Covadonga. Celebraremos la eucaristía cada día y unos pocos llevaremos la imagen de San José en el estandarte. Cuidad de todos, como intercesoras que desde el cielo esperan que un día podamos vernos eternamente allí. Esa es mi oración y la oración de aquellos peregrinos que este año ponemos la mirada en unas mártires que siempre nos recuerdan que lo único importante en esta vida es darlo todo por Cristo, ser de Cristo, vivir en Cristo y buscar la vida de santidad de manos de María y de San José. Nadie pensaba que pasados casi 90 años de vuestra entrega martirial en Guadalajara más de 1000 jóvenes de toda España y de algunos otros países, íbamos a peregrinar teniendo de fondo vuestras enseñanzas espirituales escritas con tinta, selladas con sangre y ahora leídas con el corazón y el alma agradecidos por contar con tres intercesoras que velan el camino de los peregrinos a Covadonga.