El Papa Francisco habla y escribe pero, sobre todo, se comunica con sus brazos abiertos de par en par, abriendo su corazón de par en par. Acaba de regalarnos una magnífica Exhortación apostólica, con el título vibrante Alegraos y regocijaos, sobre la santidad en el mundo actual. «Mi humilde objetivo, dice en el pórtico, es hacer resonar una vez más la llamada a la santidad, procurando encarnarla en el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades». Sería un atrevimiento, por mi parte, intentar «resumirla» en diez pinceladas, pero en este decálogo pretendo escoger los mensajes más transparentes, más cercanos, más llamativos, de mayor impacto para los ciudadanos de a pie. Primero, «me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. Esa es muchas veces la santidad de la puerta de al lado, de aquellos que viven cerca de nosotros, y son un reflejo de la presencia de Dios, o, por usar otra expresión, la clase media de la santidad». Segundo, «lo que interesa es que cada creyente discierna su propio camino y saque a la luz lo mejor de sí, aquello tan personal que Dios ha puesto en él, y no se desgaste intentando imitar algo que no ha sido pensado para él». Tercero, «dentro de las formas variadas, quiero destacar que el genio femenino también se manifiesta en estilos femeninos de santidad: santa Hildegarda, santa Brígida, Catalina de Siena, Teresa de Ávila o Teresa de Lisieux. Pero me interesa recordar a tantas mujeres desconocidas u olvidadas quienes, cada una a su modo, han sostenido y transformado familias y comunidades con la potencia de su testimonio». Cuarto, «todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el testimonio en las ocupaciones de cada día. ¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo. ¿Tienes autoridad? Sé santo luchando por el bien común». Quinto, «esta santidad a la que el Señor te llama irá creciendo con pequeños gestos». Y el Papa nos ofrece ejemplos prácticos. Sexto, «no es sano amar el silencio y rehuir el encuentro con el otro, desear el descanso y rechazar la actividad, buscar la oración y menospreciar el servicio». Séptimo, «no tengas miedo de la santidad; no te quitará fuerzas, vida o alegría. Todo lo contrario, porque llegarás a ser lo que el Padre pensó cuando te creó». Octavo, «no tengas miedo de apuntar más alto, de dejarte amar y liberar por Dios. La santidad no te hace menos humano». Noveno, «en medio de tantos preceptos, Jesús abre una brecha que permite distinguir dos rostros, el del Padre y el del hermano. No nos entrega dos fórmulas o preceptos más. Nos entrega dos rostros, o mejor, uno solo, el de Dios que se refleja en muchos». Décimo, «¿Cómo se hace para llegar a ser un buen cristiano? La respuesta es sencilla: es necesario hacer, cada uno a su modo, lo que dice Jesús en las bienaventuranzas». Hermoso decálogo para ser felices, sinónimo de «santos».