«Mirad a mi Siervo,
a quien sostengo;
mi elegido, en quien me complazco».
(Is 42, 1)
Queridos hermanos:
Estamos celebrando el día del Bautismo de Jesús. Esta fiesta es conclusiva del Tiempo de la Epifanía, es decir de la manifestación de Dios a los hombres: la Palabra se ha hecho carne y esta palabra habita en medio de nosotros. Esta fiesta hace presente la misión del Mesías, es decir, la manifestación del Padre en Jesús y su complacencia. Este día rememora nuestro bautismo, es decir, lo hace presente; por eso sería oportuno realizar la bendición de aspersión del agua al inicio de la eucaristía en lugar del acto penitencial. Y ¿qué dice el Señor en esta fiesta? La primera Palabra es del profeta Isaías dice: “Mirad a mi siervo, a quién sostengo, mi elegido a quién prefiero”. Él prefiere a Jesús, Él ha puesto su Espíritu en Cristo, su Hijo, el que va a llevar el derecho a las naciones, es decir, la justicia de Dios. “No gritará, no voceará, no clamará, no impondrá sus pensamientos, yo el Señor te he llamado y te he llevado sobre mi mano, para que abras los ojos de los ciegos”, es decir, de los que no se conocen a sí mismos, los que no ven sus pecados; y sacar a los cautivos que están en la prisión de sí mismos, en la cárcel de sí mismos, en las mazmorras que estamos tocando todo este tiempo de Covid. Fijaros que viene el Mesías a liberarnos de la esclavitud.
Por eso respondemos con el Salmo 28: “El Señor bendice a su pueblo”. Este salmo nos invita a bendecir al Señor. Su voz es potente, es magnífica. El Señor se sienta por encima del aguacero, es decir de la nieve, de la lluvia, del fuego.
La segunda Palabra que nos ofrece la Iglesia es de los Hechos de los Apóstoles cuando Pedro dijo: “Ahora comprendo con toda verdad que Dios no hace acepción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea.” Nosotros somos tan pobres, tan miserables que hacemos acepción de personas. ¿Qué predicaba Jesús? un bautismo de conversión para todo hombre, es decir, el poder nacer de lo alto; porque Él es el Ungido de Dios que viene con su Espíritu para hacerlo todo nuevo, quiere recrear en nosotros su imagen, curando nuestras opresiones.
Por eso respondemos con el Aleluya: “los cielos se abrieron”. Hoy tenemos una sociedad cerrada en sí misma, en su egoísmo, en su consumismo, no mira al cielo, sólo ve sufrimiento y miedo; en este tiempo, al Covid, en concreto. Pero el Señor nos invita a escucharle a Él, que viene a liberarnos de la esclavitud. Para eso viene Jesucristo y esa es la misión de la Iglesia: liberarnos de toda opresión.
El Evangelio de San Lucas dice: el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego». Cristo, hermanos, hace todo nuevo, nos hace creaturas nuevas, nos purifica con el bautismo, con su Espíritu. Dice que su Espíritu apareció en forma de paloma, signo del pueblo de Israel; y vino una voz del cielo: “tú eres mi hijo, mi amado, mi predilecto en quien me complazco”. Esta es la misión de la Iglesia, por eso, en la oración colecta se decía: Señor, concédenos poder transformarnos interiormente en la imagen del que hemos conocido semejante a nosotros en la humanidad”, que es Jesús de Nazaret. Cristo viene a destruir nuestro hombre viejo y a abrirnos el cielo. Ánimo, hermanos, Dios nos ama y ha suscitado el Mesías en esta generación para que contemplemos el cielo abierto. Generalmente el demonio nos presenta una sociedad cerrada, que no ve más que sus egoísmos y ese cielo oscuro cerrado. No hermanos, Dios ha abierto el cielo y nos quiere llevar a Él, hasta Él; y para eso ha enviado el Padre a Jesús, que es el Mesías, para que seamos felices en esta tierra. Invocad el nombre del señor y rezad por mí, que en esta fiesta el Señor permitió que me ordenarán obispo, hoy hace el décimo aniversario de mi ordenación episcopal.
Recen por mí. Con mi bendición a todos los que me están leyendo.
Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao