Escribía Francesc A. Picas, Presidente honorario de Hispania Martyr (bajo estas líneas), hace unas semanas en Catalunya Cristiana, un artículo dedicado al Cardenal Francesc d'Assís Vidal i Barraquer con motivo de los 150 años de su nacimiento.
«El cardenal Vidal i Barraquer nació en Cambrils (Tarragona), el 3 de octubre de 1868. Este año se celebra el 150 aniversario. Fue preconizado arzobispo de Tarragona en 1919 por Benedicto XV, y en 1921, el mismo Papa lo nombró cardenal de la Iglesia. En 1931 fue presidente de la Conferencia de Metropolitanos españoles.
Tenía un profundo amor hacia el Santo Padre. El pueblo decía de él que era un hombre bueno, santo y sabio. De rostro curtido por los aires del mar. Sufrió sobre sus espaldas la terrible persecución de la Iglesia en Cataluña de 1936 a 1939. Refugiado en Poblet, fue detenido por el Comité de Vimbodí y de la Torrassa. Ventura i Gasol, consejero de la Generalitat que había sido seminarista en Tarragona, le libró de una muerte segura. Lo llevó a Barcelona y con su secretario, Dr. Viladrich, pudieron embarcarse clandestinamente y exiliarse a Italia.
Tengo escrita una amplia biografía, Las lágrimas del Cardenal (Llibreria Diocesana. Casa Carles. Girona).
El 15 de marzo de 1936, el Cardenal, como portavoz de los obispos españoles, escribió una carta a don Manuel Azaña, presidente del Gobierno de la República, quejándose de la política sectaria que ponía en peligro la paz de España. Vidal i Barraquer protestó por los incendios de iglesias y conventos, y denunció la negligencia y la pasividad de las autoridades ante el atropello de los derechos naturales y esenciales de los ciudadanos. “Por este camino -subraya el Cardenal- se va a la anulación del poder público en manos de la violencia agresora y de la reacción defensiva de la ciudadanía que no pierden nunca el derecho natural de existir con seguridad y dignidad. Por este camino se va a la ruina de España”. Una profecía que se cumplió a los cuatro meses de ser escrita (el 18 de julio de 1936 comenzó la Guerra Civil).
Esta carta se completa con la que en plena guerra el Cardenal dirigió al general Francisco Franco, jefe de los ejércitos sublevados. Se preveía que Franco iba a ser el próximo jefe de Gobierno si la victoria les era favorable.
Vidal i Barraquer estaba exiliado en Italia, por la persecución religiosa. En aquellos momentos históricos Francisco Franco era la esperanza de las familias cristianas oprimidas en Cataluña, ansiosas de recuperar la libertad religiosa.
En una larga carta, el Cardenal explica a Franco la dura persecución sufrida en Tarragona y en toda Cataluña; el asesinato de su obispo auxiliar, el Beato Manuel Borrás, y de numerosos sacerdotes y seminaristas; la destrucción de templos; la usurpación de colegios; la persecución a su hermano, en Barcelona. Le comenta también que su sobrino pasó la frontera pirenaica y que se ha alistado voluntario en el ejército nacional.
Al final, escribe el Cardenal:
“Me cabe el honor de reiterar a V.E. el testimonio de mi simpatía y afecto, y manifestarle que diariamente ruego a Dios Nuestro Señor por V.E. y por la salvación de nuestra estimada España. Al ofrecerme a V.E. atento y seguro servidor y capellán que de corazón le bendice” (esta carta se conserva en los archivos del Vaticano).
El Cardenal murió, a punto de cumplir los 75 años, en Friburgo (Suiza) el 13 de septiembre de 1943. Sus restos fueron trasladados a Tarragona el 15 de mayo de 1978. Reposan en la Catedral».
«El cardenal Vidal i Barraquer nació en Cambrils (Tarragona), el 3 de octubre de 1868. Este año se celebra el 150 aniversario. Fue preconizado arzobispo de Tarragona en 1919 por Benedicto XV, y en 1921, el mismo Papa lo nombró cardenal de la Iglesia. En 1931 fue presidente de la Conferencia de Metropolitanos españoles.
Tenía un profundo amor hacia el Santo Padre. El pueblo decía de él que era un hombre bueno, santo y sabio. De rostro curtido por los aires del mar. Sufrió sobre sus espaldas la terrible persecución de la Iglesia en Cataluña de 1936 a 1939. Refugiado en Poblet, fue detenido por el Comité de Vimbodí y de la Torrassa. Ventura i Gasol, consejero de la Generalitat que había sido seminarista en Tarragona, le libró de una muerte segura. Lo llevó a Barcelona y con su secretario, Dr. Viladrich, pudieron embarcarse clandestinamente y exiliarse a Italia.
Tengo escrita una amplia biografía, Las lágrimas del Cardenal (Llibreria Diocesana. Casa Carles. Girona).
El 15 de marzo de 1936, el Cardenal, como portavoz de los obispos españoles, escribió una carta a don Manuel Azaña, presidente del Gobierno de la República, quejándose de la política sectaria que ponía en peligro la paz de España. Vidal i Barraquer protestó por los incendios de iglesias y conventos, y denunció la negligencia y la pasividad de las autoridades ante el atropello de los derechos naturales y esenciales de los ciudadanos. “Por este camino -subraya el Cardenal- se va a la anulación del poder público en manos de la violencia agresora y de la reacción defensiva de la ciudadanía que no pierden nunca el derecho natural de existir con seguridad y dignidad. Por este camino se va a la ruina de España”. Una profecía que se cumplió a los cuatro meses de ser escrita (el 18 de julio de 1936 comenzó la Guerra Civil).
Esta carta se completa con la que en plena guerra el Cardenal dirigió al general Francisco Franco, jefe de los ejércitos sublevados. Se preveía que Franco iba a ser el próximo jefe de Gobierno si la victoria les era favorable.
Vidal i Barraquer estaba exiliado en Italia, por la persecución religiosa. En aquellos momentos históricos Francisco Franco era la esperanza de las familias cristianas oprimidas en Cataluña, ansiosas de recuperar la libertad religiosa.
En una larga carta, el Cardenal explica a Franco la dura persecución sufrida en Tarragona y en toda Cataluña; el asesinato de su obispo auxiliar, el Beato Manuel Borrás, y de numerosos sacerdotes y seminaristas; la destrucción de templos; la usurpación de colegios; la persecución a su hermano, en Barcelona. Le comenta también que su sobrino pasó la frontera pirenaica y que se ha alistado voluntario en el ejército nacional.
Al final, escribe el Cardenal:
“Me cabe el honor de reiterar a V.E. el testimonio de mi simpatía y afecto, y manifestarle que diariamente ruego a Dios Nuestro Señor por V.E. y por la salvación de nuestra estimada España. Al ofrecerme a V.E. atento y seguro servidor y capellán que de corazón le bendice” (esta carta se conserva en los archivos del Vaticano).
El Cardenal murió, a punto de cumplir los 75 años, en Friburgo (Suiza) el 13 de septiembre de 1943. Sus restos fueron trasladados a Tarragona el 15 de mayo de 1978. Reposan en la Catedral».