Hace 35 años, o quizás 40 llegaba a un nivel de crisis la situación que hemos revivido hace apenas unos días por medio de un video de la TV francesa, ampliamente reproducida en diversos sitios web. Un obispo francés, en la ceremonia de asunción de cargo del nuevo titular de una de sus parroquias, fue abucheado, interpelado con palabras duras e inclusive hubo algunos episodios de tal tensión que aconsejaron suspender el acto.
Curiosamente, el párroco saliente fue ovacionado por la feligresía.
Hemos visto esta película en dos versiones distintas, como esos documentales de la Gran Guerra, donde las imágenes muestran lo mismo y el comentario dice cosas distintas. En este caso son cosas distintas.
Hemos visto a los párrocos y obispos tradicionales, es decir, católicos de tomo y lomo, abucheados por sus feligreses y clero por mantener la doctrina católica y los sanos principios morales. Por sostener la disciplina eclesiástica y por enfrentar los movimientos subversivos clericales, tales como el vivido en España cuando se anunció a Mons. Munilla como nuevo obispo de San Sebastián.
Y por la contraria, hemos visto a fieles tradicionales, es decir, fieles de tomo y lomo, echados como perros por sus párrocos allá por los 70s y más en la Hispanoamérica con epidemía de Teología de la Liberación. Yo he sido echado de mi parroquia a empujones el día de Pascua de 1973 por un diácono español que trajo “las ideas modernas”. Pero yo era un simple fiel. Muchos párrocos fueron expulsados ingnominiosamente, ante el silencio cómplice de los curas débiles que sabían pero callaban y la distracción de su Ilustrísima.
Hoy vemos escenas que tienen una fenomenología parecida, pero un significado bien diverso. Mons. Christian Nourrichard, obispo de Évreux, Francia, ha destituido como párroco de la iglesia de Saint-Taurin, del pueblo de Thibervilleal, al P. Francis Michel, quien celebra la misa tradicional, el hoy llamado “modo extraordinario” o “forma gregoriana”. El buen párroco, que viene celebrando la forma “ordinaria” es decir, el novus ordo, “coram deo”, o sea, mirando al Sagrario, tiene un extraordinario éxito apostólico... (Humm. Celos de curas... Tal vez pero hay algo más profundo y hasta demoníaco.). Y a partir de la vigencia del Motu Proprio Summorum Pontificum, celebra también la tradicional. Resultado: su iglesia está abarrotada de fieles, mientras las demás languidecen.
No crea el lector que exagero. Confírmelo por otras fuentes.
En el video que adjuntamos a esta nota verá el lector la noble catadura del Sr. Obispo y su bizarra casulla con los colores de arco iris... que solo por casualidad son además símbolo de la causa “gay”. Este ordinario es sucesor del recordado obispo Jacques Gaillot, gran defensor de la causa gay, tal vez por razones de apellido... No sabemos.
Monseñor y su bizarra casulla multicolor
Lo cierto es que ahora se tenderá a presentar a estos feligreses indignados bajo su peor faceta: desobedientes, insubordinados, etc. Es una historia ya conocida, archiconocida, que solo se aplica a los que se plantan en defensa de la doctrina, la liturgia y la moral católicas, y nunca a los demás...
Dirá algún lector y observador del vídeo, que se le han subido a las barbas al obispo, si las tuviera, claro. Pues, eso está previsto en el Derecho Canónico bajo el rótulo de “odium plebis” y es causa de deposición del prelado, o del párroco, que el nuevo ha recibido similares muestras de algazara.
Dirá tal vez que alguna feligresa ha zamarreado la manga del digno prelado o le ha dicho las cuarenta francesas en términos de verdulería... Tal vez
Pero no se puede juzgar el arranque emocional de los fieles que se ven frustrados (que han sido frustrados durante cuatro décadas) cuando les arrebatan a su pastor el cual se limita a hacer su cura de almas según lo que dispone la ley eclesiástica, tan solo porque sienta un “mal precedente”, a saber, demuestra la popularidad de las formas más tradicionales de la liturgia. Y su efectividad pastoral... O tal vez porque la Asamblea Episcopal Francesa no soporta la el Motu Proprio del Papa Benedicto.
Cada uno juzgará. Yo, que aún recuerdo el empellón con que me arrojaron hacia el atrio del bello templo al que asistía por oponerme a su destrucción y a las predicas marxistas en las homilías, siento una profunda simpatía por estos fieles. Y además una profunda esperanza, porque estoy seguro de que el Papa Benedicto les hará justicia. En nuestra época, yo tenía 17 años, nadie nos protegía.