Todo esfuerzo disciplinado
tiene una recompensa múltiple.
-Jim Rohn-
El fundador de la firma automovilística francesa, André Gustave Citröen, enseñaba su fábrica a un grupo de visitantes. Uno de ellos le preguntó en qué tiempo mínimo era posible ensamblar un coche. El viejo industrial contestó:
─Depende. Si corre prisa se puede hacer en poco tiempo
─Y ... ¿Cuánto es poco tiempo?
─En una ocasión, contestó Citröen, se llegó a hacer en menos de una hora.
─Señor ─repuso el visitante─, debió tratarse de mi coche, ya que apenas lo estrené, empezó a desintegrarse.
Hoy las técnicas hacen maravillas en poco tiempo, pero la enseñanza de la anécdota sigue teniendo valor: las prisas suelen dar mal resultado. Lo que se hace de prisa, de prisa suele deshacerse.
Y dice un refrán que la prisa mata al amor. Esa es la clave del trabajo bien hecho. Trabajar, pues, por amor porque solo el amor es de veras constructivo.
Trabajar, primero, por amor a Dios. Así se convierte cualquier trabajo en algo grandioso y glorificador; da lo mismo que:
* limpie las calles o se levante sobre los espacios,
* que arengue multitudes o rece ignorado en una capilla,
* que se vuelque sobre el torno de su mensa o abra las entrañas de la tierra,
* que enseñe a deletrear a un niño o sirva de báculo a un anciano.
Da lo mismo. Lo importante es convertirnos en obreros de Dios que, por amor, hacen un mundo mejor para los demás, un mundo más fácil y bello que abra nuevos cauces para la dicha y el bien.
Así daremos sentido al trabajo redentor que sirve al prójimo, agranda el universo y glorifica a Dios.
Hay que trabajar sin prisas, pero siendo eficaces. El «después» y el «mañana» son la antesala del fracaso. Las cosas bien hechas requieren tiempo y esfuerzo. Cuando falta alguno de estos dos elementos, el resultado suele ser pobre.
¿Se nos desintegra el trabajo o la vida espiritual? G.K. Chesterton nos da un consejo: La cabeza y las manos, en el trabajo que realizamos. El corazón, en Dios.