Vuelve la prosa de la vida, se apagan las luces de la fiesta, comienza, tras este fin de semana, la tan temida cuesta de enero. Todo sigue igual pero nada es lo mismo. Tras cada acontecimiento que vivimos, algo renace en el alma o se apaga para siempre. Y en eso va consistiendo nuestro avanzar o retroceder con nosotros mismos o ante nosotros mismos, por los senderos de la historia. Ahí, sobre el tablero de las vivencias, se configura nuestra personalidad, nuestra madurez, nuestra silueta cada vez más luminosa o cada vez, lo que sería una lástima, más sombría, más pesimista. Las fiestas pasan pero sus mensajes pueden quedar dentro de nosotros como semillas ardientes para emprender nuevos caminos. Por eso, cuando la Navidad toca a su fin, me gustaría retener en la agenda del alma, algunas voces especiales como formularios para nuevas rutas y paisajes.
 
Por ejemplo, la voz de Benedicto XVI invitándos a ser «buscadores de la verdad» y ofreciéndonos una preciosa fórmula para comprender la realidad: «Unidad entre inteligencia y fe, ciencia y revelación».
 
La voz de Antonio Gala, denunciando que el verdadero apagón del siglo XXI no es el apagón analógico sino el de las voces críticas que antes influían en la vida pública: «Los intelectuales, por indiferencia o por asco, callan ante los políticos y dejan un vacío que no todos perciben, pero existe. Yo no callaré ante lo público como la mayoría de los escritores. Si cada uno no cumple su destino, ¿quién se lo cumplirá? La democracia está hecha por todos los individuos que en ella participan: no sólo con el voto secreto, sino con la opinión en voz alta expresada».
 
La voz de la flamante Premio Nadal, la escritora Clara Sánchez, con su novela «Lo que escribe tu nombre», una autora que podría calificarse de social por el modo de analizar la sociedad en que vive, eso sin desdeñar la indagación en lo misterioso de esa realidad aparentemente bien conocida, ni en la complejidad de los personajes.
 
La voz de Albert Camus, que no se apaga, a los cincuenta años de su muerte, cuando afirmaba que «en el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio», o cuando demandaba una felicidad que no alcanzamos: «Y los hombres mueren y no son felices».
 
La voz de Vittorio Messori, quien defiende que hay que despertar a la gente: «Frente a la indiferencia moderna, busco decir a la gente que no puede dejar de hacerse preguntas, que estamos inmersos y rodeados por el Misterio, y hace falta que la gente busque unas respuestas. Quiero sacudir a la gente».
 
Voces vivas, acuciantes, clamorosas, que hemos de guardar en nuestra agenda flamante.