La pintada es narrativa juvenil. Ora romántica (Lolo quiere a Puri), ora social (Muerte al señorito), ora de aventuras (Vota a Podemos). Lo que demuestra que la juventud, que ya no lee por obligación, escribe por necesidad. La escritura precede a la lectura como el pase de Carvajal precede a la chilena de Cristiano. No es que el pase sea la mitad del gol, es que sin pase no hay victoria en Turín. De ahí la importancia de la aportación de las fachadas a la literatura. La fachada no es el cuadernillo Rubio de los que piensan a lo grande, sino el bloc de notas de una juventud desnortada que relaciona al bolígrafo Parker con la caligrafía burguesa y, por lo mismo, cree que el espray es el lápiz libre de la revolución.
El espray no tiene la culpa de nada, claro. En manos de Maduro sirve a la causa bolivariana y en manos de Marie Le Pen a la Francia aria. En las de un joven es un instrumento de tortura, pues el joven encierra siempre tempestades y, en consecuencia, naufragios. El espray, en lugar de su tabla de salvación, es la bengala que lanza al aire encalado, a la pared, para que el mundo sepa que se equivocado de amor o de clase social o de partido político. Es decir, para que el mundo sepa que se ha equivocado de vida. El joven se equivoca respecto a sus equivocaciones, pero esto tiene su lógica porque en la juventud nada es lo que parece. Dicho de otro modo, para un lobo de mar caperucita es la sirena.
Para un joven Rusia es inocente y la religión, presunta responsable. Así lo expresan a las claras los grafiteros, si bien, aunque ninguno tiene letra de médico, no siempre se entiende lo que escriben, como demuestra la frase Sin Dios ni amo reflejada en el muro que cerca una obra inconclusa de la Junta de Andalucía en la ciudad que habito. Al relacionar al Todopoderoso con el poder el autor del sintagma revela su desconocimiento de las cosas del cielo. A saber, nada ata menos que la fe, que no es la argolla espiritual del creyente, sino la tijera que corta por las bravas las amarras que vinculan al hombre con el pecado. Dios, lejos de ser el negrero que amenaza con propinar diez latigazos con efecto al que escape de la doctrina de la Iglesia, mima a Kunta Kinte para demostrar al hacendado que en una plantación de algodón también tienen cabida los lirios del campo.