Hemos visto salir la estrella del Señor y venimos con regalos a adorarlo (cf. Mt 2,2).
El deseo que Dios pone en nuestro corazón nos lleva a estar anhelantemente abiertos a Él, pero esto no hace que su estrella salga, que se nos dé a conocer. Porque la estrella ha salido, porque Dios se me da a conocer, se me manifiesta, puedo seguir la estela de su belleza hacia Él.

En la comunión es lo que hacemos. Guiados por su gloria nos dirigimos hacia Él. Y vamos con regalos o con el regalo de nosotros mismos, con nuestra autodonación a Él. Mas lo que le damos, nosotros mismos enriquecidos con su gracia, es lo que Él mismo nos ha dado, como creación y redención, y la capacidad y el deseo de dárselo también son una gracia suya. Y, sin embargo, nos lo ha dado de tal manera que, siendo todo suyo, regala de modo que el don que hacemos sea mérito nuestro.

Y vamos a comulgar; pero el amén que decimos al escuchar "El cuerpo de Cristo" va envuelto en adoración a Dios que se nos da. La comunión es adoración y también admirable intercambio; a cambio de lo que damos, que se nos ha donado previamente, recibimos a Dios.