Dios nos espera, nos busca siempre,
para donarnos a cada uno de nosotros
la plenitud de la vida, de la esperanza y de la paz.
-BENEDICTO XVI-
Me contó un conocido que, un día, iba dando una vuelta con un amigo y tuvo el arranque de manifestarle con toda sencillez que él, todos los días, hacía una visita al Santísimo en alguna iglesia, y puesto que se encontraban delante de una abierta, pues que aprovechaba y entraba un momento.
-Tú haz lo que te apetezca, dijo el amigo, pero yo no entro.
A la salida, el incrédulo, dando una profunda calada a su cigarrillo, dijo con sorna:
-Y qué, ¿te ha dicho algo?
-Pues sí; me ha dicho que te espera.
No volvieron a hablar del tema, pero el rejón, como se dice en ambientes taurinos, había quedado dentro, bien clavado. Aquel hombre ya no pudo ese día, ni en los sucesivos, quitarse de la cabeza lo de me ha dicho que te espera. Y acabó por concertar una cita con un sacerdote para tratar sobre la marcha de su vida hasta ese momento.
Asegura Benedicto XVI que la forma de actuar de Dios es muy diferente de la nuestra. Él nos da consuelo, fortaleza y esperanza, porque Dios no retira su «sí». Ante los contrastes en las relaciones humanas, a menudo también en las familiares, nos sentimos llevados a no perseverar en el amor gratuito, que cuesta esfuerzo y sacrificio. En cambio, Dios no se cansa de nosotros, nunca se cansa de ser paciente con nosotros y, con su inmensa misericordia, nos precede siempre, es el primero que sale a nuestro encuentro, su sí es absolutamente fiable.
Y eso a pesar de nuestros desplantes e indiferencias, como indica Lope de Vega en su soneto: ¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío
si de mi ingratitud el yelo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía:
Alma, asómate agora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía!
¡Y cuántas, hermosura soberana:
Mañana le abriremos ─respondía─,
para lo mismo responder mañana!