Por más que tienda a pensarse lo contrario, ni del texto de Mateo, ni tampoco en este caso de los relatos isaíicos, cabe obtener conclusión alguna en lo relativo al número de personas que componen el real cortejo que acude a adorar al niño Dios nacido en Belén... ¿O sí? ¿Acaso no nos dice Mateo que aquellos reales personajes portan tres presentes diferentes, a saber, oro, incienso y mirra?
Pues bien, nada más fácil que, a partir del dato en cuestión, establecer que a cada regalo corresponde un oferente, y que así como tres son los presentes, tres son también sus portadores. Y aunque no siempre estuvo claro que los magos de los que habla Mateo fueran tres -una pintura en el cementerio de San Pedro y San Marcelino en Roma nos muestra a dos; otra en el cementerio de Domitila igualmente en Roma a cuatro; un jarrón en el Museo Kircher (Florencia), hasta ocho- lo cierto es que el número trino cuadra bien con otros relatos veterotestamentarios.
El primero, uno procedente del Génesis (cf. Gn. 9, 18 y ss.) irrelevante a los efectos en principio, pero no tanto, como veremos: aquél que se refiere a otro trío famoso de los textos sagrados, el que forman los hijos de Noé, a saber, Sem, Cam y Jafet. Pues bien, ocurre que según la Biblia, estos tres hijos de Noé, al repoblar una tierra totalmente deshabitada por causa del diluvio, se convierten en los patriarcas de todos los pueblos del mundo: Sem de los pueblos semitas (judíos y árabes), Cam de los camitas (negros africanos en dos palabras), y Jafet, de los jafetitas (blancos europeos). Así las cosas, ¿qué mejor que asociar un rey mago a cada uno de los hijos de Noé, un rey mago de cada raza en suma, atestiguando con su presencia en el portal el reconocimiento de todas las naciones del orbe hacia el rey nacido en Belén?
Con estos argumentos y otros parecidos, parece que es Orígenes (n.185-m.254) el primero en afirmar el tres como el número de magos que visitan a Jesús. Como quiera que sea, la tradición aparece muy consolidada en tiempos de San Máximo de Turín (s. V) y de San Léon I Papa (n.h. 390-m.461), personajes importantes en lo relativo a la tradición de los Reyes Magos.
En cuanto a los dones “oro, incienso y mirra”, la hermenéutica cristiana ha desarrollado la teoría de su identificación con la triple condición que se da en Jesús: oro para el rey, incienso para el Dios, y mirra para el hombre, idea tras la cual se nos aparece un padre tan temprano como San Ireneo (n.130-m.208), quien en su obra Adversus haereses deja escrito:
“Por medio de sus dones mostraban [los magos de Oriente] quien era aquél a quien se debía adorar: le ofrecieron mirra porque tenía que morir por el género humano; oro porque es rey y su reino no tendría fin; incienso porque es Dios” (3, 9).
Determinado que son tres, ¿cómo conocemos sus nombres? Pues bien, aunque son muchas las ternas que se han propuesto a lo largo de la historia, -verbi gratia la del Libro de la Caverna de los Tesoros, escrito sirio del s. V circa que nos habla de Makhodzi, Jazdegerd y Peroz- una prevalece sobre todas las demás. La encontramos por primera vez en el Evangelio armenio de la infancia al que ya hemos tenido ocasión de referirnos más arriba:
“Melkon el primero, que reinaba sobre los persas; después Baltasar, que reinaba sobre los indios, y el tercero Gaspar, que tenía en posesión el país de los árabes” (EvArm. 5, 10).
La descripción la completa la obra Excerptiones patrum, collectanea et flores, apócrifamente atribuida a Beda el Venerable (n.672-m.735), -razón por la que se la conoce también como el Pseudo-Beda-, de datación incierta entre los siglos VIII y XII. Pues bien, refiriéndose al aspecto físico de nuestros magos, atribuye la citada obra aspecto anciano y barba larga a Melchor (el semita); aspecto juvenil e imberbe y tez clara a Gaspar (el europeo); y aspecto maduro, y lo que es más importante, tez oscura, a Baltasar (el africano).
La iconografía tarda no obstante largo tiempo en hacerse eco de los nuevos “descubrimientos” y así, no conocemos representaciones pictóricas o escultóricas de un Baltasar negro hasta mucho más adelante, en pleno s. XIV. Y no unánimes en cualquier caso. A modo de ejemplo y sin ánimo de ser exhaustivos, mientras en 1380 Altuchiero Da Zevio retrata ya a uno de los magos “tostado” más que negro, y en 1437 Hans Multscher lo representa manifiestamente negro, las representaciones de Fra Angelico de 1433 y 1445 todavía nos presentan a todos los componentes del real cortejo como blancos, y en 1500 aún los representa de tan pálida color uno de los grandes retratistas del mágico trío, Sandro Boticelli. Por no aparecer de color negro, Baltasar ni siquiera lo hace en las representaciones que le conciernen en la catedral de Colonia, tan vinculada como veremos a la tradición de los magos de Oriente. No menos curioso se presenta el fenómeno del “retintamiento” de las figuras baltasarianas una vez que el recuestionamiento racial del tercero de los mágicos monarcas se impone a partir del s. XVI, de lo cual sería excelso ejemplo la representación de los Reyes sita en el claustro de la Catedral de Pamplona.
El periplo de los Reyes Magos no termina en el Evangelio de San Mateo. Y es que entre las más celebradas reliquias de la cristiandad se hallan, precisamente, las de los mágicos personajes, las cuales se veneran en la catedral de Colonia, en Alemania. Dichas reliquias habrían sido descubiertas en Persia, de donde habrían sido llevadas a Constantinopla por Santa Elena, la madre del Emperador Constantino, en 326; transportadas luego a Milán por un legendario Obispo Eustorgio en el siglo V; y desde allí, en 1164, en tiempos del Emperador Federico I Barbarroja y con ocasión de una sublevación en Milán, a Colonia, donde en su honor, se habría construído la magnífica catedral gótica que conocemos y en la que reposan hasta el día de hoy.
El presente artículo no es sino un resumen del que escribí para la publicación En Acción Digital el año pasado por estas fechas, por lo que el lector se halla interesado en el tema, se aportan más datos en:
http://www.enacciondigital.com/Articulos.aspx?id=973