Artículo publicado hoy en el Diario Ideal, edición de Jaén, página 27
Hemos llegado a la fiesta más hermosa y solemne de la vida de los cristianos: el Domingo de Resurrección de entre los muertos, tal como lo había prometido muchas veces a sus amigos, quienes con ojos extraños sospechaban que nunca llegaría ese momento. Pues llegó la Pasión, la Muerte en la Cruz, y hoy la Resurrección del sepulcro.
A este sepulcro vacío acuden esta mañana pascual los primeros amigos del Señor: María Magdalena, Pedro y Juan. El texto del evangelio de hoy repite que cada uno de los espectadores miraron el sudario y los lienzos doblados sobre la piedra, y vieron y creyeron que Jesús había resucitado de entre los muertos.
Los mismos verbos: Ver y creer se repiten con toda la intención para subrayar que la realidad del Resucitado no era una ilusión óptica, ni fruto de un alucinógeno bebido, ni de una leyenda oída entre los sueños infantiles familiares, sino una perfecta realidad tangible y medible.
A partir de ahora ambos verbos caminarán juntos en todo el Nuevo Testamento, produciendo un término que repetiremos a lo largo de la cincuentena del tiempo pascual y de la doblemente milenaria historia de la Iglesia: Testigo de la Resurrección.
Los testigos de la Resurrección serán personas de fe, responsabilidad misionera, capacidad de dar la vida por defender su testimonio, y valentía que les llevará a predicar el mensaje salvador hasta el último confín de la tierra.
En los momentos oscuros y dificultosos, siempre deben aparecer los verdaderos testigos de la Resurrección para alumbrar el mal con la inextinguible Luz del Resucitado, simbolizada en ese cirio pascual que ahora nos acompañará en todos los templos.
Mucha gente se pregunta estos días: ¿Dónde están los testigos de la Resurrección en tierras de sufrimiento, hambre y muerte?. ¿Viven escondidos por miedo a ser mártires de la fe católica en la Resurrección de Cristo?.
Si algo distingue a los católicos de todos los tiempos es su valentía para vivir bajo sistemas persecutores de la libertad de los hijos de Dios. La lista de las personas elevadas a los altares está compuesta por gentes que sufrieron persecución por causa de su fe.
Lo que nadie comprende hoy es que gentes de la Iglesia igualen a verdugos y víctimas, a delincuentes e inocentes, inclinando sus quehaceres pastorales sobre una caterva de reos encerrados por infringir la legislación vigente, que la pisaron adrede sabiendo que el disco rojo estaba situado al final de aquel cruce de vías a donde se tiraron como sordos, locos y bebidos.
Vivimos, gracias a Dios, en una sociedad provista de medios de comunicación informantes de la conducta lesiva de una reata de personajes infractores de la ley. Disponemos, a la vez, de una Justicia que con paso lento siempre llega a empapelar a los que se toman sus delitos como hazañas de héroes de una mitología soñada solamente en las calenturientas mentes de unos pocos manejadores de las mentes sembrando odio durante todas las horas del día.
Los testigos de la Resurrección de Cristo vieron y creyeron ante las pruebas evidentes en el sepulcro vacío. Nosotros hemos visto y creído que las fechorías perpetradas deben ser castigadas con toda la fuerza de la legislación vigente.
Tomás de la Torre Lendínez
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Pregón de la Santa Cena de Jaén
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Muchas gracias.