Se llamaba Montserrat Icart. Nació en el Pirineo. A los 19 años, con una buena formación espiritual cristiana, entró en las Hnas. Hospitalarias de la Santa Cruz de Barcelona, dedicadas a enfermos físicos y mentales. Era hermosa física, moral y espiritualmente. Vivía feliz y con una sonrisa para quien la trataba. Era sastre. Enseñó confección en la escuela de las Hospitalarias de Santa María de Corcó, a chicas para que se ganaran la vida en un medio rural difícil. La Hna. Icart fue segundo premio de Corte y Confección de Barcelona.
El año 1966 con otras cuatro compañeras religiosas enfermeras fueron a las misiones a Colombia. Allí se entregó a servir a ancianos de Quibdó y a madres y niños pobres de la calle. También fue enviada al Ecuador para ayudar a los más pobres. Sus hermanas misioneras cuentan que «cuando veía a un niño hambriento, con su vestido roto, que iban casi desnudos, se los llevaba y les daba de comer. Mientras tanto, ella les tomaba las medidas y después les hacía un vestido nuevo…».
La Hna. Icart siguió al pie de la letra el Evangelio de Jesús: dar comida al hambriento y vestido al desnudo. Su lema era: «Debemos sacar y dar todo aquello que Dios ha puesto en el corazón y en el alma de cada uno».
Estuvo 30 años en las misiones hasta que tuvo un accidente y regresó a Barcelona. Fue elegida superiora de una comunidad. Su apostolado era acoger y ayudar a emigrantes que la conocían de su época misional. La Hermana Icart siguió «haciendo el bien».
Víctor Hugo decía: «Todo comienza en este mundo y todo termina al llegar a allá: la Vida Eterna».