El arzobispo de Santa Fe (Argentina) Edgardo Storni ha sido condenado a ocho años de prisión por “abuso sexual agravado” contra un seminarista. Los hechos, juzgados ahora, tuvieron lugar en 1992. El caso se une a los muchos similares que han saltado a los medios públicos y en los que se han visto implicadas personas estrechamente vinculadas a la Iglesia Católica. Así el del Padre Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo; o los abusos sexuales contra menores realizados por sacerdotes irlandeses que terminó produciendo la dimisión del obispo Donald Brendan Murray el pasado 17 de diciembre; o los practicados por representantes del clero católico bostoniano que provocó igualmente la dimisión del obispo Bernard Law el 13 de diciembre de 2002; o los llevados a cabo por sacerdotes australianos por los que el mismísimo Papa pidió perdón en julio de 2008.
Es obvio que noticias como las que encabezan este artículo son objeto de amplia cobertura por parte de los medios, los cuales no se refieren a ellos por el delito en sí, -la prensa no se hace eco de cuantos casos de pederastia se producen a diario en el planeta- como por la vinculación de quienes los cometen a una institución como la Iglesia, que es lo que les da su carácter de noticiable.
Y está bien que sea así. Lo está porque el hecho tiene, al menos, dos importantes implicaciones. Por un lado, el reconocimiento implícito de que la vinculación a la Iglesia imprime carácter, hasta el punto de que mientras “un cura pederasta” es noticia, no lo sería, ni de hecho lo es, “un funcionario pederasta” o “un trabajador de SEAT pederasta”. Y por otro –y ello aun en el caso de los más acérrimos enemigos de la Iglesia- la sutil y subconsciente aceptación de que la conducta esperable de dicho sacerdote es bien diferente, y excluye un comportamiento tan execrable.
Como quiera que sea, las acciones condenables y repugnantes de algunas de las personas que componen el colectivo sacerdotal, no debe llevar a una imagen errónea de la labor inmensa y abnegada que desde dicho colectivo se lleva a la práctica en beneficio del género humano. Publica el Anuario Pontificio del año 2009 que el número de sacerdotes en el mundo entero asciende a 408.024, entre los que por muchos que nos parezcan los indicados y por condenable que sean sus acciones, el número de pederastas no asciende ni a un 1 por 10.000. A dicha cifra aún habría que añadir misioneros, monjas, hermanos y todo el personal de las organizaciones seglares eclesiásticas entregado a la enseñanza, a la asistencia de ancianos, de enfermos, de pobres -¡qué decir de la labor sufrida y callada de ese Cáritas que a tantos está socorriendo hoy día!-, todo un colectivo humano dedicado por entero al servicio a los demás y cuyo comportamiento es intachable, cuando no rayano en la santidad.
No nos dejemos pues engañar por la paja, que el grano es mucho.