«Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos».

Queridos hermanos:

Estamos ante el Domingo XVII del Tiempo Ordinario. La primera Palabra es del Génesis donde se ve la figura de Abraham como amigo de Dios, signo de lo que es Dios con el hombre, un amigo. La situación actual es representada en Sodoma y Gomorra: la guerra, la pandemia, los vicios, etc. Y en medio de esto aparece Dios dialogando con Abraham, quien intercede continuamente por las ciudades. ¿Qué nos está diciendo esa Palabra? Nos habla del poder de la oración para interceder frente a Dios para que salve a tu familia, salve tu ciudad, tu barrio; y el Señor lo hará. Lo que Dios quiere es salvar al hombre.

Por eso respondemos con el Salmo 137: “Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste. Daré gracias a tu nombre, por tu misericordia y tu lealtad, porque tu promesa supera tu fama, cuando te invoque me escuchaste y acreciste el valor en mi alma”. El Señor, hermanos, escucha y actúa, todo lo que pidamos Él nos lo concederá. Aprovechemos esta oportunidad para dialogar, orar, rezar con Dios, para pedir lo que para nosotros es imposible, para pedir que nos libere de todas nuestras esclavitudes.

La segunda Palabra es de San Pablo a los Colosenses y dice: “Por el bautismo fuisteis sepultados con Cristo y habéis resucitado con él, estabais muertos por vuestros pecados y la incircuncisión de vuestra carne, os vivificó con él. Dios nos dio la vida en Cristo perdonándonos de todos nuestros pecados. Hermanos, por el bautismo destruimos el hombre viejo que tenemos en nosotros y borra lo que nos condena. Tantas cosas que nosotros mismos no nos perdonamos, Él nos perdona y nos ama.

El Evangelio de San Lucas nos presenta la tradición del Padre. El Señor nos enseña a orar frente al Padre, nos invita a perdonar; y pone un ejemplo, pone una parábola: «Suponed que alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche y le dice: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle”; y, desde dentro, aquel le responde: “No me molestes; la puerta ya está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos”; os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por su importunidad se levantará y le dará cuanto necesite». Necesitamos importunar a Jesús ¿Para qué? para que nos conceda lo que le pedimos, eso es lo que nos quiere decir esta parábola, por eso dice pedid y se os dará, buscad y hallareis, llamad y se os abrirá, porque quién pide, recibe; y el que busca halla; y al que llama, se le abre. Hermanos, pidamos lo más grande que se puede pedir: el don del Espíritu Santo, y tendremos Vida eterna, que tiene poder para cambiar nuestro espíritu de hombre viejo, caducado, raquítico; y el Espíritu nos permitirá poder amar al otro, a tu mujer, a tu marido, a tus hijos, a tu jefe, tu historia. Pidamos el Espíritu Santo para que Él nos dé el discernimiento de cómo saber actuar y cómo saber vivir. Hermanos, esto es lo que yo pido para vosotros y para mí, que tengamos el Espíritu de Jesús, el Espíritu del Padre. Esto es un depósito que hace la Iglesia en ti. Hermanos, que este Espíritu habite en tu familia, dentro de ti y te posibilite poder amar al otro como es.

Que la bendición de Dios todopoderoso padre hijo y Espíritu Santo descienda sobre ustedes.

 

+ Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao