El Papa Francisco ha cumplido cinco años al frente de la Iglesia. Cuando él empezó su pontificado dijo en varias ocasiones que éste sería corto y aludió a la cifra de cinco años como un referente. De momento, estos ya se han cumplido y el Papa tiene buena salud y buen ánimo para seguir gobernando la Iglesia, como demuestra su programa de viajes, entre otras cosas. Pero, aunque el pontificado no ha acabado, cinco años es un tiempo suficiente para poder decir algo sobre el mismo.
Hay que reconocer que esta semana se ha dicho no algo, sino mucho, en parte también por ese desafortunado incidente en torno a la presentación de una carta del Papa Benedicto sobre unos libros dedicados a profundizar en las bases filosóficas y teológicas del pensamiento del Papa Francisco. Un incidente que ha llevado a la principal agencia de noticias de Estados Unidos y probablemente del mundo, Associated Press, a acusar al Vaticano de manipulación y de crear “fake news”, falsas noticias.
Pero, incidentes aparte, me ha gustado el análisis que ha hecho el secretario de Estado, cardenal Parolín. Él destacaba, en primer lugar, que los principales documentos del Papa aludieran siempre a la alegría: Evangelii Gaudium, Amoris Laetitia e incluso, indirectamente, Laudato Si; una alegría que nace, sobre todo, de saberse amados por Dios. En segundo lugar, Parolín se refería a la misericordia; el Papa ha insistido, en línea de continuidad con sus predecesores, en mostrar al mundo que el Dios en el que creemos los católicos es un Dios rico en misericordia, que sabe acoger al pecador, que sigue amando a sus hijos, aunque éstos se alejen de Él. Por último, el secretario de Estado se refería a la evangelización como otra de las grandes preocupaciones del Pontífice, significada en frases que ya se han hecho célebres, como que prefiere una Iglesia herida a una Iglesia inmovilizada, o que los sacerdotes deben tener olor de oveja.
También se ha referido Parolín a las críticas que ha recibido y recibe el Papa, más desde dentro que desde fuera de la Iglesia. Distinguió entre aquellas que son agresivas y que, por lo tanto, destruyen, de aquellas que son constructivas, que nacen del amor al Papa y a la Iglesia. Para el secretario de Estado, es normal que las haya porque las ha habido siempre.
Es probable que la ponderada y favorable opinión del cardenal no sea compartida por muchos. Las reformas que el Papa está imprimiendo en la Iglesia están siendo recibidas con entusiasmo por algunos -los que habían sido más críticos con los Papas anteriores- y con gran preocupación por otros -los que habían sido más leales-. De todas las formas, hay que recordar que cinco años es algo, pero que el tiempo de Francisco no ha acabado y aún puede haber sorpresas. Por eso es difícil hacer un juicio sobre algo que no ha terminado. Falta ver si el fruto que producen esas reformas es el que el Papa quería: la evangelización de los que están fuera de la Iglesia y la revitalización de la vida cristiana de los de dentro. ¿Se han acercado a Cristo y a su Iglesia los no católicos o han vuelto a la práctica religiosa los no practicantes? ¿Hay más santidad, más vida de oración, más caridad, entre los que van a misa? ¿Han aumentado las vocaciones y el entusiasmo de los sacerdotes y religiosos por vivir su vocación? Eso será lo que indique si Francisco ha tenido éxito o si ha fracasado.
Pero, por encima de todo, lo que debemos hacer es rezar por el Papa. Es lo que Francisco pidió desde el primer día de su Pontificado, y es probable que ni sus más acérrimos defensores ni tampoco sus más feroces críticos, lo hagan. No debemos dejarle sólo. Necesita nuestra oración para que Dios le ilumine en la difícil tarea que ha puesto sobre sus hombros.