Artículo publicado hoy en el Diario Ideal, edición de Jaén, página 27

Vivimos unos días en España pendientes de la muerte de un ángel llamado Gabriel, a manos de una persona, metida en prisión, convicta y confesa del crimen. Da la casualidad que en el parlamento se vota la opción de derogar una manera de prisión permanente revisable, que en lenguaje llano, supone una condena larga para determinados delitos como el de el niño almeriense, y sus señorías votan con la mano zurda quitar tal decisión del Código Penal.
Un buen día estaba Jesús de Nazaret, “cuando una multitud de miles y miles se había reunido, tanto que se atropellaban unos a otros, Jesús comenzó a decir primeramente a sus discípulos: Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía.  Y nada hay encubierto que no haya de ser revelado, ni oculto que no haya de saberse.  Por lo cual, todo lo que habéis dicho en la oscuridad se oirá a la luz, y lo que habéis susurrado en las habitaciones interiores, será proclamado desde las azoteas.  Y yo os digo, amigos míos: no temáis a los que matan el cuerpo, y después de esto no tienen nada más que puedan hacer.” (San Lucas 12, 1-4).

Desde unos escaños parlamentarios, se oyen términos como: justicieros, legisladores en caliente, aprovechados del dolor de unos pobres padres…Y desde los de enfrente se escucha: conviene mantener la prisión perpetua para que la sociedad no tenga sueltos a energúmenos capaces de matar a niños inocentes, dada la gravedad de sus delitos, puesto que su reinserción social es una entelequia utópica, metida en el texto constitucional para blanquear la vieja pena de muerte que nadie defiende en todo el Occidente europeo.

El Señor en el texto citado toca el verdadero sentido de los delitos mortales: la hipocresía y la amistad de los que en secreto hablan, planean, programan, creyendo que sus cavilaciones nunca se conocerán ni se sabrán.
Sabemos la laxitud legislativa sobre el aborto. Conocemos la inclinación a permitir un método eutanásico cuando sea en los hospitales. Descubrimos una taxativa normativa sobre la vida de los animales domésticos, los delitos ecológicos, y demás seres vivientes de la naturaleza. Pagan los autores de industrias contaminantes sus malas artes para ensuciar el aire que respiramos. Los promotores de estragos, palizas o muertes en los hogares familiares son condenados en firme. Los implicados en pedofilia  y violaciones van camino de la prisión.

Pero esta sensibilidad tan natural, como normal, se cae cuando se trata de niños o jóvenes, con consecuencias de rapto y muerte. Entonces nace una piel muy sensible en los legisladores que parece extraña, aunque el traje incombustible, ha sido diseñado por el inventor del buenismo apoyado en el viejo dicho escrito en las traseras de algunos coches: To, er mundo es güeno.

El mismo Jesús de Nazaret nos advierte que tengamos cuidado con la levadura de los fariseos, que es la hipocresía y el puritanismo reinante,  que cierra los ojos ante masas humanas pidiendo justicia, como ha ocurrido en Almería, o en la recogida de firmas millonarias que han llevado los padres afectados hasta el interior del parlamento. No es posible taparse los ojos ante esto. Esta dicotomía social y legal, el pueblo llano no la entiende, ni la justifica, ni la olvida, ya que la muerte de seres inocentes es sangre infantil que deja huella, no solamente en su familia, sino en la colectividad ciudadana, que cuando sea convocada a las urnas sabrá honradamente tomar partido y emitir su voto actuando con plena libertad. Esa misma libertad, que unas manos criminales quitaron la vida a sus hijos,  enloquecidas de celos, pasiones y odios.

Tomás de la Torre Lendínez

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