… todos nosotros tenemos un único Maestro y que, bajo su magisterio, somos condiscípulos. Y no soy vuestro maestro por el hecho de hablaros desde un puesto más elevado. El maestro de todos es el que habita en todos nosotros. Él nos hablaba ahora a todos en el evangelio y nos decía lo que también yo os digo a vosotros. Pero él dice refiriéndose a nosotros, a vosotros y a mí: Si os mantenéis en mi palabra; no ciertamente en la de quien os está hablando ahora, sino en la de Él, que nos hablaba ahora por medio del evangelio. Si os mantenéis en mi palabra —dice—, seréis verdaderamente discípulos míos. Llegar a ser discípulo es poca cosa; lo importante es permanecer siéndolo. Porque no dice: «si oís mi palabra», o «si tenéis acceso a mi palabra», o «si alabáis mi palabra»; ved, sino, lo que dice: Si os mantenéis en mi palabra, seréis verdaderamente discípulos míos, y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. ¿Qué estoy diciendo, hermanos? Permanecer en la palabra de Dios ¿produce fatiga o no? Si la produce, contempla cuán grande es el premio; si no la produce, recibes gratuitamente el premio. Permanezcamos, pues, en aquel que permanece en nosotros. Nosotros, si no permanecemos en él, caemos; en cambio Él, si no permanece en nosotros, no por eso se queda sin casa. Efectivamente, sabe permanecer en sí quien nunca se aleja de sí. Para el hombre, que se perdió a sí mismo, es una desgracia permanecer dentro de sí mismo. Nosotros, pues, permanecemos en Él porque lo necesitamos; Él mora en nosotros de pura misericordia. (San Agustín. Sermón 134, 1)
Qué fácil es proclamarse a sí mismo como segundo salvador. Qué fácil es señalarse como camino, verdad y vida. Qué fácil es para nosotros delegar la Verdad en otra persona y dedicarnos a seguir a centenas de ciegos, similares a nosotros mismos. San Agustín nos habla con franqueza. No por ser obispo y estar predicando desde un lugar elevado, se convierte en maestro. También nos indica otra cosa interesante: ser discípulo es relativamente sencillo. Lo difícil es permanecer como discípulo de Cristo: “Si os mantenéis en mi palabra, seréis verdaderamente discípulos míos, y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”.
Dios “mora en nosotros de pura misericordia”, pero nosotros podemos echarlo de nuestro corazón con tanta facilidad, como se olvida que sólo tenemos sentido en Él. Cuando encontramos sentido en otra cosa o persona, perdemos el lazo que nos une al Señor y por lo tanto, cambiamos libertad por esclavitud. En el Evangelio de San Juan se hace patente el enfrentamiento entre Cristo y aquellos que anteponen una idea a Dios. Una idea que a veces llega a incluir a Dios como una parte más de lo que se propone. Les llama “los judíos”, no porque sean judíos, sino porque representan el “status quo” social que domina cada momento en el mundo. La Verdad siempre desafía este “status quo” y le hace manifestarse como realmente es: una esclavización del ser humano por parte de otros seres humanos. Hoy en día tenemos nuestro particular “status quo” al que no se puede señalar, porque te llueven palos por todas partes. La Verdad duele y es mejor dejarla en la marginalidad. Pero la Esperanza es Cristo y en Él, el pecado se borra y el error se corrige. Esta es la Esperanza que nos conduce hacia la Pascua.
Luego, no asustó sin razón, pero dio esperanza; nos asustó para que no amásemos el pecado, y dio esperanza para que no desconfiemos del perdón del pecado. Por cuya razón nuestra esperanza consiste en confiar en ser libres por aquel que ya es libre. El dio el precio de nuestro rescate, no plata, sino su propia sangre; y por esto añade: "Pues si el Hijo os hiciera libres, seréis verdaderamente libres". (San Agustín. Tratado sobre el Evangelio de San Juan. 41)