Hoy hemos vivido una ordenación sacerdotal en Granada, en la catedral. Un regalo de Dios para nuestra diócesis, para la Iglesia, para la humanidad entera.
En un día gris, frío, lluvioso, que se antoja analogía de este mundo nuestro, que también pareciera cada vez más sombrío, se cuela de nuevo un rayo de luz, limpio, intenso, deslumbrador. En este sacerdote tenemos unas nuevas manos que consagrarán, que administrarán perdón, que ungirán, que bendecirán. Manos entre las que se derramará en abundancia la vida.
Sí, entre el mar de maldades de noticiarios, de todas las clases imaginables, que no muestran sino la denigración en la que el pecado sume al hombre, Dios nos sigue trayendo esperanza; nunca nos abandona a nuestra suerte, por condenado que pudiera parecer este mundo.
Es una pura contradicción. En una sociedad donde cada uno intenta destacar, sobresalir, ascender; donde Linkedin refleja nuestros logros y nos pone en el escaparate laboral, por el nuevo sacerdote se pide la intercesión de todos los santos, y el obispo, y cada sacerdote presente, impone sobre él las manos, en una misión en la que siempre será siervo, y en la que precisará del sostenimiento de Dios. Y mientras llenamos Facebook de fotos de una vida autocomplaciente, autosuficiente y de postureo, la foto del nuevo sacerdote es la de verlo tumbarse en el suelo, cuan largo es, despojado de sí mismo, a la par que se ora por él. Y cuando se nos alecciona contra toda clase de sumisión, de abajamiento, siendo Twitter campo de batalla de una feroz lucha dialéctica de hachazos sin fin, el nuevo sacerdote promete, humildemente, obediencia al obispo y a sus sucesores.
La de hoy ha sido una de esas ocasiones en las que uno siente la notoria presencia de Dios, actuando de forma palpable en la vida de los hombres. En que se toma consciencia de que sigue habiendo una Iglesia viva y real; con sus pobrezas, con sus debilidades, con sus pecados, pero sostenida por Jesucristo que nunca la abandona; con sus presbíteros, sus laicos, sus religiosas… con su obispo a la cabeza, rezando todos juntos, pidiendo y dando gracias a Dios. Es verdaderamente bello, llena el alma.
Por todo ello, me quedo con las palabras que me resuenan en esta cuaresma, y que nuestro obispo también nos ha recordado hoy. Dios no viene a pedirnos cosas. Dios viene a darnos, a derramar gracias y dones en nuestras vidas; dejémosle obrar. Como la vida de este nuevo sacerdote no es una vida que se pierde, sino que se abre de par en par a la más fascinante misión y experiencia, a la mayor plenitud. Como la de los nuevos esposos. Como la de cada consagrado. Como la de que cada ser que se hace cristiano; dispuesto a que Cristo obre con libertad en nuestra vida, hasta la muerte si es preciso, sabiendo que todo torna en una bendición mayor, en una vida nueva, en el triunfo sobre todo mal, sobre toda tristeza, sobre la misma muerte.
Bendito sea Dios.
En un día gris, frío, lluvioso, que se antoja analogía de este mundo nuestro, que también pareciera cada vez más sombrío, se cuela de nuevo un rayo de luz, limpio, intenso, deslumbrador. En este sacerdote tenemos unas nuevas manos que consagrarán, que administrarán perdón, que ungirán, que bendecirán. Manos entre las que se derramará en abundancia la vida.
Sí, entre el mar de maldades de noticiarios, de todas las clases imaginables, que no muestran sino la denigración en la que el pecado sume al hombre, Dios nos sigue trayendo esperanza; nunca nos abandona a nuestra suerte, por condenado que pudiera parecer este mundo.
Es una pura contradicción. En una sociedad donde cada uno intenta destacar, sobresalir, ascender; donde Linkedin refleja nuestros logros y nos pone en el escaparate laboral, por el nuevo sacerdote se pide la intercesión de todos los santos, y el obispo, y cada sacerdote presente, impone sobre él las manos, en una misión en la que siempre será siervo, y en la que precisará del sostenimiento de Dios. Y mientras llenamos Facebook de fotos de una vida autocomplaciente, autosuficiente y de postureo, la foto del nuevo sacerdote es la de verlo tumbarse en el suelo, cuan largo es, despojado de sí mismo, a la par que se ora por él. Y cuando se nos alecciona contra toda clase de sumisión, de abajamiento, siendo Twitter campo de batalla de una feroz lucha dialéctica de hachazos sin fin, el nuevo sacerdote promete, humildemente, obediencia al obispo y a sus sucesores.
La de hoy ha sido una de esas ocasiones en las que uno siente la notoria presencia de Dios, actuando de forma palpable en la vida de los hombres. En que se toma consciencia de que sigue habiendo una Iglesia viva y real; con sus pobrezas, con sus debilidades, con sus pecados, pero sostenida por Jesucristo que nunca la abandona; con sus presbíteros, sus laicos, sus religiosas… con su obispo a la cabeza, rezando todos juntos, pidiendo y dando gracias a Dios. Es verdaderamente bello, llena el alma.
Por todo ello, me quedo con las palabras que me resuenan en esta cuaresma, y que nuestro obispo también nos ha recordado hoy. Dios no viene a pedirnos cosas. Dios viene a darnos, a derramar gracias y dones en nuestras vidas; dejémosle obrar. Como la vida de este nuevo sacerdote no es una vida que se pierde, sino que se abre de par en par a la más fascinante misión y experiencia, a la mayor plenitud. Como la de los nuevos esposos. Como la de cada consagrado. Como la de que cada ser que se hace cristiano; dispuesto a que Cristo obre con libertad en nuestra vida, hasta la muerte si es preciso, sabiendo que todo torna en una bendición mayor, en una vida nueva, en el triunfo sobre todo mal, sobre toda tristeza, sobre la misma muerte.
Bendito sea Dios.