Tu fe reconoce cuál es ese grano de trigo que cae en tierra y muerte antes de dar mucho fruto; vive en tu alma; ningún cristiano duda que Cristo no habló de sí mismo… Escúchenme, divinos granos de trigo que se encuentran aquí, de esto no tengo duda… o más bien escuchen a través de mí, al primer grano de trigo que les dice: no amen su vida en este mundo; no la amen si la aman verdaderamente, porque es no amándola que la salvarán… «El que ama su vida en este mundo la perderá.»
Es el Grano caído en tierra que habla de este modo, El que murió para dar mucho fruto. Escúchenlo, porque lo que dice, lo hizo. Él nos instruye, y nos muestra el camino por su ejemplo. Cristo, en efecto, no reclamó su vida en este mundo – él vino para perderla, para darla por nosotros, y para retomarla cuando él lo quisiera…: «tengo el poder de entregar mi vida, y el poder de retomarla.» (Jn 10:18)
Entonces ¿cómo es que, disponiendo de un tal poder divino, haya podido decir: «Ahora mi alma está turbada»? ¿Cómo, con un tal poder, ese Hombre-Dios, está turbado, sino porque carga la imagen de nuestra debilidad? Cuando él dice: «tengo el poder de entregar mi vida, y el poder de retomarla», Cristo se muestra tal y como es en Él mismo. Pero cuando está turbado ante la muerte que se aproxima, Cristo se muestra tal y como es en ti. (San Agustín. Sermón 305, 4)
Hoy en día no estamos nada predispuestos al sacrificio. Tampoco nos resulta agradable la resignación ante la Voluntad de Dios. Nos creemos capaces de todo con nuestras propias fuerzas, pero nada podemos sin Cristo. Decía el salmo 127: “Si el Señor no edificare la casa, En vano trabajan los que la edifican”. Si nos resignamos, nos convertimos, ante esta revelación, no podremos ser signo del Señor en el mundo. En vano trabaja quien rechaza la necesidad de cambiar el sentido de nuestra vida, el significado de toda acción que realicemos. Pero ¿Quiénes somos para señalar a los demás? Mirémonos a nosotros mismos y sacrifiquémonos, hagamos que nuestras acciones sean santas y trascendentes.
En ese sentido nos habla San Agustín y nos llama “divinos granos de trigo”. Granos de trigo destinados a caer en tierra y morir, para dar frutos según la Voluntad de Dios. Dios quiere que le permitamos transformarnos y no que realicemos sacrificios aparentes y externos. Nadie se justifica inmolando otra cosa que no sea a sí mismo. No desea rituales aparentes, shows mediáticos o liderazgos humanos. Todo esto engaña al incauto, pero no puede engañar a Dios. Quiere que le demos utilizarnos como dóciles herramientas en sus manos. ¿Por qué? Porque es la única forma de que nuestra vida tenga sentido y significado.
Ya nos queda sólo una semana de Cuaresma. Todavía podemos andar el camino cuaresmal para vivir una Pascua plena y profunda. Depende de nosotros dejar de ir contra la Voluntad de Dios y empezar a seguir sus pasos con resignación bien entendida. Es decir, dando nuevo sentido a cada elemento de nuestra vida. Un sentido que no procede de nosotros, sino del Logos (Cristo) que da sentido a todo y a todos.