Jesucristo es siempre joven, el mismo ayer y hoy y siempre. Y los santos de todas las edades participan de ese vivir con amor, empezando por su joven Madre María. El Papa Francisco destaca al principio los jóvenes santos de la Biblia: Gedeón, Samuel, David, Judit, y otros como Francisco de Asís, Juana de Arco, Teresa de Liseux y el joven Carlo Acutis.
Jóvenes con raíces
El Papa Francisco recuerda que ha visto árboles jóvenes y bellos que se cayeron sin vida después de una tormenta, porque tenían pocas raíces. Hasta ahora han servido las raíces cristianas de Europa y queda mucho en una tierra con nutrientes de verdades, principios y valores. Pero la atmósfera es de tormenta y si los jóvenes prescinden de esa buena tierra pueden construir castillos en el aire, por mucha ilusión que pongan. Quienes ya han alcanzado la edad de la madurez tenemos la responsabilidad de ser coherentes con integridad de vida y saber transmitir la fe católica.
La Exhortación invita a vivir la vocación en el mundo y no sólo en servicio internos en la Iglesia, no encerrándose en pequeños grupos sino abriéndose a los desafíos de la sociedad, con violencia y poca amistad. Escribe: «Esto se agrava si la vocación del laico se concibe sólo como un servicio al interno de la Iglesia (lectores, acólitos, catequistas, etc.), olvidando que la vocación laical es ante todo la caridad en la familia, la caridad social y la caridad política: es un compromiso concreto desde la fe para la construcción de una sociedad nueva, es vivir en medio del mundo y de la sociedad para evangelizar sus diversas instancias, para hacer crecer la paz, la convivencia, la justicia, los derechos humanos, la misericordia, y así extender el Reino de Dios en el mundo» (n. 168).
La madurez en la fe se alcanza trabajando en el mundo, estableciendo estructuras de bien, cuidando el servicio, la amistad y la familia. Además del voluntariado, la madurez supone una ciudadanía activa, la solidaridad social, y para los jóvenes cristianos el apostolado para hablar explícitamente de Jesucristo y de la santidad en el mundo.
Conversadores
Algunas veces se califica a los católicos y también a los jóvenes como «conservadores» puesto que defienden lo de siempre. ¿Y qué sería eso? Pues una antropología abierta no reductora de la dimensión trascendente de cada persona. Y en ello encajan aquellas palabras de san Juan Pablo II al decir que las propuestas cristianas-humanas, valga la redundancia, no se imponen sino que se proponen, es decir, un católico es «conversador» más que conservador.
La vocación cristiana es de aportar sentido y sensibilidad, humanidad en definitiva, precisamente a quienes les faltan anclajes y se sumergen en mundos artificiales, de consumo, de adiciones, de conexiones ficticias. En términos específicamente católicos es la llamada a la santidad, que consiste fundamentalmente en la amistad con Jesucristo vivo, algo muy personal y alejado de ser una fotocopia de otros, a quienes se imita consciente e inconscientemente.
Hay otras muchas ilusiones y esperanzas en esas páginas que pretenden dinamizar las propuestas a los jóvenes creyentes o no creyentes que no se conforman y quieren cambiar el mundo. Hay herramientas para ello si cada una y cada uno se arriesga y se compromete.
Termina escribiendo: «La Iglesia necesita su entusiasmo, sus intuiciones, su fe. ¡Nos hacen falta! Y cuando lleguen donde nosotros todavía no hemos llegado, tengan paciencia para esperarnos». Loreto, junto al Santuario de la Santa Casa, 25 de marzo, Solemnidad de la Anunciación del Señor, del año 2019, séptimo de pontificado.