En el Evangelio del pasado domingo volví a encontrarme con Nicodemo.
Desde niño aprendí (tuve buena escuela) a aplicar la enseñanza del Evangelio de cada domingo a mi vida y con ese propósito escudriño a este enigmático personaje buscando qué puedo aprender.
Me llama mucho la atención que Nicodemo tuviera una conversación secreta, a solas y de noche con el Maestro y que esto ocurriera en los primeros tiempos de la vida pública de Cristo cuando empezaba a reclutar a sus primeros discípulos tras el Bautismo (Andrés, Juan, Felipe…)
¡Qué oportunidad, por tanto, de ser uno de ellos! No puede uno imaginar mejor ocasión… ¿pensaría Nuestro Señor en esta posibilidad cuando le concedió la entrevista? No lo sé, pero desde luego el interés inicial de Nicodemo lo sugería y el diálogo mantenido con Cristo parece estar cargado de invitaciones a dar el paso. La oportunidad, por tanto, estaba ahí.
Y sin embargo… la perdió.
No volveremos “a verle” hasta el siniestro Viernes Santo en el que, junto a José de Arimatea, descuelga el cuerpo del Señor de la cruz para embalsamarlo.
Me gusta imaginar qué hubiera podido haber sido de él si, respondiendo a Cristo de manera decidida, sincera (y humilde) se hubiera enrolado entre los Doce. Podría haber sido quizá un “san pablo” anticipado y tratándose, como se trataba, de un personaje influyente (“principal entre los judíos”) a buen seguro hubiera arrastrado a muchos otros judíos sinceros. Y todo esto en los primeros meses de la vida pública del Señor.
Son conjeturas, ya lo sé, pero como decía al principio quiero aplicarme la enseñanza a mi vida en forma de pregunta: ¿habré perdido oportunidades así con Dios? ¿seré en ocasiones como este vacilante Nicodemo?... impasible ante los requerimientos del mismo Cristo que en la confidencia de una conversación tan personal nos llega a confesar:
Porthos