La alegría de ser sacerdote
Juan García Inza
Sin duda son tiempos difíciles para que brote la semilla de la vocación sacerdotal. El campo de la siembra está un poco alborotado por los vientos contrarios que soplan por los cuatro costados. No es una novedad, pero para los que estamos en el ojo del huracán nos hace sufrir. Con la Gracia de Dios nos sentimos llamados a salvar este mundo del furor de la tormenta, que amenaza el alma del mundo. No hay nada nuevo bajo el sol.
El Cardenal Christoph Schönborn, en su libro “La alegría de ser sacerdote” (Rialp), cita a Santa Teresa del Niño Jesús, que influyó positivamente en su ánimo, con esta oración: “Tú, Señor, conoces mi debilidad. Cada mañana tomo la resolución de practicar la humildad, y por la noche reconozco que he vuelto a cometer muchas faltas de orgullo. Al ver esto, me tienta el desaliento, pero sé que el desaliento es también una forma de orgullo. Por eso quiero, Dios mío, fundar mi esperanza solo en Ti” (Oración 20). Y comenta el Cardenal: “Sí, estas certeras palabras de Teresita me llenan de valor para asumir la misión que me ha sido encomendada… Me dispongo, pues, a avanzar confiadamente sin fijarme demasiado en mis miserias, y os invito, junto con Teresa, con Faustina y con otros santos, a la confianza. “la confianza, y nada más que la confianza, puede conducirnos al amor” (Teresita a su hermana religiosa). “Jesús, en vos confío”.
Cada sacerdote es una columna en este fabuloso edificio viejo, pero nuevo, que es la Iglesia. Puede que nos acosen por todos lados, pero no nos derriban, como dice San Pablo. Las miserias de nuestro hombre viejo nos invitan a mirar hacia arriba y confiar ciegamente en la misericordia de Dios.
Es de agradecer las palabras de aliento que brotan de corazones enamorados de Dios y de su Iglesia. Escuché un excelente programa en Radio María sobre los sacerdotes. Cynthia, la conductora de “Amaos”, que así se llama el espacio mensual, hizo un canto hermoso sobre el sacerdocio que agradecemos. Es como una bonita rosa que brota en un campo sembrado de miseria. Conectó con la Fundación CARF que, desde España, aporta medios para que cientos de sacerdotes, o seminaristas, del mundo menos favorecido, puedan estudiar y formarse en Centros como la Pontificia Universidad de la santa Cruz en Roma, las Facultades de Estudios Eclesiásticos de la Universidad de Navarra, los Colegios Eclesiásticos Internacionales (Sede Sapientieae en Roma, y Bidasoa en Pamplona, todos ellos dirigidos por el Opus Dei y bendecidos por la Jerarquía de la Iglesia). Más de 700 obispos de 126 países de los cinco continentes desean que algunos de sus sacerdotes y seminaristas estudien en estos centros. (http://www.radiomariapodcast.es/programa/194/amaos)
CARF pretende mejorar la vida cotidiana de las personas, a través de la formación integral de jóvenes con vocación, para servir a los demás, desde el sacerdocio, defendiendo la paz y la dignidad en los cinco continentes.
Trabajamos –afirman- para que cuando regresen a sus diócesis, puedan transmitir, a través del ejercicio de su ministerio, toda la luz, ciencia y doctrina recibida. Así mismo, intentamos inspirar el corazón de nuestros benefactores, para que cada día seamos más, contribuyendo para hacer posible una sociedad más justa.
Esta Fundación aporta medios económicos para que sacerdotes y seminaristas de todo el mundo reciban una sólida preparación tanto teológica, como humana y espiritual.
Junto a la cualificada formación teológica y científica, conviene resaltar la peculiar vivencia de aquellos alumnos que estudian en Roma. Allí adquieren un sentido más hondo de la universalidad de la Iglesia, al vivir en el centro de la cristiandad, más cerca del Santo Padre.
Todo ello viene a ser una bocanada de aire fresco y limpio en medio de esta tormenta que pretende arrasar los brotes frescos del alma de tantos que quieren el bien para el mundo.
El Cardenal Schönborn afirma en su libro sobre los sacerdotes: “Este es el fin de toda vida humana; este es el fin del ministerio sacerdotal: guiar hacia el Cielo, guiar a la felicidad, a la bienaventuranza de la Santísima Trinidad. La Iglesia no tiene otro fin que el de reunir a los hombres que el pecado dispersó, a la unidad de su familia”
Por todo ello es un gozo ser sacerdotes, una gran alegría ver jóvenes de todas las razas y condición que han escuchado la voz de Dios y han dicho SI. Solo pedimos oración para mantenernos en el camino, y aliento para caminar alegres por la senda en la que Dios nos ha colocado.